cap. 2

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El constante y agudo pitido de una máquina terminó por despertarme, sacándome de la pesadilla que volvía a tener. Intentar abrir los ojos fue imposible, y moverme el mismo infierno. Sentía plomo en cada célula de mi cuerpo, el aire frío y tenso me rasgaba mientras intentaba recordar algo de lo ocurrido las últimas horas. Pero mi mente volvía una y otra vez a aquellas insistentes pesadillas que me tenían encadenado, torturándome cada noche.

La oscuridad era densa, pero era capaz de ver todo con detalle, las manos ásperas se deslizaban sobre mi cuerpo sin consentimiento alguno, no había una ni dos, había cientas. Recorriendo todo mi cuerpo con su líquido viscoso, pegándose cada vez más, rasgándome la piel en pedazos, la sangre caía y ellos se regocijaban, se reían de mí, de mi cuerpo, de mi vulnerabilidad. Las voces entraban por todas partes, retumbando en mi cerebro, repitiéndome lo inservible que era, lo duro que me cogerían, las cosas obscenas que harían con mi cuerpo aquella noche.

La ansiedad me estaba consumiendo, yo estaba atado sin poder hacer nada, gritando hasta romperme la garganta, rogando para que dejasen de tocarme. Más manos, dedos por mi espalda, mis muslos, adentrándose en mi boca y por dentro de mi ropa, sus erecciones sobre mi entrepierna, entrando en mi con tanta fuerza que sentía despedazarme, tirándome del pelo con tal violencia que hasta podría desmayarme. Fluidos de hombres que no conocía sobre mi cuerpo, mi abdomen, golpes y más gritos si no hacía lo que querían.

El infierno de mi pasado me consumía, ardía en llamas, y yo solo podía quemarme. Podía sentir todo con claridad, como si no fuese un sueño, como si en serio estuviesen ahí, yo solo gritaba intentando escapar. Pero era imposible, no podía mover un solo músculo de mi cuerpo, estaba atado a esa condena, prisionero de los errores de otra gente, ese había sido mi destino desde pequeño, sin escapatoria, sin oportunidad de una mejor vida libre de violaciones y violencia. Lo había aceptado, pensaba que vivir era mi castigo, hasta que llegó él.

Él...

—¡EIJI! — un grito doloroso salió de mi garganta, destrozando cada parte de ella, la punzada de dolor vino junto con el miedo. Me levanté de golpe, con tanta fuerza y desesperación que terminé por derrumbarme en el blanco y frío piso, las baldosas me recibieron con dureza. Un pitido se hizo presente en mi cabeza, cada vez más agudo y fuerte, la visión borrosa y el mareo no me dejaban pensar con claridad. Llevé mis dos manos a la oidos en un intento de acallar esos fuertes sonidos.

— ¡Dios santo, Ash! — una voz que podría reconocer a miles de kilómetros me recibió preocupada. Sentí unos brazos alrededor de mi torso, su cálido tacto contra mi piel, su aroma a limón que me era imposible de olvidar, solté todo el aire que tenía retenido en los pulmones. Levanté la cabeza y mis ojos se encontraron con los suyos, sus pupilas me miraban expandidas, sus orbes negras, su pelo azabache, revuelto danzando con la brisa.

—Eiji... — suspiré aliviado, dejando que las lágrimas y el sentimiento de tranquilidad me inundasen.

—Al fin despertaste —me miró con una mirada que denotaba cansancio, él también parecía aliviado, aunque su tono demostrase lo contrario. Tomé con fuerza su mano, enredando sus dedos con los míos, sintiendo el calor de su piel contra la mía, su pulso, su respiración subir y bajar, demasiado cerca de su pecho, demasiado cerca de sus labios. Lo miré.

—¿Estás bien?, ¿qué pasó? — las preguntas empezaron a invadirme inquietantemente — ¿cómo llegué acá? — di un vistazo a la habitación, nada nuevo, simplemente la misma decoración de siempre, una camilla con un suero, las paredes desgarradas, y la cortina amarillenta bloqueando la visión del exterior. No podía considerarse hospital, pero era lo que mí, mejor dicho, lo que nuestra gente tenía, y con eso era suficiente.

BANANA FISH au; una realidad distinta [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora