Grace Stevens (27)

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"Despierta el señor sol, buenos días, señor sol

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"Despierta el señor sol, buenos días, señor sol.
Hoy será un lindo día junto con su calor.
Señora primavera, saluda al señor Sol.
Trabajarán unidos, unidos con amor"

No concibo cómo es que hasta el momento no se me ha quebrado la voz.

Estoy sentada en una esquina de la tienda, con los niños haciendo una medialuna en torno a mí. Cantamos sin cesar esa canción que inventé para ellos hace algunos meses, esa canción que en este momento preciso ya no parece tener algún sentido.

Hace más o menos diez minutos los chicos que atendían en la tienda, junto con los dos que llegaron casi al mismo tiempo que nosotros, han cerrado la tienda y la han bloqueado. No han encendido las luces por seguridad. Aquí solo están ellos, mis dieciocho niños y yo.

En realidad, en el aula son veinte niños, solo que Millie está ahora mismo en cama con fiebre y Austin tenía que asistir al funeral de su abuela.

El resto sí pudo venir.

El resto tuvo que venir.

No me he preparado para situaciones como esta. No me he preparado para afrontar situaciones de alto riesgo, mucho menos para proteger a un grupo medianamente grande de niños de cuatro y cinco años. No se supone que tenga que ser yo sola, de hecho. Es imposible que le confíen veinte niños a una sola persona, he venido con Eliza y Martha, dos de mis compañeras. Solo que fui yo la encargada de traerlos por provisiones mientras las otras dos se dirigían a averiguar un poco más sobre el precio de las atracciones y cuáles eran más seguras.

Ruego por todo lo divino que las dos estén bien.

Sigo cantando con una sonrisa tatuada en el rostro y la mayoría de niños me sigue. Tengo en mi regazo a Lyla, que solloza y tiembla sin cesar. Doy gracias a que está ocultando entre mis brazos su carita sonrosada. Sé que, si el resto de sus compañeros la viera llorar, leería la verdad en su rostro. No necesito que los niños terminen de comprender lo que está pasando.

Las golosinas ayudan bastante.

La chica del mostrador, Lena se llama, pasó hace unos minutos repartiendo chocolates a cada niño, a lo cual cada uno respondió con un educado "gracias" (tal y como yo siempre se los he enseñado, las palabras mágicas) y una sonrisa de alivio. A los niños les gustan mucho los dulces.

Además, en contra de todo pronóstico, una de mis niñas se le ha unido. Lian sigue a Lena a todas partes, ayudando en lo que puede, tan laboriosa como siempre, la nena. Ella era la que cargaba los chocolates mientras Lena se los daba a los niños uno por uno. Ella misma susurraba palabras de aliento a todos, y saltaba por aquí y por allá cantando la cancioncita tratando de que sus compañeritos la siguieran.

Se ve muy linda hoy, se hizo dos moñitos en la cabeza, y luce tan inocente que la envidio. Envidio su tranquilidad, su sosiego, su seguridad de que todo estará bien, su capacidad para proteger y consolar. Envidio a Lian. A una niña de cuatro años que está mucho mejor preparada que yo.

Cuatro de agosto © [MEMORIAS #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora