Ni tenues dias ni grises nubes

622 45 44
                                    

Gèrard casi nunca, por no quitarle el casi, pedía comida para llevar. No es que no quisiera, ni que no le gustara comerla cuando se quedaba en el piso de cualquier compañero de clase — Es que en su familia siempre le habían dejado claro que cuando existe la posibilidad de hacerse uno mismo de comer, no se podía perder el tiempo en dejar que lo hicieran otros.

Había pedido una vez para llevar, solo. Fue la noche que su padre se marchaba tres meses a Indonesia — Su madre se había mostrado renuente, y ni siquiera había salido con ellos a cenar. Había preferido la comida de casa. Fue la ultima vez que hicieron algo los dos con su padre. Después de eso, se negó a hacer cualquier cosa con la que su esposa no estuviera de acuerdo. Olía a ultimátum.

Se mostró sorprendido consigo mismo echando un vistazo al menú del restaurante chino que hacía esquina con el piso que desconocía y en el que estaba a punto de comer. No entendía siquiera como había sacado calor para estar ahí. Todos los platos parecían escritos en caracteres que eran lejanos a Oriental, y al final, cuando el hombre de mediana edad que detrás del mostrador le preguntó, al borde de la histeria, y en un catalan que despuntaba su parte imigrante, si ya se había decidido, señaló dos platos al azar con verguenza.

— ¿Tienes acaso una mínima idea de que has pedido? — la voz de la navarra apareció curiosa mirandole por encima de los hombros mientras estiraba un hilo colgante de la sudadera. Llevaba tanto tiempo callada que por un momento habría jurado que ni siquiera estaba presente.

— Pues no.

— ¿Tu no me habías dicho que habías cantado en chino en una boda?

— ¡Hace dos años! ¿Que tiene que ver eso con el menú de un restaurante?

— Nada, pero me hace gracia verte así de enfadado — tenía una forma de hablarle que se confundía entre lo misterioso y lo coqueto, y mientras se acercaba al mostrador para pagar lo que habían pedido (le había dejado claro anteriormente que, si no podia pagarle la gasolina, era lo mínimo que podía hacer), él se esforzó para que el suave rubor que se le había tintado en las mejillas se confundiera por frío, a pesar de que la lluvia había cesado con el paso de los minutos y ya no sirviera como excusa.

Anne siempre pedía comida para llevar, sobretodo los días en los que se quedaba sin una bombona de butano, y, por ende, no podía cocinar nada. Había días que no comía directamente, y otros en los que se pasaba más tiempo fuera que dentro de casa. Aquel chino que daba esquina c se había convertido a la larga en lo más similar a un sitio de confianza en Barcelona.

— Sabrá Dios porque tu madre te hace esto, jovencita — le sentenciaba la señora en cabeza del local cada vez que le servía el mismo plato por tercera vez a la semana. Anne notaba que la rabia le corría por las venas. ¿Porque las personas externas tenían una tendencia inexplicable a meterse en las vidas ajenas basándose en una escena que presenciaban comúnmente?

— No sé si Dios existe, pero si lo hace, le mandaría a tomar por culo, igual que a ella  — contestaba ella dedicando una sonrisa apática que bastaba para que la mujer se retirara y no le dirigiera ni una palabra más. Le gustaba conseguir lo que se proponía.

En Pamplona también pedían mas para llevar en casa que comida casera. Eso también incluía a los productos de poner al microondas durante dos o tres minutos. Berta siempre decía que estaba demasiado cansada para hacerles algo y que se apañaran. Su hermana más pequeña no llegaba a los diez años cuando empezó a comportarse así.

Cuándo si llego a esa edad, habían estado mas de una vez en Caritas, y Anne ya trabajaba por las tardes — La mitad del sueldo lo guardaba para la Universidad, aunque aún le quedara lejos, y la otra para pagar los folios de facturas que se acumulaban. No le parecía normal, pero no podía decir nada al respecto. ¿A donde se la llevarían?

Dispositivos fútiles | GeranneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora