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Por fin era viernes, estaba deseando que llegara el domingo para ver la cara de mi padre cuando soplara sus sesenta y cinco velas, quería que el día terminara lo antes posible, sin embargo, esa mañana en el instituto las cosas se complicaron a cuarta hora.

Tenía clase con los alumnos de segundo A. De los cuatro grupos que me habían asignado, éste era quizás el más alborotador. Estaba formado por veinticinco alumnos, seis de los cuales eran repitentes. De todos ellos, llamaba especialmente la atención una chica con apariencia de veinteañera, a pesar de tener sólo quince años. Se llamaba Katsumi y era una muchacha muy avispada, demasiado diría yo. Solía vestir con grandes escotes y minifaldas, y daba la sensación de que se pasaba horas delante del espejo, porque su cara parecía una obra de arte con tanto maquillaje. Era una joven muy lista, pero desafortunadamente, muy perezosa y maleducada a la vez, jamás terminaba los trabajos y para más colmo, exigía a los compañeros de muy malas maneras que se los resolvieran.

Por suerte no había tenido ningún enfrentamiento con ella hasta aquel momento, y es que simplemente ignoraba sus ganas de llamar la atención, pero muy a mi pesar, ese día se me ocurrió mandarles para casa un trabajo en grupo.

— Bueno chicos, este fin de semana lo van a dedicar al maravilloso mundo de los números enteros. Quiero que sean capaces de reconocer su utilidad a la hora de plantear y resolver situaciones de la vida cotidiana.

— ¿Cuántos podemos juntarnos para formar el grupo? — preguntó uno de los alumnos. —

— No más de cuatro — le contesté. — pueden elegir ustedes mismos los miembros que trabajarán en el proyecto.

Observé cómo todos se levantaban de sus asientos buscando a los compañeros ideales para organizar el trabajo. En la última fila se encontraba Katsumi, que no hablaba con nadie ni organizaba nada, simplemente se dedicaba a garabatear sobre un trozo de papel.

— Katsumi ¿Ya tienes compañeros para el trabajo? — me acerqué hasta su pupitre para preguntarle. —

— No, paso de proyectos en grupo. —contestó indiferente. —

— Vamos, todos ellos están buscando a alguien para hacerlo. — intenté animarla. —

— Me da igual, yo lo haré en casa sola.

— Las cosas no son así, hay que aprender a trabajar en gru....

— ¡Te he dicho que lo haré en casa sola! — me interrumpió desaforadamente. —

Mis oídos no daban crédito a lo que estaba escuchando. ¿Había sido capaz de gritarme? Se levantó de la silla y con una expresión llena de odio continuó chillando:

— ¡Paso de trabajar en grupo; son todos unos inútiles, paso de esta clase, paso de esta asignatura, y paso de tí!

El resto de los alumnos se quedaron sin habla al escuchar las palabras de su compañera. Yo estaba paralizada por el desconcierto, pero decidí dejarla desahogarse hasta que se hartara.

Permanecí impasible aunque las piernas me temblaban, e intenté controlar las ganas de callarle la boca de un bofetón. Cuando por fin se calmó, decidí hablar yo:

— Mira, no sé lo que te pasa; si tienes algún problema puedes hablarlo conmigo. — ahora era ella la que permanecía indiferente. — Lo que no voy a permitir es que me hables en ese tono. Yo no te he gritado en ningún momento, así que espero el mismo comportamiento por tu parte. Tienes hasta final de esta hora para disculparte, sino lo haces, serás sancionada.

El resto de la hora se mantuvo callada en su asiento. Los demás alumnos terminaron de constituir los grupos y me entregaron un listado con sus nombres. Todos seguían intimidados por la escena anterior, y ninguno se atrevió a hablar o hacer ningún ruido. Cuando el timbre sonó volví a dirigirme a Katsumi.

— ¿Tienes algo que decirme? — creí que pasado unos minutos se le había pasado el enojo y recapacitaría su mal comportamiento. Esperaba que al menos se disculpara por ello. —

— No. — fue su escueta respuesta. —

— En ese caso, enviaré una amonestación a tu casa para que tus padres sepan lo que ha pasado. — sin mediar palabra, cogió sus cosas y se marchó. —

Al terminar salí de allí y fui al departamento de matemáticas, estaba tan desconcertada, necesitaba contarle a alguien lo sucedido y que me diera su opinión.
Cuando llegué sólo encontré a Tetsutetsu, que estaba pasando unas notas al ordenador. No estaba segura si debía comentarle a él mi pequeño percance, quizás pensara que era una histérica y que le daba demasiada importancia a algo que no la tenía. Él parecía tener siempre bajo control a sus alumnos, se mostraba formal e imperturbable ante ellos, por eso no quería que me considerara una inexperta en el trato con los estudiantes.

— ¿No tienes clase ahora? — le pregunté para tantearle —

— No, tengo una hora libre antes de mi última lección ¿te apetece un café?

— Mejor no, estoy hecha un manojo de nervios, y creo que un café me
alteraría aún más.

— ¿Qué te ha pasado? — preguntó curioso.

«Vaya, ¿qué voy a contarle ahora?» pensé.

Me había delatado a mí misma, y es que en el fondo lo único que quería era desahogarme. No pude reprimirme, así que le expliqué lo que había sucedido. Tetsutetsu se mostró muy cordial, escuchó toda la historia con gran interés, lo cual me sorprendió gratamente. Tuvo palabras de aliento para consolarme y hubo un momento en el que me agarró de la mano para tranquilizarme. No sé cómo, pero hizo que me sintiera mejor, me confirmó que había actuado correctamente y que lo mejor era no perder los papeles ante un alumno, debía mostrarme imperturbable ante cualquier grito o insulto. Así lo creí yo también.

— Vamos, te invito a un té, creo que te vendrá mejor — me ofreció. —

— De acuerdo, uno de tila me ayudará — dije mostrando al fin una leve sonrisa. —

Durante esa hora en la cantina olvidé por completo el mal rato que había pasado. Tetsutetsu estuvo contándome su experiencia como profesor en otros institutos, desde el día que comenzó por primera vez, hasta el día que lo nombraron jefe de estudios por un error informático.

Pude fijarme en sus ojos negros y brillantes, su mirada transmitía paz y armonía, y sus gestos eran lentos y suaves. Pasé un rato agradable con él, la verdad es que no imaginaba que fuera tan encantador, siempre había tenido el absurdo prejuicio de que todos los guapos eran unos engreídos y egoístas.

— Si quieres podemos ir al cine este fin de semana. —me propuso finalmente mientras sacaba dinero de su bolsillo para pagar lo que consumimos. —

— Lo siento, el domingo es el cumpleaños de mi padre y vamos a reunirnos toda la familia. — me excusé. —

La propuesta de ver una película juntos no me hacía sentír demasiado cómoda. El hecho de quedar los dos a solas... casi no lo conocía y además, éramos compañeros de trabajo, lo cual me incomodaría aún más si no congeniábamos fuera de la academia.

— Vaya, pues la próxima será. — parecía decepcionado. —

— Claro hombre, tenemos todo el año. — le quité importancia dándole una palmadita en la espalda. —

Sonó el timbre anunciando el cambio de clase. Nos despedimos y de nuevo le di las gracias por haberme escuchado.

De vuelta a casa volví a reflexionar sobre el incidente que había tenido lugar aquella mañana. Intenté comprender por qué Katsumi había actuado de esa manera, no es que quisiera excusarla, pero tenía la impresión de que había algo más detrás de ese comportamiento. Quizás
hubiera tenido algún problema con sus compañeros de clase que yo ignoraba, y por eso no quería trabajar en grupo; o tal vez ya iba enfurecida de casa. Creí que debía hablar con la psicóloga del centro para tener más información sobre ella y su familia, de esa manera tal vez podría comunicarme con ella mejor. En cualquier caso decidí no pensar más en el tema por ese día, siempre había tenido la firme convicción de que el trabajo tenía que quedarse fuera de casa, y no quería que el asunto me afectara más de lo debido. Por ello dediqué la tarde a hacer unas cuantas llamadas de teléfono para terminar de organizar el cumpleaños de papá.

Hola! Aquí está el tercer capítulo, ya terminé y entregué todas las actividades que me mandaron. Ahora ya puedo volver a escribir. Nos leemos la semana que viene. ¡Hasta la próxima!

Escondidos Entre Aulas; TodomomoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora