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"Ama hasta que te duela, si te duele es buena señal."
Madre Teresa de Calcuta.

Lunes 16 de Septiembre

Abrí los ojos y miré hacia la ventana. Por la luz que entraba a través de los cristales debían ser alrededor de las siete de la mañana, siempre me había gustado dormir con la persiana abierta, y calcular la hora que era por la luminosidad del día. Hacía bastante tiempo que dejé de utilizar el despertador para levantarme y no llegar tarde al trabajo. Con la mirada perdida sobre los primeros tonos azules del cielo, agradecí que el verano hubiese llegado a su fin. Al contrario que mucha gente, los meses estivales me suponían una de las épocas del año más aburridas. No tenía mucho que hacer en la ciudad durante esos meses, así que solía marcharme al apartamento que mis padres tenían junto a la playa. Allí lo pasaba muy bien cuando era una niña, jugaba con mis amigos junto al portal del edificio todas las noches, y como no estaba permitido corretear por la calle pasadas las doce, siempre había algún vecino, poco amigo de los niños, que se quejaba del escándalo. Desafortunadamente, el tiempo había pasado, y todos los amigos de la infancia habían ido construyendo sus vidas en otras ciudades. Dejaron de pasar los veranos en casa de sus padres, la mayoría de ellos se habían casado, o tenían hijos o se marchaban de viaje con sus parejas. Yo, sin embargo, era la única del grupo que continuaba veraneando allí todos los años.

Siempre fui sido una chica bastante prudente. A lo largo de mi paso por la universidad dediqué la mayor parte del tiempo buscando información en la biblioteca. Veía como muchas de mis compañeras lo pasaban genial saliendo por las noches, bebiendo, fumando y bailando, quizás guiadas por la falsa felicidad del alcohol. Yo, sin embargo, solía regresar a mi diminuto apartamento de estudiantes antes de las doce. No me apetecía levantarme al día siguiente con dolor de cabeza e ir a la facultad hecha un zombi.

Incluso en esa época consideraba que tener pareja no serviría más que para distraerme de mis objetivos, por lo que las relaciones sentimentales no solían durarme más de dos o tres meses.

Mis padres nunca me dieron su opinión cada vez que les comunicaba que yo  había cortado con algún chico, y mis amigas, sin embargo, me decían que en la vida había algo más que libros. Tal vez tenían razón, tal vez estaba demasiado concentrada en mis estudios, o quizás aún no había conocido al chico que me hiciera cambiar de opinión.

Por fin había finalizado el verano, y me disponía a comenzar un nuevo curso escolar con gran entusiasmo. Lo había esperado con muchísima ilusión, ya que al menos podría mantener la cabeza ocupada con los alumnos y las clases, y no estaría auto compadeciéndome de mi patética y solitaria situación sentimental.

Acababa de cumplir veintiséis años y ese sería a ser mi segundo año trabajando como profesora de matemáticas. El curso anterior había trabajado en forma de prácticas en un instituto de Kyoto, pero ese año me destinaron a un centro nuevo en Tokyo.

Aquella mañana no tardé ni dos segundos en levantarme de la cama y meterme en la ducha, en mi primer día de clase quería estar más que presentable para mis alumnos. Frente al armario dudé qué ponerme. Según me habían comentado el centro era un tanto especial, al parecer los alumnos tenían cierta tendencia a arreglar las cosas a base de gritos e insultos. No sería nada sencillo tratar con adolescentes de ese perfil, así que me planteé entre dos opciones: ir vestida como la Señorita Rotenmeyer e imponer seriedad, o también ir en plan fashion total y ser la "profe cool" para así ganarme su confianza. Finalmente consideré que en ningún caso sería yo misma, y me decanté por un clásico: vaqueros y una camisa blanca de manga corta. "Sencilla pero eficaz" pensé mientras me observaba en el espejo.

Escondidos Entre Aulas; TodomomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora