Capítulo tres

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Hermione

Sin duda alguna, no había nada que la aterrorizara más que subirse a un avión. Desde la comida, hasta el mismísimo personal de servicio a bordo, le erizaban los pelos de la nuca y hacían que su piel se estremeciera.

Pero sin duda, nunca antes se había sentido tan asustada como ahora.

-¿No es posible que me cambie de asiento?- Le inquirió nerviosa a la azafata que la ayudaba a colocar el equipaje en su lugar.

La joven simplemente sonrió, como si quisiera disculparse con ella.

¡Ella no necesitaba una disculpa, maldita sea! ¡Necesitaba un asiento que no tuviera una maldita ventanilla!

-No, lo lamento señorita. Pero le recuerdo que puede cerrar la cortina...-

Hermione no podía creer su mala suerte. Odiaba a las aerolíneas más que a nada en el mundo. ¿No se suponía que brindaban un servicio de primera clase? Suspiró. 

–Yo pedí expresamente que me dieran un asiento sin ventanilla...- Pero no tuvo más tiempo de protestar porque la mujer se alejó sin decir nada.

¡La había dejado con la palabra en la boca!

Tomando una buena bocanada de aire, tomó asiento en el último lugar en que quería estar.

No había tenido nunca este tipo de molestias, desde que su padre había adquirido un jet privado. Maldito él, por haberla metido en tal estúpido compromiso. ¡Y maldito Harry por enamorarse de Pansy! Si no fuera por él, en primer lugar, ella sería la mujer más feliz de la faz del planeta, no una prófuga de su familia, y tampoco estaría a merced del terrible servicio que las aerolíneas prestaban.

Cerró sus ojos. Sabía que el viaje sería largo. Quizás para entonces, el avión se hubiera estrellado y ella moriría. Quizás así les remordería la conciencia tanto a su padre como a Harry por obligarla a casarse.

Draco

Nunca se sentía cómodo en los aviones como quisiera. Yaunque este avión en particular, pertenecía a la familia Malfoy, elconocimiento de encontrarse a miles de metros sobre la tierra, sin nada más quetoneladas de aire frío entre la nave y el planeta, podía poner a prueba susnervios de acero.

No le gustaba para nada tener que embarcarse tan a menudo, pero al parecer, aquella era la única actividad que había realizado durante el transcurso de esta semana.

-¿Desea algo, señor Malfoy?- Le preguntó la asistenta de vuelo. Sin poder evitarlo, con su mirada recorrió las curvas de la joven que no debía tener más de veinte años de edad.

Tentador, pero no hace mucho se había metido en problemas por dejarse llevar por los bajos instintos. Negó y despidió a la muchacha. Lo último que necesitaba era una virgen respirándo, mejor dicho, asfixiándolo en la nuca.

Dichos problemas que aún no había resuelto.

Tal y como había planeado, Antares se había distraído con eso de la "boda". Ya sabía que su prima en el fondo, muy en el fondo, tenía que admitirlo, también era una mujer. Y por lo tanto, romántica.

Pero pronto se percataría de que él no podría disponer del dinero de la herencia aún cuándo se casara.

Gruñó. Qué bien lo habían conocido sus padres, aún cuándo la muerte los había separado de él, en su temprana juventud. ¿Sabrían desde entonces que él sería un mujeriego empedernido en su adultez? Ésa sería otra pregunta que no tendría respuesta para Draco.

Antares se había despistado. O simplemente no se sabía al pie de la letra el testamento redactado por el abogado de sus tíos. Draco sí se lo sabía.

unidos por un contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora