⟨ ❛❛FEELINGS❜❜⟩

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꒱❛ CAPÍTULO NUEVE ꒱❞

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꒱❛ CAPÍTULO NUEVE ꒱❞.°୭̥

«Quiero ser lo que tú eres,
ver lo que tú ves,
amar lo que tú amas...
Tú eres mi amor y mi vida para siempre»

━━ Bram Stoker.

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 Ambos eran pequeños cuando se encontraron, pero ninguno de los dos imaginaba el lazo que iban a desarrollar, o bien aquel hilo que los unía desde incluso antes de nacer. No tenían muchas cosas para congeniar: hablaban distintos idiomas, venían de lugares diferentes, sus personalidades eran desiguales y no existía ningún indicio que diera a conocer que ellos llegarían a ser tan unidos como luego de cinco años.

Solo coincidían en su condición de huérfanos, al igual que el resto de niños que fueron traídos al Santuario. Algunos, abandonados a la desdicha por un padre que no quiso brindarles un hogar; otros, quizás los más introvertidos del grupo, aquellos que a tan temprana edad experimentaron el infierno mismo en la guerra que les arrebató su vida entera.

Fuera lo que fuera, el destino hizo de sus jugadas, y los dos fueron tan unidos como hermanos, en busca de suplir la falta de amor familiar con el otro.

(Reader) miraba con melancolía aquellos dibujos desgastados, cuyos colores fueron arrebatados a causa de la humedad y el paso de los años. Con Seiya habían construido este hogar en dónde solían venir a entretenerse con juguetes que encontraban o que ellos mismos construían para el otro.

En aquel entonces, un Gold Saint era el que estaba a cargo del cuidado de los varones, y una Saint femenina supervisaba a las niñas. Solo tenían el atardecer y la noche para encontrarse.

Seiya era aquello que alentaba a (Reader) a seguir. Los entrenamientos pudo soportarlos gracias al entusiasmo y persistencia que había copiado de su mejor amigo, el cual no importaba qué dificultad se le atravesara, volvería a levantarse como si nada hubiera ocurrido y volvería a la lucha. La chica lo admiraba, quería ser igual que él y demostrarle que ella también era capaz de enfrentar ese duro destino, así como él lo hacía.

Pero aquellos lazos prontos se vieron entremezclados con el despertar de su Cosmos. Para cumplir su papel en este mundo, (Reader) fue apartada de todos esos niños y llevada con el Kyōko, quién a partir de ese entonces se haría cargo de ella personalmente, y se convertiría en la imagen de la diosa que ellos juraron proteger. Ya no podía verse con Seiya, toda visita le era prohibida y apenas sí mantenía contacto con unos pocos Gold Saints, aquellos que ya eran adultos en esos años y que ocupaban un cargo en las Doce Casas. Por el resto, la niña creció alejada de todo vínculo que no sea referido a su misión como diosa de la guerra, y poco a poco sus sentimientos humanos se fueron sellando en su interior.

—Cuando tomé mi lugar en el Santuario, todos estos bellos recuerdos fueron borrados de mí —habló la mujer de ojos (color), recordando con nostalgia sus bellos años de la niñez que compartió con Seiya—. Pero hubo uno que jamás me abandonó. Fue la última tarde en que nos vimos, aquello que me dijiste antes de perderte por años. Aún seguía vivo en mí como el indicio de que, aunque seamos tan distintos, seguiremos juntos por la eternidad.

—"No te sientas triste por esto"—comenzó recitando el joven Saint, como si cada palabra hubiera sido grabada en su memoria y ahora floreciera de él con emoción—. "Te prometo que seguiré junto a tí, y te protegeré no sólo como tu amigo, sino como tu Saint."

—Cumpliste tu promesa. —La chica vio cómo la mano del Caballero se posiciona por encima de la suya, mientras seguía tanteando aquellos dibujos que tantas emociones le desataba—. No sólo cumpliste con ello, sino que además pudiste hacer que rompiera aquél velo que cubría mi corazón, aquel que yo misma me impuse queriendo no sentir más.

—¿Sentir qué? —interrogó Seiya.

Los ojos de (Reader) se posaron en los suyos. Solo bastó ese pequeño movimiento para que el corazón del Pegasus comenzara a latir con fuerza contra su pecho, emergiendo ese amor tan puro que tenía por su diosa, su amiga, la chica a la cual su vida había sido entregada no sólo por su condición de Saint, sino como el humano que era.

—Sentir amor —respondió.

De rodillas en el suelo a causa del poco espacio, ambos jóvenes se acercaron hasta detenerse frente al rostro del otro. Seiya corrió con delicadeza un mechón de ese cabello (color) como si con eso pudiera apreciar mejor el rostro de la chica. Trazó un delicado camino con su pulgar por aquellos pómulos sonrojados, inclinando su cara y plantando un beso en uno de estos, tan suave y frágil como temiendo que la chica frente suyo fuera una simple ilusión que a cualquier toque se rompiera en sus brazos.
Pero no, ella era real, no era una ilusión; aquella chica estaba, luego de tantos años, frente suyo, y para él, sólo para él.

—Te prometo otra cosa. —El joven Saint llevó una mano a su pecho, justo delante de su corazón, como queriendo dar a entender que sus palabras salían de lo más profundo de su ser—. No me importa lo que suceda entre tú y Hades, no pienso dejarte. Mi vida es tuya, y ni siquiera el mismo Dios del Inframundo me dará miedo.

Desconcertada a causa de ese problema, la chica no acredita el enorme impacto que produjo en ella aquellas palabras que salieron del alma del Saint. Lo dijo como si lo tuviera sin cuidado dar la cara frente a la ira de un dios, pero lejos de mostrar miedo, una sonrisa se dibujó en su semblante, una sonrisa llena de confianza, de fortaleza y, sobre todo, una sonrisa llena de amor.

—Seiya, tú no...

El joven de cabellos castaños aguardó a que su amada continúe con la oración, pero parecía que toda palabra murió en su boca pues su mirada pasó a ser una de pánico. Seiya no supo qué significaba aquello, e intentó llamar la atención de la mujer en busca de alguna explicación a su reaccionar, pero tan pronto como quiso tocar su brazo, la cortina del pequeño refugio fue abierta y de allí se dejó ver a uno de los Doce Guardianes de la Élite de guerreros de Athena, el que custodiaba bajo el signo de Tauro.

—Hay problemas.

Aquel hombre, de gran contextura física y seria mirada, se dirigió principalmente a su diosa, la cual ya parecía saber lo que estaba ocurriendo.

Seiya puso su atención en Aldebarán, el cual le regresó el gesto, uno que expresaba pena, compasión hacia él; y no bastó una palabra para que el Pegasus lo supiera, hasta que luego su superior lo confirmó:

—Es Hades.

—Es Hades

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𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀 ⊹ saint seiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora