Cisne.

21 7 0
                                    

Cielo nublado. Un frío enternecedor en una tarde monótona entre días de semana. La contaminación sónica de los automóviles rugiendo el motor y sonando el claxon, supongo, para no tener que soportar el ruido de las tan transitadas calles y poder llegar rápido a su destino. Rugen para que los demás no rugan, la guerra trae la paz, viéndolo de esa forma.
La vista se perdía ante el prado de un olvidado y pequeño estadio donde reposaba por instantes; al menos hasta que llegara la persona a la que esperaba.
No era un lindo sitio. Destruido. Oxidado. Sucio. Sin comentar lo alto de la grama, la cuál no se necesitaba ser Sherlock Holmes para darse cuenta de que hacía meses desde la última vez que fue podada. Y lo peor de todo, olvidado. Un pequeño vistaso a como el tiempo todo lo destruye cuando no se cuida.
Las horas pasaban y el hastío de la soledad se intensificaba. Un silencio absurdo condenó el alrededor donde ya no habían neumáticos rozando el asfalto, solamente un ruidoso y frío céfiro que susurraba cerca de mi oído, alertando de la cercana llovizna que se avecinaba.
La lejanía no trajo consigo sólo la pequeña precipitación; no. Junto a ella, llegó un cisne. Color cuarzo, delgado. Antes había visto algunos, pero éste era más pequeño que aquellos; no soy un experto en aves, pero no parecía una cría. Se asentó en medio de la llanura. Estático. Como si estuviese esperando algo. En aquel lugar no había comida, siquiera pequeñas bayas o algo que pudiera ingerir.
¿Por qué estaba allí? ¿De dónde venía? ¿Por qué me interesaba tanto? Ésta última sencillamente podía ser por el tedio que en mí había, luego de pasar una hora esperando, mi mente no tenía nada con qué entretenerse.
Tal vez sólo venía a pasar el rato; si de esa forma se le podía llamar.
Qué pesadumbre; mi mejor forma de diversión era imaginar la vida de un cisne.
Aún así, por alguna ajena razón, no podía evitar cautivarme aquella extraña carabina.

dar más énfasis en la mera existencia del animal, miles de ideas revoloteaban en mi imaginación.
En mi cabeza, aquel consorte tenía una familia; mamá Cisne e hijos cisne. Y estaba allí para escapar.
Para poder huir de todos, aunque sea por algunas horas.
Estaba sólo.
Pero quería estarlo.
Él sabía que esa sensación de soledad traía serenidad, la tranquilidad de ser libre; de poder surcar los cielos. La envidia rápidamente me deterioró; pero no aguantó más allá de unos segundos. Estaba feliz. Estaba alegre por el pajarraco. Al menos uno de los dos podía poner pies en polvorosa y huir hacia donde algunos sólo fantaseaban.
Él estaba allí.
En la nada.
Disfrutando de la vista.

También relaté que estaba esperando a alguien; pero eso podría ser otra historia.

La soledad no tiene por qué ser la malvada de la historia. Es un buen momento para pensar. Para hablar contigo mismo. Comenzar a querer y atesorar momentos así. Pero, la compañía también es necesaria para compartir tu felicidad con alguien más.

Despegue la vista un momento y con el rabillo del ojo decidí escudriñar las calles. A mi suerte, aquella persona que estaba esperando venía cruzando la esquina. Aquella pequeña figura desvalijo mi mirada por un santiamén.
Mi momento de soledad acabó, pensé.
Al voltear y sostener la mirada a la posición anterior; no encontré aquello que buscaba con los ojos.

Supongo que no fue el único momento de soledad que terminó.

Popurrí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora