1. Días antes.

27 2 0
                                    

Días previos...

—Oye nana. —habló fuertemente la niña, llamando la atención de la señora mayor que tenía enfrente.

La pequeña miraba con sus ojos verdosos al borde del llanto, tomaba fuertes inhalaciones mientras inflaba sus cachetes de aire.

—¡Oh! —logró salir de la boca de la mayor— ¿Qué tienes pequeña? 

Era una señora canosa con un acento peculiar y raro, estaba acostumbrada a esa situación ya que la niña siempre llegaba corriendo a ese mismo horario repitiendo que no volvería a la habitación dónde se quedaba, lloraba desconsolada hasta que se lograba quedarse dormida escuchando a Mercedes (su nana) cantar junto con los ruidos del fregadero. Sus mejillas sonrosadas terminaban empapadas de un recorrido de lágrimas, mientras que a su cuidadora no le quedaba más remedio que taparla y dejarla dormir, acurrucada a un oso ya bastante desgastado.

—Dulces sueños, pequeña —decía mientras dejaba un pequeño beso en su frente—. Pronto todo acabara, tu deseo se cumplirá. Todos esos niños dejarán de burlarse —antes de cerrar la puerta de la cocina volteó a verla una vez más–. Lo prometo.

A la mañana siguiente Rose se levantaba con fuertes dolores de cabeza que duraban un corto plazo de tiempo, se refregaba sus ojos y observaba la habitación. Normalmente pasaba allí la mayor parte del tiempo. Por otro lado, Mercedes se encargaba de ser la primera en estar ahí con ella. Sin embargo ese día no la vio.

De igual manera Rose pudo percibir un grito detrás suyo, a la vez que su brazo era jalado fuertemente haciendo que el dolor se concentre en la zona.

—¿¡Qué haces en la cocina, mocosa insolente!? —escuchaba gritar a otra de las cuidadoras diarias, mientras realizaba muecas de dolor.

La chica que había aparecido tenía una apariencia más joven, por lo que Rose sabía a su corta edad y le había contado Mercedes, era una de las últimas contratadas y sin dudas una de las más privilegiadas. La niña de 8 años no se quejó cuando la zarandeo por todo el pasillo gritándole cosas de mala manera y en un lenguaje muy vulgar a su parecer.

—¡No te quiero volver a ver!

Ese grito final estuvo acompañado de un fuerte empujón, la había arrastrado hasta el comedor y finalmente tirado contra la pared de penitencias. En ningún momento la niña se quejó, evitó las lágrimas y solo observaba a todos aquellos que no dejaban de mirarla. De pronto escuchó lo que más temía; risas, burlas, cánticos y finalmente apodos (solían llamarla bruja, fenómeno o demonio) dichos con odio y temor a la vez.

Sus lágrimas comenzaban a posarse en sus ojos, pero aún mantenía la esperanza de que aquel iba a ser un gran día.

—¡Rose! —se escuchó la voz de Mercedes—. Lo lamento tanto, Rose.

Sus brazos se abrieron y la acurrucó en su pecho, en un cálido abrazo.

—También me querías dejar —pudo decir en un susurro, estaba afligida—. Como ellos, todos me dejan. Me han abandonado.

—Aún no lo entiendes, nena —dijo viendo a la pequeña soltar sus primeras lágrimas— No entiendes lo importante que eres, por eso siempre te protegí —se apartó más y acomodó el cabello castaño de Rose—. Tú eres especial —le habló con una inmensa alegría.

—¿Por qué soy un fenómeno? —preguntó sin sonreír, simplemente viendo la reacción de su nana.

Todos a su alrededor se habían callado.

—Claro que no, Rose. —negó—. Ahora quiero que me prestes atención a lo que te tengo que decir —la niña asintió confundida—. Tenemos que ir a tu cuarto a preparar tus cosas.

La mirada de confusión que se tallaba en la cara de Rose era inigualable. No alcanzó a hacer preguntas que Mercedes la estaba llevando nuevamente a su habitación, caminaba tomándole la mano y a pasos apresurados.

—¿Me han adoptado? —cuestionó nuevamente.

No logró obtener respuesta, solo pasaban habitación tras habitación, hasta llegar al número 22. Una vez se adentraron se podía visualizar 4 camas cuchetas, sus compañeras de cuarto no estaban y, a decir verdad, no le disgustaba del todo.

—Quiero que prestes atención a todo lo que te diga —reiteró Mercedes, mientras estaba sujetando una mochila grande con bellas flores—. Estamos a poco de tu cumpleaños, a partir del mes que viene no voy a estar más en el orfanato —Rose asentía con tristeza—. Tranquila, para tu cumpleaños te tengo una sorpresa y quiero que de ahora hasta ese día... —hizo una pausa volteando a verla y quedando a su altura nuevamente— Escúchame bien, Rose.

Mercedes miró a todos lados con precaución antes de hablar.

—Piensa en un deseo que se pueda hacer realidad...

—¿Volver a ver a mis padres? —interrumpió la pequeña.

Su nana la miró y suavizó su expresión mientras negaba.

—Ellos no te abandonaron, nena —centró su mirada en sus ojos verdes, recordando las palabras que había usado momentos antes—. Ellos murieron —soltó con pesadez, la niña volteó la mirada pero no por mucho ya que Mercedes tenía apuro y agarró sus cachetes haciendo que fije su vista en ella—. Eres lista pequeña, por lo tanto necesito que pienses bien lo que vas a desear. Quiero que en estos días, e incluso para tu cumpleaños no pierdas de vista esta mochila —Rose miró la mochila mientras asentía con su cabeza nuevamente—. Y ese día no te la saques, por nada. ¿Entendido?

—Sí, nana —confirmó con un tono de voz triste—. ¿Y por qué no?

—Tus respuestas están ahí adentro —le depositó un beso en la frente—. Y por lo pronto no la puedes abrir, ¿sí?

La hora se le acababa, Rose miraba la mochila y acto seguido la miraba a ella. Se presentaba un nuevo desafío ante sus ojos, resignada soltó el aire que estaba conteniendo.

—No lo haré, no perderé de vista la mochila, ni la abriré. Lo prometo —dijo nuevamente esbozando en su cara una linda sonrisa.

—Cuando llegue el momento de hacerlo te darás cuenta —dijo mientras escuchaba el timbre sonar, era momento de recreación—. Me tengo que ir.

La señora de ojos oscuros y canosa dejó en la habitación a una pensativa Rose. No entendía lo que estaba sucediendo, solo sabía que no se iba a separar de esa mochila aunque perdiera mucho por ello.

ROSE y sus travesías en hogwarts. [ROH#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora