2. Debe tener ojos verdes

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Una sonrisa se dibuja en mi rostro cuando veo a Sebastián durante el almuerzo. Está sentado en nuestra mesa usual, solo. Siempre llega primero —no sé cómo lo hace— y reserva el espacio para los demás. Se supone que guardar el sitio para otros alumnos no está permitido, pero nadie hace caso a esa regla porque es absurda, ¿quién querría comer junto a desconocidos solo porque un idiota le ha robado el sitio en la mesa donde están sus compañeros?

—¡Ahoy! Compañera —saluda él con un gesto cuando me ve.

—Buenos días, capitán —bromeo.

Si hay algo que me encanta de Sebastián es que tiene una personalidad única. Le gusta absolutamente todo, es un fanático de ser fanático de las cosas, no sé si me explico. Le puedes nombrar cualquier peculiaridad que suela interesar a solo un grupo pequeño, ¡y él la conoce! ¿Juegos de rol? Los ha probado todos. ¿Manga y anime? De alguna forma sigue cada serie nueva que sale en la temporada. ¿Libros? Si es medianamente conocido, ya lo ha leído; de lo contrario, lo está por leer. ¿Películas? Se sabe los diálogos de memoria de la mayoría. ¿Series? Puede hablarte de qué ocurre en cada episodio. ¿Videojuegos? Lo mismo. No entiendo de dónde saca el tiempo ni cómo es que le sobran tardes para tener vida social y juntarse con amigos. A veces lo imagino como a un pulpo. Con un tentáculo sostiene el controlador de la Playstation, con otro cambia de canal en la tv mientras practica un deporte y se pone auriculares para oír audiolibros al mismo tiempo que sus ojos leen subtítulos en otro televisor. ¿Es eso posible?

Depende de su humor, saluda de forma distinta. Hoy está en modo pirata, tal vez mañana me diga "padawan". ¿Quién sabe?

Me acomodo a su lado y lo abrazo con fuerza.

—Te extrañe, freak —digo con cariño.

—Y yo a ti, normaloide —se burla porque nunca entiendo sus referencias.

Sebastián lleva años intentando convencerme de unirme a sus pasiones. Cada tanto, lo intento. Recuerdo con especial cariño el verano que nos encerramos en el sótano de su casa con otros amigos para jugar Dungeons & Dragons bajo el aire acondicionado porque fuera nos derretíamos de calor.

Gracias a él, mi vida ha sido siempre entretenida. Nos conocemos desde comienzos de la escuela primaria y somos inseparables.

—¿Qué tal estuvo tu verano? —pregunta él. Como se fue con su familia a pasar los tres meses en Miami, donde vive su abuela, solo nos hemos visto por videollamada de vez en cuando.

—Aburrido sin ti —admito.

—¡No lo dudo! ¿Leíste alguna novela interesante?

—Nop.

—¿Series? —insiste.

—Nop.

—¡¿Y qué demonios has hecho durante tres meses, Amy?! —se desespera.

—Nada, en realidad. —Me encojo de hombros—. Cuando no estás por aquí, mi vida se vuelve monótona. Solo he salido al centro comercial un par de veces con Azul y con Elliot... pero desde que se volvieron novios que me siento un poco fuera de sitio. Ya sabes.

Sebastián estalla en carcajadas, no conoce la vergüenza. Es muy extrovertido y pareciera que nada lo incomoda. Me gusta su risa, siempre me resultó contagiosa.

—¿Y tu verano? —pregunto.

—Interesante, pero solitario. Gané un concurso local de cartas Magic al que me presenté por casualidad. Forjé un par de amistades de verano de esas que duran solo algunas semanas y hasta tuve un amorío pasajero con una chica que hablaba español, ni idea de dónde era pero me dijo que algunos familiares vivían cerca de la casa de mi abuela.

El chico que bajó de las estrellas (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora