Al levantarse Shira ya no estaba, debía haberse marchado a toda prisa y sin querer despertarla pero le pareció extraño que no se despidiera ni con una pequeña nota.
Después de la marcha de su amiga, la semana siguiente fue extremadamente extraña. El instituto estaba sumido en una tensión extraña, no había ruido, solo el de los zapatos sobre el suelo y a aquella tensión no ayudaba el que una neblina, poco natural, hubiera caído sobre el instituto trayendo consigo un frío inusual a pleno final de la primavera, a esto se le sumaba que el instituto entero parecía haberse sumido en un sueño que solo consistía en levantarse e ir a clase, se habían acabado las peleas, la risas o las regañinas de los profesores, daba igual si llegabas tarde o salias de clase sin avisar, el profesor solo te miraba con aquella mirada perdida que todos habían adoptado.
Gia intentó hablar de aquel tiempo tan extraño con sus compañeros pero de todos se llevaba un encogimiento de hombros y una mirada de extrañeza, como si no supieran a lo que se refería o fuera la cosa más normal del mundo. A aquello se le sumó la repentina baja de Heda, de repente había llegado una profesora nueva alegando que cubría una baja pero Gia no terminó de creerselo, Heda le habría avisado pese a ser un plan de última hora y le habría dado un número o una ubicación por si la necesitaba, jamás se iba sin avisar, por eso Gia había empezado a desconfiar de todo, algo no estaba bien y no lo supo hasta el miércoles por la mañana.Se encontraba en el pasillo esquivando a todos esos muros impenetrables en los que se habían convertido sus compañeros, el ser bajita no le ayudaba en absoluto, pero entonces sintió que la observaban e instintivamente miró hacia atrás, allí, inmóvil entre la marabunta de alumnos, había un chico, a simple vista parecía uno más, llevaba el uniforme y unos libros pero a Gia no le sonaba en absoluto. Todos al pasar por su lado se apartaban, nadie lo rozaba siquiera y con razón pues una sonrisa maliciosa se dibujaba en su cara y sus ojos, que estaban única y exclusivamente puestos en ella, tenían un brillo poco natural, un brillo que le dió escalofríos y ganas de huir de allí, corrió como pudo hasta su siguiente clase y no volvió a mirar atrás hasta que atravesó la puerta, pero ya no había nadie, el pasillo estaba vacío.
Las siguientes horas las pasó temblando, pues cada vez que había un cambio de clase el chico volvía a aparecer, pero a cada hora estaba unos pasos más cerca de ella. En la penúltima hora el chico apareció a centímetros de ella y supo que no era estudiante ni alguien de quién fiarse, se quedó tensa unos segundos, mirándolo a los ojos y este sólo le sonrió de forma siniestra hasta que habló,
-Una ofrenda- Gia lo entendió a la perfección pese a que había hablado en otro idioma, uno que desconocía por completo, las palabras habían salido de el como si se ahogara con cada una de ellas, así que Gia no esperó a la última hora para comprender a que se refería con "la ofrenda" o porqué lo había entendido a la perfección así que corrió hasta la residencia, supo, al girar una esquina, que la seguía, a paso lento pero seguro. Aterrada y ahogada llegó a su habitación y cerró con llave, se apoyó en la puerta aún temblando y recuperando las respiración mientras miraba al suelo cuando alguien dió un golpe seco en la puerta, se aparto asustada y se alejó lo máximo posible da la puerta pero luego pudo oir unos pasos que se alejaban, pensó que, o bien se había rendido o ya buscaría otra forma de cogerla, así que Gia no bajó a comer, le rugía el estómago pero le daba igual, aún temblaba y buscaba una respiración normal sin éxito, quería llamar a Shira o a Heda pero ninguna le había dado un número al que poder llamar, ni siquiera tenía un teléfono propio, así que tuvo que buscar otra cosa en la que enfrascarse hasta que encontró el libro que Heda le había regalado, al abrirlo encontró una notaMuchas felicidades pequeña
Pronto saldrás de aquí y descubrirás un nuevo mundo solo para ti y espero disfrutarlo contigo.
Besos, Heda.
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La dama de fuego
Novela JuvenilNo pertenecía a la tierra y así lo indicaba el fuego de sus ojos.