capítulo 3

885 50 0
                                    

MADDIE, horrorizada ante aquella ofensa, sólo pudo mirarlo fijamente mientras sentía cómo su cara enrojecía. Aquello demostraba qué poca consideración tenía con ella era la prueba definitiva, si es que todavía le hacía falta alguna de alguna forma, había reconocido que fuera de la cama su relación había sido un desastre y un mal necesario cerró las manos en un puño, manos de trabajadora con uñas cortas, palmas endurecidas que la tía de Dimitri había llegado a criticar, y respiró hondo. De todas formas, no podía herirla más de lo que ya lo había hecho y, por supuesto, Maddie no tenía intención de decirle que no quería nada de él.
Estaba segura de que no la hubiese creído ¿Por qué perder el tiempo cuando había preguntas más importantes que hacer? Sus ojos se posaron, después de haberse quedado fijos en los de él, en su copa de vino intacta.
Con la clara sensación de que lo peor estaba aún por llegar, Maddie tomó la copa y dio un largo trago, el calor del alcohol la hizo atreverse a hablar para poner en duda sus palabras.
—No te creo. Demuéstralo. ¿Por qué mis padres van a perder la casa? ¿Por qué no volvemos ahora y les preguntamos?
—¿A estas horas?

Dimitri contestó con voz cansina, como si estuviera hablando con una idiota y se inclinó hacia ella para quitarle la copa de vino medio vacía, que parecía estar a punto de romperse en sus manos.
La puso sobre la mesa y empujó la bandeja con los sándwiches hacia ella y añadió:
—Están dormidos y felices porque pensarán que, después de nuestros conflictos de recién casados, nos estaremos besando y nos habremos reconciliado. Y no sólo eso, estarán contentos porque yo los voy ayudar en un momento tan difícil hay muchas cosas que les preocupan.

Maddie, sintiéndose dividida entre expresar su furia porque él hubiera hablado con sus padres y la necesidad de conocer sus dificultades, decidió preguntar sobre lo último.

—¿Qué dificultades? —consiguió preguntar con una nota de urgencia en la voz, deseando que la respuesta saliese rápidamente para marcharse lejos de aquel hombre del cual ya no quería estar cerca—. ¡Dímelo! —repitió con insistencia
mientras él parecía decidido a quedarse con la boca cerrada y seguía mirándola como si fuera un objeto de interés científico.
Dimitri parpadeó una y otra vez como pensando: «¡Eres estupenda cuando te enfadas!»
Agobiada por la frustración, Maddie lo miró mientras inclinaba la cabeza.

—Tu padre está a punto de jubilarse. La empresa para la que trabaja le va a quitar la casa cuando se le acabe el contrato. Aparentemente la necesitarán para el jardinero que va a sustituirlo.
—¿Te lo han dicho ellos? —le pregunto ella con un hilo de voz.
Maddie se encontraba mal. No podía ser verdad. Hacía seis años que el anciano sir Joseph había vendido su empresa y la propiedad a un consorcio que la había transformado en un centro de conferencias, con campo de golf, piscinas, sauna y la posibilidad de pescar truchas estupendas en el lago a su padre no le había gustado el cambio, echaba de menos a sir Joseph y sus debates relajados en torno a un whisky mientras discutían, en el desorden de la oficina, las cuestiones relacionadas con la finca, en uno de los últimos encuentros, el viejo señor le había confesado que había llegado el tiempo de cambiar.
Él no quería, pero ya no podía pagar los gastos, estaba cada vez más viejo y no tenía a nadie de la familia que tomara el relevo del negocio una situación deprimente, pero real.
A pesar de aquellos acontecimientos, como había dicho su padre, un trabajo era un trabajo el chalé era su casa y sir Joseph había dicho que se podían quedar sin embargo, aquello parecía no haber sido suficiente, en aquel momento, para tener influencia sobre los hombres que dirigían la finca la familia de Maddie no tenía ningún papel legal que les diera el derecho a quedarse a pesar de los años de fidelidad, de servicio, de amistad y de respeto que siempre habían profesado al anciano señor.
De repente, la amenaza de ver a sus padres sin casa no le pareció tan sin sentido.
—Primero me lo dijo tu madre —dijo Dimitri—. Cuando llegué a tu casa, estaba claramente disgustada. Pensé que era porque la habrías llamado para decirle que estabas decidida a romper nuestro matrimonio.

Matrimonio Borrascoso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora