Capítulo 9: Motivos Suficientes

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 ¿Fueron cuatro? ¿cinco? No recuerdo exactamente. El hecho es que él hizo sólo dos aciertos. Aquella vez hicimos un reto bastante trivial: ante mi triunfo, él debía preparar mi almuerzo. ¡Cinco a dos! y el juego estaba lejos de ser complicado. "¿Tú me dejaste ganar?" le había preguntado; "¡No lo hice!" me había contestado, en un ademán sarcástico. "Me lo vas a agradecer, Wayne" me había dicho luego (se le transformó en hábito llamarme "Wayne" cuando bromeaba).

 De esta manera, descubrí la habilidad gastronómica de mi acompañante. Así como para la cocina, tuvimos tiempo para charlas reflexivas y también superficiales; salidas a lugares, lugares que junto a Andy parecían abundantes en atracciones; y compartimos hasta banalidades de la vida. Visitábamos con frecuencia aquel parque, lo denominamos "Wonderland", a raíz de una serie de bromas y ocurrencias de Andy acerca de la película "Alice in Wonderland"; esa tarde reí como nunca en mi vida lo había hecho.

 Hubo más ocasiones, claro está, en que la risa se hizo excesiva; pero al igual hubo otras llenas de melancolía y sinceridad. Le relaté lo sucedido con mi padre y él también me confió íntimas historias de su adolescencia. Semana trás semana la confianza se acrecentaba entre nosotros y cada vez nuestro trato diario iba ganando más autenticidad, para llegar a convertirse en una desinteresada amistad desprovista de cualquier tipo de vacilaciones.

 ¡Pero qué bien me sentía con él! Esas eternas tardes que pasábamos intercambiando palabras; hablando acerca de nada en especial, y a la vez, de todo lo esencial. Poco tardamos en reparar lo diferentes que realmente éramos. Habían muchas preferencias en cuanto a lugares, situaciones, alimentos y hasta personas que ni por coincidencia compartíamos; pero nuestras maneras de razonar y percibir el mundo sí se asemejaban bastante, y lo confirmaba en cada charla junto a él en "Wonderland".

 Transcurrían las horas, los días, las semanas, y ya eran casi cuatro meses. Ninguno de los dos parecía percatarse del tiempo, después de todo ¿qué importancia tenía? Simplemente disfrutábamos acompañándonos. No sé si sea beneficioso o perjudicial, pero creo que me acostumbré a su presencia y él a la mía; creo que logré involucrarme (quizás más de la cuenta) en su vida cotidiana y de la misma manera, él lo hizo en la mía; es más, podría asegurar que llegué, de algún modo, a ser imprescindible para él en muchos aspectos, así como él llegó a serlo para mí.

 Un peculiar afecto comenzaba a surgir entre nosotros y bien lo sabíamos, aunque no nos lo decíamos. Aprendimos a crear códigos secretos que interpreten este complejo lazo entre ambos, este lazo profundo e inquebrantable que nos mantenía emocionalmente unidos. Lo sabíamos de sobra, en cada abrazo de despedida se escondía un desesperado "quédate" y en cada reencuentro nuestros ojos revelaban un "te extrañé". Tan solo un minuto junto a Andy vale la pena, él es especial. Moly bien sabe que yo siempre he sido una persona inestable, ella nunca me abandona en mis momentos de crisis; pero Andy, él sabe perfectamente cómo calmar mis ansias, ahuyentar mis miedos, aminorar mis pesares. Su compañía significa paz para mí, paz e interminable felicidad. Él procura siempre mantener mi rostro sonriente y me respeta por sobre todas las cosas. Su constante caballerosidad, su preocupación por mi bienestar, sus infaltables demostraciones de cariño. No ha existido un hombre que sepa tratarme mejor que Andy, y no creo que lo exista.

 Resulta irónico pensar en los acontecimientos, es casi ficticio. Black Veil Brides un tiempo atrás figuraban como un sueño irrealizable para mí y Moly; en cambio ahora son prácticamente parte de nuestra rutina, participamos en sus avances musicales e incluso en sus vidas íntimas. Descubrí personalidades alegres, auténticas, sensibles y risueñas. Compartí nuevas experiencias con ellos, me atreví a disfrutar al máximo esos momentos, sin miedos. Aprendí a conocerlos, uno a uno, logré distinguir sus modismos y anticipar necesidades, en especial las de Andy. Los cinco hacían de mi vida y la de Moly una montaña rusa de emociones, llena de risas y sorpresas. Nos prestábamos ayuda y hacíamos compañía entre todos. No perdíamos oportunidad, intercambiamos regalos en Navidad y abrazos en Año Nuevo. Sí, mis cinco ídolos se habían convertido en mis leales amigos.

Mi Amado BiersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora