Salí de ESE lugar y comencé a caminar. Con mi mochila en los hombros, las manos en los bolsillos, jugando con las monedas, contandolas una y otra vez y dejandolas pasar entre mis dedos. Con la mirada al piso, caminaba de prisa sobre el pavimento húmedo y evitando los charcos más profundos.
El golpeteo de mis zapatos en el suelo, el sonido de las monedas y el olor de esa lluvia que recién se había ido, hacían mi camino a casa más corto. Mi deseo siempre incontenible de llegar se fortalecia con lo que en ese momento pensaba.
Pasos rápidos, la banqueta con líneas que sin querer pisaba y luego daba vuelta en la esquina. Calles solas y ausentes que hacían crecer mi desesperación. Vuelvo a dar vuelta en la siguiente esquina, donde en el piso había florecitas marchitas y pisoteadas. Sólo vi una vez esas flores y un sentimiento invadió mi pecho...
"Hace mucho que no me sentía así de triste", pensé.
Pero seguí con mi camino porque faltaba poco: casa amarilla, cerca blanca y jardín con arbustos...
Saqué mis manos de los bolsillos y con una de ellas le di un golpecito con el nudillo al buzón de la casa amarilla, seguí y luego me topé con la cerca. Mi mano iba "brincando" sobre cada madera hasta que se terminó. Caminé unas cuantas casas más y al ver los arbustos del jardín, "registré" su color verdoso/amarillento en mi memoria, pues cada vez estaba más frondoso y vivo. Eso, me hizo un poco feliz.
Por fin llegué a casa. El césped tan verde, el cielo tan azul, la madera de las escaleras tan reluciente y la perilla de la puerta que luce radiante, pero eso no me importa ahora, sólo lo ignoro y entro a casa. No hay nadie dentro, ni mamá, ni mi hermano, porque mi padre decidió salir de ahí hace tiempo.
Subí la escalera del fondo, caminé por el pasillo hasta mi puerta, entré y dejé que mi mochila se me deslizara por los brazos hasta caer al suelo. Cerré la puerta de golpe al recargarme en ella para luego permanecer sentada en el piso frío.
En mi pecho crecía un dolor casi dantesco, mis manos temblaban y mis piernas se entumecieron. Tapé mi cara con mis manos a pesar de que nadie me veía; ahí estaba sola, en esa habitación con libros y una cama en la que ya no me sentía segura. En las paredes, pintura gris y grietas como venas en un brazo pálido.
A penas eran las 8 y cuarto, muy temprano.
Me levanté despacio, tomé la mochila, de ahí saqué el cuaderno de siempre y algo para escribir. Escribí vagamente un párrafo con palabras que en otro contexto serían lindas; continué llenando las hojas arrugadas con ideas abstractas y dibujos con trazos casi al azar... cuerpos hasta los hombros con una mancha en lugar de rostro y a un lado escribí "abismo".
Así pasó el tiempo hasta que decidí dejar a un lado todo, apagué las luces, me quité los zapatos y me metí a la cama...
"Así que me volví a encerrar ahí dentro y abracé mi almohada, lloré en silencio y siempre pensando en mis recuerdos".
Cerré mis ojos, solté la almohada, jalé el cobertor para cubrir mi espalda y dormí. Sueño y pesadilla, nada.
Y cuando despierto me doy cuanta que fue otro día de esos. Esos en los que al abrir los ojos el sol ilumina la habitación, me siento en el borde de la cama, veo mis manos manchadas con tinta y grafito... entonces vuelvo a ESE lugar.
