Don't Let it Break Your Heart: Atsumu ve cómo las cosas mejoran.

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“Estoy bien”, sentenció Atsumu para sí mismo. Su vida en pocos meses se fue recomponiendo, tal vez no había cambiado mucho para ojos de terceros, pero si se ponía atención se podía apreciar el cambio. Una casa que oprimía incesantemente el silencio, una casa llena de desesperación se volvió un hogar con musica y luz donde Atsumu se sentía creativo. Una vida caótica y sin horarios donde las horas que pasaba despierto eran un desperdicio se volvió orden y productividad, Atsumu se sentía mejor consigo mismo y trabajaba mucho mas. Kiyoko y Hinata ya no eran su tormento, aprendió a llenar la soledad abriendo las puertas a sus amigos y familia de nuevo a su vida.

—Te lo digo, puedo ver fantasmas. —sentenció Suna, la conversación se había desviado tanto que Atsumu perdió el hilo por completo.

—Los fantasmas no existe. ¿No Sumu? —su hermano lo volvió parte de la conversación.

—Realmente no lo se, jamas vi uno. ¿Que opinas vos, Kita? —Atsumu le pasó el muerto a otro.

—Diría que nunca vi un fantasma, pero no es del todo cierto, he visto muchos. Pero no como ustedes trio de idiotas se imaginan. Pueden ser muchas cosas. Un recuerdo, una fantasía, un secreto, tristeza, ira, culpa. Pero en mi experiencia casi siempre es lo que queremos ver.

—Entonces creo que si he visto fantasmas… —dijo Atsumu.

Los meses de bienestar no había sido del todo pacíficos para el joven, había noche en que los miedos y la culpa se aliaban para abrirse paso en su vida, cuando sus amigos se fueron descubrió que iba a ser una de esas noches. ¿Cómo lo supo? Volvió a escuchar la risa de Hinata perdiéndose en las paredes, sentía el olor al café que preparaba Kiyoko por las mañanas. 

Olvidar no era sanar. Atsumu busco aquella caja de cosas que había guardado en el fondo del ropero pero que por un momento deseo tirar.

Un pañuelo de seda negro, un adorno comprado en París, los boletos para la pista de patinaje, la servilleta donde habían escrito que estarían juntos por siempre.

—Kiyoko… —dijo cuando escucho la voz ajena atendiendo el teléfono. —… ya es hora.

Kiyoko al otro lado de la línea cogió la bata y salió de su departamento para sentarse en el balcón, una copa de vino y la brisa de una noche de verano la acompañaba.

—También lo estoy, Atsumu.

—No se por donde empezar.

—Dime si estas bien. —Kiyoko escondía su preocupación, las cosas entre ellos estaban rotas pero la muchacha no olvidaba los tres años de amor y buenos momentos.

—Lo estoy, de a poco estoy mejor. ¿Tu?

—También lo estoy, Terushima me propuso matrimonio.

—¿Lo amas?

—Lo amo.

—¿Más de lo que me amaste?

—Diferente a como te ame, Atsumu. ¿Tu lo amas?

—Aun lo amo.

—¿Más que a mi?

—Diferente a como te ame, Shimizu.

—Tienes que buscarlo.

—Ya es tarde para nosotros.

—Atsumu, estabas enamorado de tu vecino y lo sigues estando dos años después, no es tarde.

—¿Me odias?

—Al principio, pasaron ya varios años, te odie. Me molestaba que mientras yo te amaba, vos estabas enamorado de otro chico, ni siquiera era capaz de querer competir por tu amor porque sentía que no era lo suficiente. Luego, cuando conocí a Terushima lo entendi. Entendí lo difícil que era amar a dos personas de formas tan distintas, cuanto te desgastaba y el no querer perder a ninguna.

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