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Diciembre 29, 2018.

Querido Tao:

Navidad fue un desastre.

Sucedió tal y como tanto temía, incluso peor. El local estuvo lleno desde temprano, había demasiadas personas queriendo comprar regalos a última hora para aprovechar mayores descuentos, algunos habían ido a comprar listas enormes de juguetes para donar y esos fueron precisamente los que crearon el caos.

Se formaron enormes filas, hubo tal aglomeración de personas que en algún punto los vendedores abandonaron sus puestos de trabajo y se dispusieron a vigilar que toda la mercancía que saliera del almacén estuviese paga. Lo que casi me hizo enloquecer, pues además de estar pendiente de facturar correctamente las compras de los miles de clientes, debía atender las preguntas de todo tipo de mis compañeros.

Almorcé a las tres de la tarde y para las siete de la noche ya ni siquiera sentía los pies. Tenía el cuerpo entumecido del esfuerzo que me supuso estar en movimiento constante durante todo el día, y es que además había sido así todo el mes, porque no había tenido ni un descanso. De tal modo que cuando se fue el último cliente y empezamos a hacer cuadre para cerrar, me sorprendió no haberme equivocado.

Cerramos alrededor de las nueve de la noche y a esa hora fue una pesadilla encontrar bus. Dejé pasar varios porque iban tan llenos que ni siquiera podía subirme en ellos. Quería irme sentada, lo deseaba con todo mi ser, hasta intenté agarrar taxi, pero todos iban ocupados o cobraban tarifas demasiado alta (para esa fecha ya mi quincena había expirado por completo). Así que cuando pasó media hora, no tuve más remedio que subirme a un bus repleto de personas y venirme durmiendo de pie en él.

Llegue a casa a las diez de la noche, cansada, de mal humor, oliendo a los mil demonios y como si fuera poco, con la vejiga a punto de reventar.

Ni siquiera tuve energías de saludar a nadie. Mi familia me estaba esperando para que al menos pudiésemos cenar todos juntos, cosa que he agradecido inmensamente, pues fue la única cosa hermosa que me pasó ese día.

Apenas empecé a comer te escribí para decirte que definitivamente no podía ir a tu casa, porque me sentía tan cansada que me estaba quedando dormida mientras comía. De hecho, te había escrito apenas hice el cierre de mi caja, tratando de explicarte todo lo que pasé para que entendieras mi negativa a ir a tu casa.

“Estoy demasiado cansada, no tengo energías ni para bañarme. Tampoco quiero cambiarme o salir, ni siquiera tuve tiempo de comprar ropa. Y me estoy quedando dormida mientras como, entiéndeme por favor”

Pero por alguna razón tú parecías no entender, estabas molesto, herido… te habías aferrado demasiado fuerte a la posibilidad de que yo te acompañara y pasara el rato contigo y tu familia que, supongo que te sentiste traicionado cuando me negué a hacerlo.

Sentí como si pequeñas agujas se clavaran en mi pecho, por la actitud que tomaste, las palabras que me diste, pero lo último para lo que podía tener fuerzas ese día era para discutir.

Se lo mencioné a mi madre y ella me miro de una forma que no puedo explicar, me tranquilizo y me aseguró que no era una persona horrible por pasar de todos en navidad y acostarme a dormir. Así que eso fue lo que hice. Y te molestó tanto que no me hablaste por un día entero.

Me dolió porque cuando hablamos la primera vez me aseguraste que entendías y cuando sucedió no lo hiciste. Te enfrascaste en ti, en lo triste y decepcionado que te hacía sentir el que no quisiese compartir esa fecha tan especial contigo. Creo que hasta habías planeado presentarme con toda tu familia, pero Dios, me hiciste sentir tan mal.

Con amor, Hayley.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora