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  Han transcurrido aproximadamente treinta minutos desde que mi compañero ha llegado y yo aún no he dejado de verlo. A pesar de estar obligándome a ver mi cuaderno, a los pocos segundos lo estoy viendo a él, recordando que le he dado mi pañuelo. No debería comparar esta situación con las historias románticas que leo, es decir, es estúpido, ¿cierto? No debo estar imaginando cosas que no son, porque aquí no hay nada, simplemente le he entregado mi pañuelo porque estaba sudado y ya está, no lo he aceptado de vuelta porque... porque qué asco, estaba sudado, sí, eso es.

  Sin embargo, no puedo dejar de verlo. Me gusta verlo así, tranquilo, parece realmente ensimismado en sus anotaciones. Recuerdo la primera vez que lo vi aquí, estaba rodeado de libros y lucía muy concentrado en sus estudios. Ya hace un mes prácticamente de eso y aquí estamos, no en la misma mesa pero si en el mismo lugar, juntos, sin pelear y sin decir nada, solo somos dos chicos que están estudiando y ya está.

  ―¿Tus anotaciones están en mi cara?

  ¿Qué?

  Pestañeó con rapidez y me doy cuenta de que me está mirando fijamente. ¿Desde cuándo me está mirando? ¿Se habrá dado cuenta de que yo lo veía? ¿Qué digo? ¿Qué digo?

  ―Ja-ja, qué dices ―digo, ni siquiera sé porque he dicho jaja―. Claro que no, mis anotaciones están aquí ―le muestro mi cuaderno―, y llevo desde que llegaste leyéndolo ―lo veo alzar su ceja derecha y automáticamente esa sonrisa burlista está en su rostro. Demonios, sabe que miento.

  ―Ya veo. ¿Y ya te sabes lo que tienes escrito?

  ―Eh... por supuesto que sí, obviamente ―bufo y me dejo caer un poco hacía atrás en mi silla, mirando a otro lado y cruzándome de brazos como si estuviera indignado―. ¿Por quién me tomas? Soy un chico muy estudioso.

  Lo escucho reírse pero no me giro a verlo, debo seguir con mi actuación.

  ―Muy bien, dado que estamos estudiando juntos te propongo algo. Me das tus anotaciones, te doy las mías y comenzamos a hacernos preguntas, ¿te parece? Creo que así tendría sentido estar juntos aquí.

  Me giro a verlo, no hay ninguna expresión en su rostro, no se está burlando, ni luce serio, simplemente me ve y ya, esperando mi respuesta. Admito que es una buena idea, así que asiento y le entrego mi cuaderno, él hace lo mismo y me entrega el suyo.

  ―¿Puedo elegir cualquier página? ―lo veo asentir mientras él hojea mi cuaderno. Su letra es bonita, es decir, es legible y puedo comprenderla, a diferencia de él, que lo veo fruncir de vez en cuando el ceño―. En mi defensa, suelo escribir desastroso cuando estoy apresurado.

  ―¿Entonces siempre estas apresurado? ―y me muestra las hojas de mi cuaderno. Si, bueno, en realidad soy un asco para esto de escribir, a veces ni yo mismo entiendo mi letra―. Vamos, comienzas tú. Me haces una pregunta y si no respondo, me das alguna pista. Digamos que solo tenemos una oportunidad para una pista, si no la acertamos, entonces marcas con el lápiz la hoja, así sé que debo concentrarme en esa parte, yo haré lo mismo. Pregunta.

  Asiento a su explicación, me dispongo a hojear una vez más su cuaderno hasta me decido y le hago la primera pregunta, él la responde inmediatamente sin titubear, se nota muy seguro de lo que está diciendo y es correcto, todo lo que ha dicho es lo que está escrito en la hoja. No puedo creerlo, este chico realmente es muy aplicado con sus estudios. Cuando es su turno de preguntar, me equivoco. Sé que conozco la respuesta pero estoy nervioso, especialmente porque tengo cierta mirada avellana sobre mí, esperando ansioso mi respuesta. Me remuevo y escucho la pista, la reconozco y esta vez sí soy capaz de formular la respuesta, él asiente y me sonríe, invitándome a hacerle su segunda pregunta.

El chico de la habitación 230Donde viven las historias. Descúbrelo ahora