La Luz de Celeste

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El Mary se ahogaba, aquel Cielo sin estrellas en complicidad con la mar más picada que sus tripulantes habían visto jamás, se empeñaban en arrástralos al fondo, las olas lo zarandeaban rítmicamente, y claro está, hacía aguas por todas partes, el pequeño velero no resistiría mucho tiempo en esas condiciones y cada crujido de su mástil, rechinar de la madera o vela rasgada, le hacía de advertencia. Sobre su cubierta unos pocos hombres ya sin fe luchaban contra viento y marea para no terminar como una vieja ballena que pena por su vida en las profundidades y termina muriendo encallada. Pero como encontrar la bahía en una noche como aquella y en medio de tan bello caos.

Bajo la cubierta la situación no era mejor, no había rezos ni suplicas a algún dios, las mujeres se limitaban a llorar sabiéndose merecedoras de sus desgracias y los chiquillos agarrados de sus faldas simplemente las acompañaban en sus lamentos. Aquel era un barco de gente condenada.

Y este hubiera sido un satisfactorio cierre para su pesaroso paso por este plano, si un hombre en lo alto de uno de los mástiles no hubiera recuperado la fe o visto aquella luz, nadie sabe con seguridad lo que ocurrió primero. Jan De Fleur guío el Mary por en medio de la tempestad siguiendo únicamente aquella luz celeste, en honor a la cual nombrarían el pequeño pueblo que fundaron los recién llegados a nuevas tierras.

¿Pero, que era aquella luz?  En un principio un grupo numeroso de hombres se dedicaron a buscarla inútilmente, aunque a medida que pasaba el tiempo sus números se reducían en forma exponencial, esto a causa de las labores que ocupan a la gente cuando se levanta un pueblo de la nada, al final solo quedó un único individuo, y otra vez cuando sus fuerzas estuvieron a punto de extinguirse… se le apareció. Su fulgor lo prendía todo en la improvisada choza de Jan con una luz que únicamente él podía ver, no tocaba el suelo y sin dudas venía del cielo, a su espalda cargaba media docena de alas, con dos se cubría el rostro, con otro par se tapaba los pies y con las restantes se mantenía elevado, no era perfecto, pero casi. No articulaba palabras más Jan podía entenderlo, no debía temerle. Quería perderse en ese ser y así lo hizo, miro hacia atrás y hacia delante, aunque no siempre podía comprender lo que veía.

Cada vez salía menos de su intento de casa, no se preocupaba por su imagen, se hallaba ciertamente deteriorado, pero nadie lo notaba todos tenían demasiado que hacer. Conseguía ser ignorado hasta por la misma existencia, tal vez ese era el resultado de exponerse tanto tiempo a la presencia de aquel ser que lo visitaba de manera azarosa. Sin dudas Jan no estaba en presencia de un habitante de este plano, a su alrededor el tiempo no corría en forma normal, el espacio no oscilaba como debía hacerlo, en conclusión, la realidad se desgarraba y por doquier que “el visitante” se manifiesta, iba dejando grietas.
Un día y sin previo aviso, la gente de Celeste comenzó a notar a Jan otra vez. Estaba desaliñado, con arapos que más que vestirlo colgaban de su cuerpo flacucho y sucio, la barba descontrolada, sin una forma definida. Se movía de un sitio a otro con retazos de madera los cuales les habían sobrado a sus vecinos en la construcción de sus pintorescas casas hechas en gran parte de los restos del Mary (los colonos de celeste habían hecho un viaje solo de ida).
Hubo una tristeza colectiva. Como habían permitido que el buen Jan cayera en tan deplorables condiciones, la vergüenza abrazó a la gran mayoría de los pobladores, muchos se ofrecieron para ayudarlo con lo que se imaginaron que sería la reparación o construcción de una casa más digna, pero él se negaba.

¿Necesitas algo Jan? ¿Te podemos ayudar en alguna forma? Preguntaba Antonio Luna a nombre de los preocupados hombres de su antigua tripulación. Mas nunca obtenía respuesta, negaba con su cabeza. Pero qué tipo de monstruo debía ser para abandonar a su suerte a un hombre que lo había salvado del naufragio. Nada podía hacer el capitán se hallaba como un velero en medio de un mar muerto y sin vientos.  

Las mujeres le ofrecían comida incluso lo invitaban a cenar junto a sus familias a pesar de las condiciones en que se encontraba, pero el cortésmente y casi sin usar palabras rechazaba, se veía demasiado ocupado en su labor. Margarita Espesura lo miraba desde lejos, su amigo de la infancia, se había alejado sin previo aviso, sabía que no estaba bien que una mujer joven hablase con un hombre soltero, y esto la hacía retorcerse, tenía planes con es desde mucho antes de desembarcar ya en su cabeza sonaban las campanas de matrimonio, pero ahora… si dudas se encontraba frustrada.    

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