prólogo

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—¡HECHO!
Maddie Ryan se puso derecha. El sol lucía en el cielo azul y ella apoyó las manos sucias en las redondas caderas las macetas estaban perfectamente colocadas
alrededor del jardín la antigua fuente de piedra había sido restaurada espléndidamente y el agua creaba una música preciosa todo estaba listo para la
fiesta de aquella noche, Maddie había terminado su primer encargo importante como paisajista gracias al apoyo de Amanda, su mejor amiga desde el instituto pensando en ella, sonrió era una amistad inusual, todo el mundo lo había dicho, el chicazo y la
delicada belleza rubia. Pero había funcionado. Después del instituto, Amanda se había convertido en modelo y había llevado una vida realmente glamurosa mientras
Maddie había estudiado paisajismo cuando Amanda se había enamorado y casado con un magnate griego, Maddie se había alegrado mucho por ella tres meses
después de la boda, un frío día de primavera, Amanda la había llamado.
—¿Qué te parecen unas vacaciones bien pagadas? Cristos ha comprado una
villa estupenda justo a las afueras de Atenas. La casa es perfecta, pero los jardines
son un desastre, especialmente el patio. Me gustaría algo morisco. ¿Quieres aceptar el
encargo? Cristos dice que el dinero no es un problema —dijo con una risita
entrecortada—. Haría todo lo que fuera para complacerme.
Al día siguiente, Maddie iba a regresar a Inglaterra con un buen cheque y la
esperanza de tener por lo menos un par de respuestas a los anuncios que había puesto en la prensa antes de marcharse. Mientras se volvía para controlar una vez
más el sistema de riego, se dio cuenta de que la puerta que separaba el patio del limonar estaba abierta. Hizo una mueca y apartó unas plantas para así conseguir una vista perfecta de aquel monumento. Ninguna otra definición hubiera sido más apropiada para calificar al hombre que estaba paseando por el patio. Él también
llevaba ropa informal. Unos vaqueros gastados y una vieja camiseta negra. «Un hombre de la zona que busca trabajo», pensó ella mientras se acercaba pero, a diferencia de los adolescentes que había contratado para que la ayudaran, aquel hombre parecía mayor más o menos de unos treinta y cinco años ¿Un desempleado con una mujer y una prole de niños pequeños a su cargo, en búsqueda de algunos días de trabajo? ¡Qué desperdicio! Era alto, moreno y
guapísimo, con una cara modelada para hacer que le temblaran las rodillas a las mujeres.  «Huesos anchos, una boca decidida con un toque de sensualidad», pensó Maddie. «Ojos dorados y pecaminosas pestañas largas y oscuras», añadió a la lista de elogios mientras se le acercaba aquellos ojos fascinantes querían preguntarle algo y Maddie tuvo que tragar
saliva mientras se justificaba con genuina sinceridad.
—El proyecto se ha acabado. No vamos a contratar a nadie ahora. Lo siento.
—¿De verdad?
No parecía decepcionado. Sonrió. El efecto fue electrizante. De repente, un
sudor frío apareció sobre el labio superior de Maddie.
—¿Usted quién es?
—Mad —contestó ella rápidamente—. Maddie Ryan. Paisajista.
Su nombre era Madeleine porque su madre, después de haber dado a luz a tres chicos, había deseado muchísimo una niña para poder criarla para que fuera muy femenina. A Madeleine nunca le había gustado su nombre y todavía se acordaba bien de cuando a los tres o cuatro años su madre había intentado vestirla de rosa por sus cumpleaños se había puesto rígida como un palo, gritando porque no quería ponerse algo tan cursi, ella adoraba a sus padres y siempre había idealizado a sus hermanos mayores y había intentado repetir todo lo que hacían ellos trepar a los árboles y navegar en el lago de la hacienda donde su padre había trabajado como encargado con el tiempo, su madre se había hecho a la idea de tener una hija tan
chicazo, pecosa, permanentemente sucia y con unos rizos indomables y la quería
más de lo que nunca hubiera pensado.
—¿Así que es inglesa?
Aquellos ojos sexys vagaron por su cuerpo mientras afirmaba con la cabeza Maddie tembló mientras él levantaba la vista y se encontraba con sus ojos. En sus
veintidós años de vida, ningún hombre había desencadenado tal reacción en ella. Se
puso rígida.
—¿Habla usted mi idioma? —le preguntó él con un ronroneo que generó en ella
una sensación de calor sofocante.
En aquel momento, él bajó la mirada hacia sus labios entreabiertos mientras
Maddie consideraba aquella pregunta con cierta sospecha. Su voz atractiva parecía
insinuar algo más.
—¿Cómo se entiende con sus trabajadores? —prosiguió él.
—¡Ah! ¡Eso!
Maddie se relajó. Sólo había sido una pregunta cordial. En el instituto y la universidad había tenido un montón de amigos varones había sido la mejor amiga
de muchos chicos del pueblo pero nunca había tenido novio ni ningún amigo suyo la había elegido como chica especia la habían tratado como a cualquiera de ellos, le pedían su opinión y debatían cosas, pero siempre habían elegido novias coquetas que
podían sonreír con afectación y reírse tontamente.
—No, lo siento, no hablo griego. He aprendido alguna palabra —su sonrisa se
abrió en una más ancha—, pero supongo que no serán palabras que se puedan utilizar con cualquiera Nikos, el jardinero al que Cristos contrata normalmente,
habla bastante bien inglés y me traduce su voz se fue apagando. Confusa, notó que él no parecía escucharla. ¿Le habría preguntado acaso lo primero que se le había ocurrido sólo para que ella siguiera hablando? Había empezado otra vez con el lento, inquietante inventario de su cuerpo, sin apartar los ojos de sus piernas. Apretando las rodillas, como para protegerse del instinto perverso de abrirlas y mover las caderas más cerca de aquel cuerpo magnifico, Maddie decidió librarse de él sus palabras surgieron roncas, con
un tono de voz irreconocible.
—¿Perdón, quiere usted algo? ¿Puedo ayudarlo?
El se acercó un poquito más y levantó de forma imperceptible los anchos hombros Maddie se preguntó cuál podría ser la sensación al acariciar aquella piel
dorada.
Se hizo un silencio tenso. La sonrisa de él la hizo temblar ningún hombre la había hecho sentir así... ¿Así cómo? ¿Así de expectante? Maddie tragó saliva.
—Pienso que es momento de buscar un poco de sombra —dijo él.
Y, con una caricia leve, retiró un mechón de pelo húmedo de la frente.
—Está demasiado acalorada —dijo con una mirada pícara—. Nos vemos.
«Ya... », pensó Maggie, feliz de haberse librado de su presencia perturbadora mientras se dirigía hacia el fresco interior de la villa su piel estaba todavía
temblando donde él la había tocado suavemente.
«El típico machista», pensó furiosa.
La mayoría de los empleados ocasionales de la obra habían actuado de la misma manera no habían perdido oportunidad de pavonearse cuando habían tenido una mujer al lado ella había sido capaz, además sin ningún esfuerzo, de ignorarlos. ¡Ella
no flirteaba! Ni siquiera sabía cómo hacerlo y tampoco quería saber cómo se hacía no tenía ninguna práctica pero con aquel desconocido había sido diferente,La había hecho sentir incómoda tenía una dosis extra de carisma, decidió mientras llegaba a sus maravillosas habitaciones una dosis que le hacía irresistible ella no tenía ninguna intención de jugar a aquel juego ¡De ninguna manera! Probablemente, él actuaría así con cualquier mujer de menos de noventa años. «Así
que ¡despierta!», pensó.
Después de haberse quitado la ropa de trabajo, se dirigió hacia la ducha e
intentó olvidarse de él. Con poco éxito, admitió con irritación. La fiesta estaba en su apogeo los invitados muy glamurosos vagaban desde el bufé a los jardines con copas de vino en las manos mientras comentaban en voz baja la belleza de las plantas que Maddie había elegido las rosas, por su perfume, y el jazmín, por su olor dulce .
Amanda y Cristos, gracias a Dios, la habían presentado
como la creadora de aquella exuberante maravilla y Maddie tenía los dedos cruzados confiando en que algunos de los invitados se acordaran de ella a la hora de reformar sus jardines.
Amanda, con un vaso de vino blanco en la mano, se sentó cerca de ella en un banco de piedra Maddie necesitaba descansar después de haber contestado a miles de preguntas sobre paisajismo.
—Es perfecto. Todos están impresionados. Podrías conseguir al menos uno o
dos encargos.
—¡Eso espero! —le contestó ella con una sonrisa amplia—. Me encantaría
trabajar aquí otra vez. ¡Me he enamorado de este país! Y nunca podré agradecerte lo
suficiente el que hayas pensado en mí.
—¿Y en quién si no? —a Amanda le salieron unos hoyuelos en las mejillas—. Escúchame, si te ofrecen un encargo, cobra el máximo. Esta gente pertenece a la alta sociedad, tiene un montón de dinero y le gusta pagar. ¡Ofréceles un precio rebajado,
se molestarán y no se dignarán a contratarte!
—¡Me acordaré de esta pequeña nota de cinismo!
Maddie bebió un traguito de vino y se quitó el flequillo de los ojos, mientras su mirada iba de un grupo a otro. Las mujeres hablaban con discreción de las joyas o de la ropa de las demás Maddie ni siquiera había intentado competir en aquella ocasión. ¿Cómo hubiese   podido? No era esbelta y su vestuario era escaso así que se había puesto el único vestido que había llevado de casa: un vestido azul, sencillo pero presentable.
En el mismo instante en el que reconoció de nuevo a aquel hombre, deseó no haber tenido un aspecto tan normal.
Su corazón dio un vuelco y el estómago se le retorció. El chico que ella había
etiquetado como un trabajador ocasional estaba allí, aún más magnético, vestido con
un esmoquin blanco. Era claramente uno de aquellos tipos muy ricos con los que su amiga se mezclaba después de haberse casado con uno de la buena sociedad toda la atención de él estaba concentrada en una belleza morena y delgada que se agarraba a
su brazo como una lapa.
—¡Ay! Otros que llegan tarde... Será mejor que me vaya a desempeñar mi papel
de anfitriona.
Amanda se levantó y Maddie, no pudiendo evitarlo, preguntó:
—¿Quién es?
—Es guapísimo, ¿verdad?
Amanda se alisó la falda y se rió.
—Es Dimitri Kouvaris, un armador y vecino. Ha venido aquí por la mañana para hablar de negocios con Cristos. Pero lo siento... ¡Ya está pillado! La mujer que
está agarrada a él es Irini, una pariente lejana, creo, y parece que se van a casar
pronto. ¡Por lo tanto considérate avisada!
«¡Fenomenal!», pensó Maddie de todas formas el aviso había sido inútil el haberlo visto en su entorno había sido el jarro de agua fría que necesitaba porque, a
pesar de las buenas intenciones, no había conseguido quitárselo de la cabeza su forma de mirarla, el interés sensual que había demostrado por ella y... ¡ese cuerpo!Tuvo que quitarse de la cabeza la idea absurda de que él podría ser el hombre que le hiciera romper su voto de castidad un voto que había hecho porque su trabajo representaba algo mucho más importante que cualquier aventura además,
era la única manera de demostrarle a su madre que una mujer no necesitaba un hombre en su vida. Aun así no pudo ignorar la llegada de Dimitri y su acompañante ni la mano que, libre del abrazo de Irini, se levantó en un gesto de saludo dirigido a
ella... Sonrojada, Maddie se negó a contestar e intentó esconderse entre las sombras la última cosa que quería o necesitaba era que él se acercara o la humillara
recordándole cómo lo había confundido con un trabajador.
Maddie se sintió avergonzada e incómoda cuando los ojos de Dimitri siguieron
buscándola.
Un gran escalofrío recorrió el cuerpo de Maddie. ¡Ya estaba bien! ¡No tenía la
intención de quedarse allí sentada, como un animal paralizado por el miedo,
mientras un hombre la miraba fijamente! Con torpeza, se puso de pie y se dirigió
bruscamente hacia su habitación para preparar tranquilamente la maleta para el viaje
de vuelta a Inglaterra.
Había empezado a hacerse de noche cuando Maddie aparcó su vieja furgoneta
al lado del chalet de piedra. Era un hogar muy acogedor, a pesar de que, en su niñez,
sus padres y los cuatro hermanos hubiesen estado muy apretados.
«Demasiado acogedor tal vez», pensó con ironía. Sólo Adam, el hermano mayor, se había ido después de haberse casado dos años atrás. Anne y él habían sido
muy afortunados al conseguir un piso de protección oficial en una urbanización cercana su hermano tenía un trabajo como guarda forestal que le permitía ocuparse
de su mujer, un niño que empezaba a andar y dos mellizos en camino. Sam y Ben
todavía vivían allí. Su negocio de horticultura y de productos ecológicos para bares y
hoteles de la zona no les permitía vivir solos. Además no parecían estar demasiado
interesados en dejar atrás la comida de su madre y el servicio de lavandería. Con
veintitrés años, ella también debería haber dejado el nido para dar un respiro a su
madre. Y lo haría en cuanto el negocio empezara a funcionar. Había destinado los
beneficios de su encargo en Grecia a nuevas herramientas, a mejorar las prestaciones
de la furgoneta y a una campaña de publicidad más extensa. La que había hecho
anteriormente en la prensa local sólo había generado una solicitud para la reforma de
un pequeño jardín en un pueblo cercano. Los clientes, que se habían mudado hacía
poco tiempo, querían lo de siempre. Un cenador, una zona para jugar, espacio para
una mesa y césped.
Un encargo aburrido, que había terminado en cinco días y no había nada más en proyecto a pesar de su natural optimismo, Maddie se sentía deprimida. Cerró la furgoneta y se dirigió hacia la puerta posterior, que daba a la cocina, el sitio más acogedor de la casa su madre estaría trabajando, preparando la cena para cuando los hombres volvieran con un hambre canina. Normalmente los viernes por la noche
había pastel de carne ella prepararía las verduras de acompañamiento con una amplia sonrisa, su madre tenía otras cosas que hacer que mirar su cara larga, Maddie abrió la puerta y la sonrisa desapareció se quedó boquiabierta y el corazón le dio un vuelco. Dimitri Kouvaris estaba allí, estaba sentado a la enorme mesa de la cocina, tomando un té y comiendo los dulces que su madre le había ofrecido el levantó la
mirada y sonrió.
El día después de la llegada de Dimitri a Inglaterra lucía un sol estupendo de primavera los ojos azules de ella se entornaron mientras lo miraba pasear
tranquilamente en el bosque. Llevaba unos estrechos vaqueros y una camisa informal que se ajustaba a sus anchas espaldas parecía dominar el entorno a pesar de la belleza del paisaje, ella sólo tenía ojos para él.
La noche anterior se había quedado a cenar, integrándose fácilmente en la familia,había explicado cómo la había conocido en Atenas gracias a un amigo
común, luego, estando en Inglaterra por un viaje de negocios, había pensado acercarse para verla aquella mañana había aparecido todo rebosante de energía y
entusiasmo casualmente tenía un día libre, y le había propuesto explorar juntos la campiña inglesa había sugerido que fuesen todos a cenar a su hotel, borrando de un solo golpe la arruga inquisitiva de la frente de su madre,pero Maddie seguía preguntándose el por qué.
¿Por qué un hombre tan guapo, un magnate griego podrido de dinero, con una novia estupenda tendría que mirar dos veces a una chica tan normal como ella? A pesar de no tener experiencia, no era tan ingenua como para no reconocer su interés sexual lo había registrado desde aquella primera vez en Atenas, estaba preocupada porque se sentía atraída por él dándose la vuelta, Dimitri la esperó mientras los latidos del corazón se le hacían más rápidos los rizos satinados le enmarcaban la cara a ella, sus labios sensuales estaban entreabiertos y él podía intuir aquel cuerpo exuberante debajo de la ropa.
Ella representaba lo más lejano al tipo de mujeres que normalmente se le echaban encima la testosterona le recorría el cuerpo a pesar de ser un cínico respecto al
género femenino, tenía que reconocer que nunca había sentido una atracción física tan fuerte de ninguna manera iba a ser capaz de vencerla. ¡Quería a Maddie y la tendría! Estaba dispuesto a luchar hasta la muerte por ella.
—¿Por qué estás aquí? ¿Qué quieres?
Maddie estaba sin aliento a pesar de caminar a un ritmo tranquilo. «Seguro que
es por él», pensó Maddie con inquietud, y tembló mientras él le agarraba la mano y se la acercaba a los labios. El calor y la firmeza de su boca contra sus dedos le quitaron el poco aliento que le quedaba.
—¿Quieres saber la verdad?
Maggie necesitó toda su fuerza de voluntad para mirarlo a los ojos.
—¡Claro! —replicó ella.
Maddie se dio cuenta que cruzar su mirada con aquellos espectaculares ojos dorados había sido un gran error. Se le doblaron las rodillas y a la vez los pezones se pusieron erectos como si supiera exactamente lo que le estaba pasando, Dimitri le
puso las manos a la cintura atrayéndola hacia él dividida entre lo que le decía su mente y lo que el cuerpo reclamaba, Maddie tardó algunos segundos en darse cuenta de lo que él estaba diciendo.
—Tengo que volver a Atenas en un mes y te llevaré conmigo. Como mi esposa.
Cuando Maddie lo registró, se apartó bruscamente de él.
—¿Estás loco? ¿Por qué quieres casarte conmigo? Es una locura. ¡Casi no me
conoces! —dijo casi chillando—. ¿Es ésta tu manera de conseguir acostarte con las
mujeres? ¿Pedirles que se casen contigo?
Temblando, Maddie sólo pudo balbucear mientras él la envolvía otra vez con
sus brazos.
—Te he deseado en cuerpo y alma desde la primera vez que te vi. Y si eso es
estar loco, entonces me gusta. Esta noche, a la hora de la cena, pediré a tu padre
permiso para salir contigo. Y luego haré todo lo que posible para que me aceptes.
—Estás completamente loco.
En respuesta, Dimitri, bajó la cabeza y la besó. Todas las preguntas molestas
sobre por qué un tipo como él la había elegido como futura esposa desaparecieron
durante unas cuantas horas.

Matrimonio Borrascoso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora