Capitulo 9: Desespero

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— ¿No podemos comunicarnos con él?

—No, su radiotransmisor se dañó, seguro fue por la colisión con el meteorito y la onda expansiva que ésta emitió en el choque con la nave.

— ¿Y qué podemos hacer para decirle que podemos ayudarlo?

—La verdad es que no hay manera de hacerlo, con todos sus medios de comunicación dañados, es imposible comunicarnos con él.

—Mierda... —murmuró el Capitán Weslie dando vueltas por la Sala de Control.

— ¿Hay alguna manera de saber cuánto oxígeno le queda? —Preguntó Díaz observando a Fabián.

—Sí, tiene cuatro horas y media, señor —respondió el muchacho con la boca levemente fruncida. Saber aquello no le agradó El muy hijo de puta tiene oxígeno suficiente para que lo rescaten ¿qué suerte la tuya, no Iván? Siempre saliéndote con la tuya. Pensó con rabia el muchacho.

Los líderes a cargo se pusieron en marcha optando por el protocolo de seguridad y rescate. Tenían menos de cuatro horas para mandar suministros y una nave de rescate que pudiera salvar al único sobreviviente de la misión Frida01.

—Hierba mala nunca muere ¿eh, hijo? —Susurró el Comandante Díaz sonriéndole a la imagen de su hijo, éste, de un momento a otro, comenzó a sacudirse en su posición alertando a todos los presentes que se encontraban observándolo.

— ¿Qué le sucede? —Inquirió la única mujer que parecía tener voz en esa sala.

—Entró en pánico —contestó Weslie rompiendo el silencio que se había formado entre ellos—. ¡Vamos, en marcha! Ese pobre muchacho no aguantará mucho allá arriba sin antes volverse loco.

Todos en la sala comenzaron a correr de un lado a otro, el Capitán Weslie le hizo saber a su superior que harían todo lo posible por traer su hijo de vuelta y con vida. Díaz sólo asintió y pidió ser participante del rescate, que él mismo iría por su hijo.

—Pero señor, no es necesario, enviaremos a los mejores calificados para el trabajo, entre ellos un paramédico para que revise sus signos vitales y asegure que esté bien...

—Capitán Weslie —lo interrumpió Díaz con voz dura—, no hay persona mejor calificada para este viaje que el mejor astronauta de toda América ¿me entendió? Además, es mi hijo, yo lo rescataré y no obtendré un no como respuesta ¿le quedó claro?

El Capitán tragó hondo. Era muy cierto que aquél hombre que imponía y exigía respeto no era cualquier persona, era una importante, una que, si le daba la gana, le podía dar de baja de su puesto sin siquiera escuchar un perdón. El hombre de tez blanca no pudo negarse, asintió con la cabeza de acuerdo a lo que su superior le dictó y, junto a él, prepararon todo el equipo que les ayudaría a rescatar al astronauta Iván Díaz.

En menos de dos horas ya tenían todo listo. El Comandante Díaz estaba ansioso por partir, cada minuto, cada mísero segundo le costaba la vida a su hijo y eso era un lujo que él no se podía permitir.

En la sala de Control todos monitoreaban el conteo para el despegue.

—Capitán —habló Díaz por el intercomunicador mostrando su imagen en la pantalla grande—, permiso para despegar.

—Permiso concebido —respondió el mencionado acercándose al micrófono que se hallaba debajo de él—. Despegue en cinco... cuatro... tres... dos... uno... ¡ahora!

La nave realizó su despegue, dentro de la cabina todos temblaban por el impulso que les había proporcionado el ascenso, sin embargo, ya era algo de lo que estaban acostumbrados.

El Comandante Díaz era el piloto y Capitán de la nave de rescate Zarah21. Junto a él se hallaba el copiloto Valentín Pierce, el paramédico Henry Bones y su camillera Sabrina White. Todos preparados para el protocolo de rescate que se les había impartido horas antes de su partida. El vuelo duraba un aproximado de treinta minutos, lo que sumaban tres horas menos de oxígeno para Iván. Con una hora restante a su favor, toda la tripulación tenía que tantear a ciegas por la atmosfera para encontrar al joven muchacho que se hallaba flotando solo a la deriva. Lamentablemente, y de manera sospechosa, el rastreador del joven Iván se dañó minutos antes del despegue de la nave. Así que explorar por toda la atmosfera era su única manera de encontrarlo.

— ¿Cuánto tiempo nos queda? —Interrogó Díaz a su subalterno. Sus ojos destilaban desesperación, ya habían pasado más de veinte minutos desde que llegaron a los restos de la NaveFrida01. Con esto, el rescate de los cuerpos de los difuntos astronautas.

—Menos de treinta minutos, señor.

—Bien, aumenten la velocidad, no nos queda mucho tiempo. Tenemos que encontrar a mi hijo cuanto antes. 

Último Aliento.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora