Capítulo 10: Palabras Que Hieren

180 13 13
                                    

Mis adormecidos párpados se elevaron ante un panorama ya conocido. Debilitada y exhausta, yacía sobre una cama de hospital. A mi derecha el doctor Newland, mi fiel médico, realizaba su trabajo.

— Alice, al fin despiertas. ¡Buenos días! —me saludó él, animoso.

— Doctor, que... ¿qué hora es? ¿Qué me pasó? —pregunté, no del todo despabilada y toqué mi cabeza recordando el intolerante delirio.

— Relájate, es una maravillosa madrugada de miércoles —anunció dulcemente—. Lo que te trajo aquí fue un efecto secundario del tratamiento. Ya te he explicado acerca de ello, el dolor encéfalo-craneal sostenido es normal a estas alturas.

— ¿Normal? ¿Osea que puede repetirse? Doctor, ¡ese dolor estuvo a punto de matarme!

— No, no. En ningún caso ibas a morir, el dolor solo logra dejarte inconsciente y la intensidad de éste puede variar si han habido irregularidades en cuanto al tratamiento; por lo que tengo entendido, las hubo —me vió descontento—. Ahora corresponde cambiar tu medicación a la que te hemos suministrado hoy, de modo que eventualidades como la de ayer no se repitan.

— Si usted lo dice doctor yo... confío en que así será. 

— Alice, es la última fase del tratamiento y debes ser rigurosa. Haz lo que te indique y en poco tiempo vas a estar saludable.

— Sí doctor, prometo que lo haré. Gracias.

— Bien, prepararé todo para dar tu alta. Ya conoces las indicaciones de siempre: abundante agua, no altas temperaturas ni estrés —asentí sumisa, mi médico caminó hasta la puerta—. Pasa por tu receta con mi secretaria —se retiró, pero volvió al instante—. Ah, por cierto. Andrew pasó la noche en la sala de espera, le expliqué la situación pero insistió en quedarse, ¿quieres que lo haga pasar?

— S-Sí, por supuesto —contesté, perpleja ante sus dichos.

 Veamos: estoy hospitalizada desde ayer, pronto seré despachada ya que me encuentro bien, no hay anomalías y Andy está allá fuera en vigilia aguardando por mí. Todavía adormecida, acomodé mi cuerpo flojo hasta quedar sentada sobre la cama y lista para recibir a mi amigo. No me explico el porqué de su persistencia estando yo fuera de peligro; pero agradezco tanto su presencia, porque hoy más que nunca desperté añorándolo junto a mí.

 Sin demora, mi visitante favorito apareció trás la puerta. Lo contemplé. Llevaba puestas las mismas prendas de ayer; botas, jeans opacos, sudadera rajada y chaqueta negra. Su aspecto denotaba fatiga e insomnio, pero la expresión en su rostro se apaciguó al verme. Sentí deseos de abrazarlo y no necesité decírselo, en medio de un suspiro pronunció mi nombre y de inmediato corrió a mis brazos. Un tierno abrazo de aquellos que me encantaría jamás acabasen.

— No necesito más medicina que esta, Andy —le confesé, aferrándome a sus ropas.

 Nos separamos lentamente; visualicé con detalle su rostro abatido, bajo sus ojos delatores de recientes lágrimas se formaban ojeras y aun descuidada su piel lucía tersa. Es característico de Andy, haga lo que haga su atractivo físico permanece intacto, y es para mí un privilegio poder admirarlo. Él me sonrió, buscó mi mano y delicadamente la besó.

— Cuéntame, ¿cómo te sientes?

— Estoy bien, y mucho mejor ahora. Pero tú... te ves agotado —acomodé su cabello—. El doctor me dijo que pasaste la noche aquí, ¿por qué lo hiciste?

— No podía dejarte sin saberte a salvo. Yo... debía estar contigo cuando despertaras; necesitaba asegurarme de que volvería a oír tu voz, a ver tus ojos y tu sonrisa —acarició mi rostro con ternura.

Mi Amado BiersackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora