El vals de desconocerse

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Si le preguntaras a Gèrard Rodríguez si se consideraba una persona normal, y por ende, feliz, por lo menos habría asentido con la cabeza a una de las dos cosas.

Siempre había sabido que al crecer rodeado de privilegios en una ciudad española, blanco como la leche de piel, y coronado por rizos rubios, las cosas serían más fáciles y se podría evitar muchos problemas con los que otra gente batalla diariamente solo por haberle sido asignado un estatus social digno. Podía comprarse guitarras caras sin cuestionarse siquiera si sus padres llegarían a fin de mes, que le robaran un móvil no parecía el fin del mundo y marcharse a vivir a otra ciudad a estudiar era más un hecho incuestionable que una opción de futuro.

No había destacado más de lo que un chico de su edad y gustos habría hecho. Tenía su grupo de amigos colocado en una jerarquía lo suficientemente decente como para no ser popular, pero tampoco como para que se rieran de ellos, jugaban a padel todos los Sábados, se había graduado de Bachillerato con unas notas incuestionables, y había tenido a su primer novia, y beso, a los 17. La gente se callaba para admirarle cuando tocaba las piezas clásicas que exigía el conservatorio, y el sonreía cuando se le permitía cantar la musica que le gustaba componer, cosa la cual no estaba excesivamente bien vista en su família.

Nunca se sintió ni solo, ni abandonado por su árbol genealogico. Tenía un padre y una madre que, aunque se pasaran el dia trabajando y en momentos no actuaran como sus roles correspondientes, les querían, y una hermana mayor con nombre compuesto y una peca encima de la ceja que siempre se había asegurado de su bienestar incluso cuando nadie más era capaz de acordarse.

Habría dicho que sí, que se consideraba una persona normal, pero no podría decir lo mismo acerca de su felicidad, y odiaba cuando la gente acudía al contraargumento de que tenerlo todo es un equivalente al bienestar mental. Tenía padres maravillosos, tenía una hermana que se encargaba de dar luz a todo lo que él era incapaz de enfocar, tenía salud (aunque de la miopía no se salvaba), vivía en la casa más grande del barrio y cuando pidió marcharse a Barcelona una temporada para estudiar Derecho, nadie siquiera pestañeó. Y aun así, nunca era suficiente para encontrar qué era aquel algo que todos tenían y que a él le faltaba.

Hubo un tiempo que atribuyó ese vacío interior a la falta de música más allá de las partituras en su vida. Se autoconvenció de que todos sus problemas radicaban de eso y que en cuanto fuera capaz de coger bolígrafo y acordes, todo volvería a su sitio cuál piezas de puzle desperdigadas. Sobra decir que siguieron sin encajar.

— Igual es una señal de que deberías volver con Pilar — le había sentenciado Anaju una mañana desde el otro lado de la mesa, mostrando un día y un minuto más que si había uno de los dos que seguía sin superar a su ex, ese no era él — Las canciones te salían mas bonitas cuando estabas enamorado.

— Volver con ella es el equivalente a un suicidio moral, asi que igual no — contestó el chico encogiendose de hombros. La tostada se había quedado fría ya, y su humor iba por el mismo camino a una velocidad estrepitosa.

— ¿Sabes? También eras un poquito más amable cuando salías con ella.

Odió profundamente los meses que duró esa relación, porque si bien en un principio sentía que estaba cómodo, y por quizás primera vez, en camino a la magia del estar enamorado. Se dio cuenta de que no era así después de ir a cenar a su casa, y para rematar a su ya baja confianza, no fue capaz de romper con ella por el miedo al qué dirán en el entorno de sus padres. Solo lo consiguió cuando Rafa le arrancó el móvil de las manos para escribir uno de los mensajes entre más crueles y graciosos de la historia, harto de su infinito bucle de inseguridad.

Pensó en Rafa y en Jesús, sus otros dos mejores amigos, quienes eran el summum de la alegría, de la felicidad, y de la sobreconfianza. Se sentía como un bufón o un mono de feria a su lado, cuando le presentaban porque era incapaz de articular palabras delante de una chica o chico guapo, o cuando le ayudaban a preguntar cosas en tiendas : aunque ya llevaban cerca de toda la vida siendo un grupo disfuncional, así que, por más cansados que estuvieran de esos quehaceres (cosa que nunca mencionaban), seguían a su lado ya más bien por un vals de compromiso que de verdadera amistad, por lo menos por el lado de Jesús.

Dispositivos fútiles | GeranneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora