Luego de una buena cantidad de tiempo, pude acostumbrarme al vaivén de mi propia respiración. Había decidido desistir, me había rendido ante la posibilidad de poder volver.
En tan poco tiempo, había aceptado mi destino.
Contemplé todo a mí alrededor. ¿Quién diría que me terminaría gustando estar sumido en pánico? El que me gustaría tanto el saber que moriría flotando en aquél espacio con aquella hermosa vista.
Anhelaba que el tiempo se detuviera, tan sólo para poder seguir admirando la belleza que me otorgaba la naturaleza en estos momentos. Las nubes blancas, el mar azul, la tierra verde y marrón... todo se mezclaba y me daba una gran sensación de paz. Era como si mi destino siempre fue terminar así: cumpliendo mi sueño para luego morir en él.
Habían tantos riesgos, tantas posibilidades de que todo saliera mal. Sin embargo; aquello que ocurrió no se nos pasó en ningún momento.
Era una misión tan sencilla, tan fácil que parecía que en cualquier momento podríamos volver a casa. Pero no fue así.
Todo terminó en un gran caos y, sin darme cuenta, aquél accidente me alejó de todo lo que alguna vez quise.
Tenía menos de cinco horas para arrepentirme de todo lo que nunca llegué hacer por mi cobardía y arrogancia. Pero en estos momentos, sólo quería disfrutar de aquella vista que me regalaba Dios antes de morir y convertirme en un desecho más de la humanidad.
Atesoraba cada segundo que pasaba, guardaba cada exhalación que daba e inhalaba con toda la lentitud posible.
Delante de mí, tenía toda la belleza de la tierra a mi merced, a mis espaldas... tenía todo lo que más miedo me causaba. Aquél vacío que me proclamaba, aquella profunda oscuridad que me adsorbía poco a poco.
La lentitud de ese hecho sólo causaba que me sintiera más aterrado, pero que sin embargo; con la vista clavada al frente y tratando de obviar aquél pensamiento, podía calmar mis demonios.
Durante mi niñez, siempre quise saber qué se sentiría estar flotando en el espacio, el tener el poder de volar como ningún ser humano y ser dueño de mi propio destino. Un sueño que terminó convirtiéndose en realidad y, en mi lecho de muerte, sólo podía atesorar y recordar todo aquello que había vivido y deseado.
Sin darme cuenta, había perdido toda fe y esperanza de poder volver. Acepté mi muerte sin siquiera buscar la manera de regresar, mandé todo a la basura nada más por observar la magnitud de la belleza que me ofrecía la tierra.
Era la presa de la rendición y sólo Dios era mi pescador.
Solté un suspiro.
El cristal del casco se nubló y, en esos segundos de visión borrosa, pude entender que aunque tuviera la oportunidad de volver, no tenía el deseo de hacerlo.
Me había entregado por completo, y sólo me bastó una hora para comprenderlo.
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Último Aliento.
Khoa học viễn tưởngContra todo pronóstico, el astronauta Iván Díaz, decide pasar su últimas horas contemplando la tierra desde lo más alto de las estrellas. Después de quedar varado y solo, no le queda más alternativa que sumirse en aquella sensación de paz y temor a...