CAPITULO 4

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Tras un tiempo caminando se empezaron a vislumbrar pequeños edificios de piedra, la noche comenzaba a caer y los grandes árboles no dejaban ver con claridad lo que se alzaba frente a ellos. Pronto llegaron a lo que parecía la entrada de aquel pueblo, justo bajo sus pies comenzaba un empedrado bien cuidado pero que hacía sonar con fuerza cada uno de sus pasos, uniéndose a ellos un eco provocado por las casas que se alzaban a cada lado, pero Gia solo miraba al suelo, con cada paso sentía que ya no podía más, el dolor de cabeza había aumentado y sentía que volvía a tener fiebre pero Kenay no se había dado cuenta aún, iba por delante mirando hacia todos lados, vigilando que nada les atacara. Andaron un buen rato más, al parecer no era un pueblo, sino un gran reino y su destino estaba un poco lejos aún.

La noche había caído por completo sobre el reino y su única iluminación eran farolillos que brillaban con una luz muy extraña pero no era un fuego normal, sino que parecía vivo y a Gia le pareció ver pequeños ojos vigilandoles pero se sentía tan mal que pensó que estaba empezando a alucinar.
Kenay tenía un paso rápido que dificultaba, aún más, la respiración de Gia hasta que que finalmente tuvo que llamar su atención, para que la cogiera o se desplomaría allí mismo, cuando este se dió cuenta corrió hacia ella y la sujetó como pudo. Gia no recordó mucho del resto del camino, solo tenía pensamientos borrosos o tal vez sueños, ya no distinguía que era real y qué una fantasía, imaginó que Kenay cogía una hoja del suelo y cuando le sopló esta se deshizo en fuego, o bien pudo ser real, solo recordaba que un rato más tarde, llegaron a socorrerles, no vió bien a ninguno de ellos pero las siluetas de algunos de ellos solo le provocaron más dolor de cabeza pues no parecían humana, también escuchó una voz conocida, la de Shira, pero ya no podía confiar en nada de lo que veía, pues bien, podía estar imaginandolo.
-¿Está herida?- preguntaba esta preocupada.
- Solo cansada y con algo de fiebre- aquella debía ser la voz de Kenay.
- Tu si que estas herido - volvía a hablar, la voz que parecía de Shira. Por un momento Gia recuperó un poco la consciencia pero lo que vió solo le provocó más dolor y ansiedad, Kenay estaba lleno de sangre, tal vez no fuera toda suya pero tanta sangre junta provocó un desmayo definitivo, sumiendola en un sueño muy extraño lleno de hombres lobo, sangre y llamas de fuego con ojos.

Gia despertó entre sudores fríos y con el corazón a mil. Había tenido una horrible pesadilla donde todo tipo de seres la acorralaban, la mayoría de ellos eran solo sombras que no lograba ver bien pero podía notar que muchos no eran humanos, entonces, cuando estuvo más tranquila miró a su alrededor y descubrió que no estaba en su habitación, de golpe recordó todo lo que le había pasado, aquel chico lobo, los asesinos, su verdadera procedencia, la posible muerte de Heda...
Esto último hizo que a Gia se le escapara una pequeña lágrima, acababa de perder a lo más cercano a una madre que había tenido.
Necesitaba aclararse, respirar y tranquilizarse para luego pensar en todo lo que le había pasado y ordenar sus ideas así que se levantó de la cama pese al dolor de cabeza que aún la acompañaba. Al poner los pies en el suelo se encontró con una suave alfombra de lana que rodeaba toda la cama, sus pies lo agradecieron pues le dolían y tenía rozaduras por todos lados, paseó por aquella habitación, la cual no tenía muchos más que un pequeño balcón, un escritorio de madera vacío frente a la cama y un gran armario que llegaba hasta el techo pero estaba vacío, pese a que gran parte del suelo estaba cubierto por aquella alfombra, la paredes eran de piedra fría y provocaban un poco de oscuridad por toda la habitación, justo lo que no necesitaba, así que salió al balcón el cual tenía dos cortinas blancas que no paraban de mecerse con el aire templado que entraba por el balcón, alguien debía haber entrado para abrirselo y ventilar la habitación, Gia lo agradeció pues no aguantaba muy bien el calor.
Entonces, cuando salió se encontró con un paisaje hermoso, estaba en el punto más alto de una colina y esta estaba repleta de casas blancas llenas de adornos de colores, mosaicos, pinturas... Las casas llegaban hasta la falda de la montaña por dónde pasaba un río y a este lo atravesaba un puente, al otro lado solo había campos de cultivo y casas más pequeñas, tal vez hubiera más cosas pero estaban lejos de allí, entonces Gia siguió el río y encontró su final en un inmenso mar azul, había un puerto a su derecha lleno de barcos de vela y lo que parecían pequeños puestos de todo, desde allí no veía muy bien pero pudo vislumbrar un gran ajetreo de pescadores y mercantes. Gia jamás podría haber imaginado aquellas vistas así que no podía ser un sueño, aquel lugar debía ser real. se quedó un rato más disfrutando de todo aquello, hasta que vio siluetas que no parecían humanas, entre las casas blancas, se vislumbraban caminos de piedra por los que paseaba todo tipo de gente, entre ellos, Gia vió a muchos que parecían humanos hasta que llegaba a sus espaldas, de la cuales salían dos largas alas transparentes de distintos colores, algunos incluso volaban por los caminos en vez de caminar, también pudo a ver a gente que poseía colores de piel inimaginables, vio a gente verde, azul e incluso violeta, todos estos llevaban siempre algún tipo de planta enredado a alguna parte de su cuerpo, también había humanos como ella pero sin duda había una mezcla de colores por todo el reino que la hacía de lo más pintoresca y curiosa por lo que a Gia le entraron muchas ganas de pasear por aquellas calles y conocer aquel nuevo mundo pero todavía tenía problemas pendientes, unos padres que no conocía y una vida en peligro por los asesinos de unos reyes locos, entonces recordó a Kenay, la última vez que lo había visto estaba repleto de sangre, ¿Se habría recuperado ya?.
Justo entonces la puerta se abrió de golpe, provocándole un gran susto a Gia.
Esta no podía ver quién había entrado con aquel impetú y temió que fueron los asesinos pero entonces una voz conocida pronunció su nombre.
¡GIA!- gritó- era Shira y lloraba, entonces Gia apartó las cortinas y descubrió a una Shira llena de lágrimas pero con una gran sonrisa al verla, está corrió hacia ella y la abrazo como no lo había hecho nunca.
-dioses Gia, estás bien...pensaba que...- rompió a llorar de nuevo y se apartó de esta para apartarse las lágrimas de los ojos, Gia solo podía sonreír y agradecer que su mejor amiga estuviera allí. Entonces unos pasos fuertes llegaron del exterior, cuando estos llegaron, Gia pudo ver a quienes pertenecían aquellas pisadas, no conocía a nadie.
-Shira, te hemos dicho que...- comenzó a gritar una mujer que tenía rasgos muy parecidos a los de Shira pero entonces calló al ver a Gia.
-¿Ves madre?, Sabía que había despertado ya
Había llamado madre a aquella mujer y por supuesto que lo era, tenía la misma larga melena negra que su amiga y su misma piel suave y oscura que Gia tanto amaba, sin embargo sus ojos no eran los mismos, aquella mujer tenía unos ojos profundos y oscuros que te obligaban a dar un paso atrás pero Shira tenía unos ojos color miel que resaltaban muchísimo entre su piel y su pelo y siempre denotaban un tono de amabilidad, entonces descubrió de quién eran aquellos ojos, un hombre de pelo castaño oscuro y piel más clara miraba a Shira enfadado, con aquellos ojos color miel tan intensos, debía ser su padre, al lado de ambos había un hombre muy fuerte que no paraba de pedir disculpas por haberla dejado entrar pero alegaba que no había podido hacer nada contra ella, Gia no entendía porqué, si era mucho más alto y fuerte que Shira, ninguno lo oía.
-Está prohibido visitarla aún Shira, se que deseabas verla como nadie pero no sé puede- habló su madre seria.
-No me importan esas estúpidas reglas, he notado que había despertado y ahora necesita compañía, ha pasado unos días horribles madre y tiene que estar muy desubicada- entonces Gia habló.
- ¿Cuánto tiempo llevo dormida?- todos la miraron impresionados, como si vieran hablar a un perro por primera vez.
Entonces Shira habló.
-Llegaste hace dos noches, desde entonces no te habías movido mucho hasta esta mañana-llevaba casi dos días teniendo horribles pesadillas.
-Pero ya estás bien, estás aquí, a salvo- Shira la volvió a abrazar y esta vez sí le devolvió el abrazo. Entonces unos nuevos pasos llegaron a la entrada de la habitación, Gia tampoco los conocía pero una parte de ella se sentía atraída por las dos nuevas personas paradas en la entrada de su habitación. Eran un hombre y una mujer, ambos tenían el cabello de un tono rubio oscuro muy parecido al de Gia, el hombre tenía los ojos castaños pero la mujer los tenía verdes, como Gia y entonces el corazón de Gia se volvió loco.
-Gia...-Habló el hombre, era alto, no muy mayor y tenía una sonrisa acompañada de una bonita barba que te alegraba el alma pero en aquel momento sus ojos reflejaban todo lo que el hombre sentía, en aquel momento, tenía miedo pero también estaba ansioso y sus brazos se alargaban hacia Gia, esperandola, por otro lado la mujer había comenzado a llorar mientras no paraba de sonreír y se tocaba el vientre.
Gia se acercó algo confusa y entonces habló.
- Sois...sois...mis padres- dijo temblorosa, ambos asintieron mientras algunas lágrimas caían por sus caras llenas de felicidad, entonces Gia se aproximó lo máximo que pudo y los abrazó, no se esperaba aquella reacción suya pero él solo hecho de verlos le había alegrado tanto el corazón que no pudo contenerse, llevaba tanto tiempo deseando algo así que pronto sus ojos también comenzaron a humedecerse.

La dama de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora