Prólogo

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Estábamos en el apartamento más feo de todo Seúl, y no era solo que mi cerebro estuviese programado para no apreciar el arte: todos y cada uno de aquellos cuadros eran objetivamente horrendos. Una pierna peluda saliendo del tallo de una flor. Una boca que rebosaba espaguetis. Junto a mí, mi hermano mayor y mi padre canturreaban con aire reflexivo, cabeceando como si entendiesen lo que estaban viendo. Era yo quien nos mantenía en movimiento a los tres; en aquella fiesta parecía imperar un protocolo implícito que nos obligaba a los invitados a recorrer la sala, admirar las obras de arte y solo después poder disfrutar de las bandejas de aperitivos que llevaban los camareros.

Sin embargo, al final de todo, sobre la inmensa chimenea y entre dos deslumbrantes candelabros, un cuadro representaba una doble hélice, la estructura de la molécula del ADN. La tela entera aparecía cruzada por una cita de Tim Burton:

«Todos sabemos que el amor entre especies diferentes es extraño».

Me eché a reír, encantado, volviéndome hacia Jihyun y mi padre.

—Vale. Este sí que es bueno —espeté.

Mi hermano suspiró y dijo:

—Tenía que gustarte, claro.

Eché un vistazo al cuadro y volví a mirar a mi hermano.

—¿Por qué? ¿Porque es lo único que tiene sentido en todo el apartamento? —le pregunté.

Miró a mi padre, y vi que este le concedía alguna clase de permiso.

—Tenemos que hablar contigo de tu relación con el trabajo.

Sus palabras, su tono y su expresión decidida tardaron unos instantes en llegar a mi cerebro.

—Jihyun —dije—, ¿de verdad quieres tener esta conversación aquí?

—Sí, aquí —me confirmó, entornando sus ojos—. Es la primera vez en dos días que te veo fuera del laboratorio y no estás durmiendo o comiendo.

Había observado con frecuencia que los rasgos de personalidad más destacados de mis padres — vigilancia, encanto, precaución, impulso y dedicación— se habían repartido limpiamente y sin contaminación entre sus cinco hijos.

«Vigilancia» y «Dedicación» se dirigían a la batalla en mitad de una velada en Batalla.

—Estamos en una fiesta, Jihyun. Se supone que tenemos que hablar de lo maravillosas que son las obras de arte —repliqué, indicando con un gesto vago las paredes del salón, amueblado con opulencia—. Y de lo escandaloso que resulta... algo.

No tenía la menor idea de cuál era el último cotilleo, y esa pequeña muestra de ignorancia no hizo sino confirmar las palabras de mi hermano, que contuvo el impulso de poner los ojos en blanco.

Mi padre me pasó un canapé. Parecía un caracol sobre una galletita salada, y lo deslicé discretamente en una servilleta aprovechando que pasaba un camarero. El traje nuevo me incomodaba, y me arrepentí de no haberme molestado en preguntarles a mis compañeros de trabajo si podría llevar un atuendo más cómodo.

—No solo eres listo —me estaba diciendo Jihyun—, sino que también eres divertido. Eres sociable. Eres un chico guapo.

—Soy un hombre —corregí en un murmullo.

Se me acercó para evitar que los invitados que pasaban por nuestro lado pudiesen captar nuestra conversación. Ningún miembro de la alta sociedad coreana iba a oír cómo me soltaba un sermón para que fuese más juerguista.

—Por eso no entiendo que llevemos aquí tres días y solo hayamos salido con mis amigos.

Le sonreí a mi hermano mayor y dejé que me inundase la gratitud por su actitud de hipervigilancia sobreprotectora antes de que me invadiese la piel una irritación más lenta y acalorada. Era como tocar una plancha caliente: un brusco reflejo, seguido de la quemadura prolongada y palpitante.

Seductor Irresistible - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora