La última vez que había visto el cielo iluminado, rodeado de aquellas mismas personas,
Aiden llevaba una pajarita que le ahogaba, y que no le dejaba respirar. En el mismo jardín en
el que ahora estaba. Fue la boda de Roma y Cameron.
La boda de Roma y Cameron fue en el jardín trasero de la Mansión Bellerose, como la boda
de todos los descendientes del apellido Bellerose. Los meses previos a la boda habían sido un
campo de batalla, entre Adrienne Bellerose (madre de la novia), y Annette Dancaucer (madre
del novio). Todo había sido una pelea por ver quien se salía con la razón; también había
habido numerosos intentos de sabotear la boda. Sabes que de esto no puede salir nada bien,
¿verdad? Le preguntó Annette a Roma, con los ojos oscuros clavados en ella.
Roma no tuvo ni voz ni voto, a pesar de las horas que Sierra había pasado eligiendo el vestido
perfecto. No pudo elegir su vestido, ni la música, ni la comida que se sirvió, porque el peso
de los Bellerose recaía en ella, así que esas decisiones pasaron a su madre, aunque no tuviera
ningún sentido. Ya bastante mal has elegido al novio, afirmó su padre.
Excepto los fuegos artificiales, los colores que alumbraron el cielo de Saint Michael aquella
noche fueron elección únicamente de Cameron y Roma. Y fue la última vez que Aiden vio
fuegos artificiales con todos ellos. Fue una boda tan rara, porque Sierra le pilló, mirando de
reojo a Sammi y a Noah bailar, que entonces eran una pareja más, sin ningún otro
compromiso superior; y le dijo: hay amores que acaban con nosotros. Anda, sácame a bailar.
Aiden no tuvo ni idea de lo que pasó en la boda, mientras el resto aplaudía a los fuegos
artificiales. Pero Marty lo recordaba como si se lo hubieran grabado a fuego, ese momento.
Llevaba tiempo sin ver a Sierra, cinco o seis meses, y los últimos encuentros - aunque
agradables - habían sido rápidos y fugaces. Pero allí estaba, con un vestido verde oscuro, que
llevaba una abertura en la parte izquierda, hasta la cadera; y el pelo recogido en la nuca.
Sentada en una de las sillas, con los ojos vistos en el cielo.
-Sabes lo que esperan de nosotros, ¿verdad?
Sierra sonrió cuando le pilló desprevenida.
-Creía que entre tú y yo ya no quedaba nada, ni cenizas.
Marty se encogió de hombros. Reconocía las palabras, porque una vez, en una pelea, en una
calle neoyorquina, él se lo gritó.
-No digo que las queden, digo que soy el padrino del novio. Y tú la dama de honor... Es casi
una tradición: mira a Sammi y a Noah.
-Mejor que tú no hables de Sammi y Noah. - Pero Sierra giró sobre sí misma hasta mirar los
ojos azules que conocía casi tan bien como los suyos. - ¿Crees que va a pasar algo entre tú y
yo?
Sierra no supo (con él, nunca lo sabía) cuánto tiempo pasó entre aquella frase y los labios de
Marty. Marty besaba de una forma casi voraz, le abrasaba. Y la saliva que tragaba le quemaba
la garganta cuando estaba con él.
En un pestañeo ya no se encontró en el jardín, sino que estaban en uno de los salones de estar
de la mansión. Se sintió tropezar en las escaleras, y luego escuchó el portazo de la puerta de
una de las miles de habitaciones para invitados.
-Para - pidió, y Marty le miró con el ceño fruncido. No era lo que Sierra solía decir en
situaciones como aquella. Ya tenía la mano en la cremallera del vestido cuando se detuvo.
-¿Qué? ¿Qué pasa?
-Pase lo que pase, Roma no se puede enterar.
Sierra no podía ni imaginar qué cara pondría si le explicaba que se había perdido los fuegos
artificiales de su boda por Marty. No supo que Sammi los vio de refilón, cuando estaban
subiendo - si es que a aquellos tropezones desenfrenados se les podía llamar subir - las
escaleras.
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El efecto Sierra Bryant.
Short StorySeis amigos reunidos de nuevo en su pueblo natal. ¿La razón? Un funeral. Portada hecha con fotos obtenidas de Unspalsh. Fotografías de: Helena Lopes, Roya Ann Miller, y Mike Enerio. Autoras: @izzyherondale98 y @daphmckinnon