Desequilibrio

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Para que vean que no solo soy una terrorista emocional, una Manolo Caro y un Dios que juega con sus sentimientos todo el tiempo, les vengo a demostrar lo mucho que lxs aprecio con una noticia que estoy segura de que lxs alegrará...¡He añadido unos capítulos más a la novela! Pero no se emocionen, que no son muchos.
¡Disfruten de la lectura, a do ra dxs!
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José María condujo en silencio a casa de Alicia. Desde muy jóvenes, ella siempre había estado para él y eso era algo que el abogado guardaba en su corazón. Quería recordar sus salidas con la pelirroja de ojos cafés cuando estaban en la universidad, pero cada recuerdo se veía opacado por la imagen de la morena que le había destrozado el alma por segunda vez. Sabía que Paulina quería retenerlo, que quería contarle su versión de la historia, pero ni siquiera podía mirarla a los ojos. Estaba seguro de que si se quedaba en su casa, todas las explicaciones que Paulina tenía para darle, iban a ir a parar directamente a la basura, pues su dolor e ira iban a tomar el control de la situación y nada bueno hubiera salido de eso. José María maldijo en voz baja. Le costaba creer lo que estaba pasando. Condujo por casi quince minutos más hasta que llegó a su casa. José María se bajó del auto y una sonrisa traicionera se formó en sus labios. Alicia estaba de pie afuera de la casa.

"Pero, ¿cuánto tiempo ha pasado?" Alicia le preguntó al tiempo que abría los brazos para darle un abrazo de esos que si no se es cuidadoso, se termina llorando. José María se acercó y aceptó su abrazo. Sentía como un nudo en su garganta volvía a aparecer con más fuerza. Alicia tenía esa energía que invitaba a la gente a querer hablar de sus problemas sin miedo. "¿Estás bien?" le preguntó la pelirroja, preocupada. José María se aclaró la garganta y se alejó de ella. No se sentía listo para hablar del tema. Si lo hacía, todo se iba a sentir más real.

"Asuntos del trabajo," José María le mintió, regalandole una de las sonrisas más falsas que Alicia había visto en su vida. José María se devolvió al auto para buscar su bolso y maletín. Alicia lo acompañó y le ayudó a entrar su equipaje a la casa. "Muchas gracias, Alicia. Siempre estás ahí cuando necesito a alguien," José María comentó, sentándose en el sofá. Alicia le había enseñado la casa y la habitación en la cual se iba a hospedar. La pelirroja se sentó junto a él en el sofá y le ofreció una copa de vino.

"Si has pensado que me he creído tu excusa de antes, es que no me conoces para nada, José," Alicia le explicó, bebiendo de su copa de vino. José María soltó una sonrisa nerviosa y cogió la copa que la mujer le estaba ofreciendo. Le dio un sorbo y sonrió. Por supuesto que Alicia lo iba a descubrir. A la muy cabrona no se le pasaba nada. "¿Qué pasó?" le preguntó, dejando la copa en la mesa de centro. José María se mordió el labio. Confiaba en ella, pero no quería hablar del tema.

"Todo es muy reciente, Alicia. Necesito procesarlo yo primero para ser capaz de decirlo en voz alta," José María respondió, mirando a su amiga. La pecosa asintió con la cabeza mientras le sostenía la mirada, descifrando lo que pasaba por su mente. Alicia se lamió los labios y se puso de pie. Le dio una mirada rápida a su huésped y se fue a la cocina. "Alicia, ¿qué estás planeando, mujer? Conozco esa mirada," José María dijo, olvidándose de todo el peso que cargaba su alma. Alicia entró a la habitación nuevamente. En su mano derecha sostenía una botella de tequila y en la otra dos vasos pequeños. José María rió. Alicia era una caja de sorpresas.

"Olvidémonos de la realidad por esta noche," Alicia dijo, sentándose en el sofá nuevamente. Destapó la botella y comenzó a verter el líquido en ambos vasos. Percatándose de que se había olvidado del limón y la sal, la mujer de pelo cobrizo se puso de pie nuevamente y fue a por ellos. Cuando volvió, José María ya se había bebido los dos vasos y le regalaba una media sonrisa. Alicia rió y los volvió a llenar. Ambos se pusieron sal en el dorso de la mano y compartieron una mirada cómplice. "¡Por la vida!" Alicia exclamó, lamiendo la sal de su mano para beberse el líquido que quemaba su garganta. Luego, mordieron el limón y José María sirvió la otra ronda. Por cada ronda que pasaba, José María se sentía cada vez más ligero. Comenzaba a olvidar su dolor, su rabia y la sensación de traición. Alicia le hacía bien.

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