Te pregunto de nuevo y no me dices nada

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Gèrard siempre había sido de escribir, pero de nunca compartir. Cuando contenía dentro de sí una sensación demasiado fuerte como para expresarla, la plasmaba en papel. Era muy posible que ese folio quedara abandonado en algún punto indefinido de la habitación, y que, cuando años después lo encontrara, se preguntara qué demonios había sido tan duro como para combinar palabras y letras así de tristes.

En el peor de los casos, pasaba esas narrativas a composiciones, y por desgracia, ahí ya no había vuelta atrás. No salían de su habitación, pero una vez estaban musicalizadas, se habían materializado en la existencia para el resto de la humanidad, y por más que borrara notas de voz del móvil, musicalmente habían nacido para expresar las cosas que no sabía explicarle a la gente de su alrededor.

Las mañanas en Navarra le parecían una mierda. Y no porque se viera obligado a desayunar en una pequeña mesa de madera — que probablemente era de segunda mano, porque la calidad del material no podía ni aspirar a asemejarse a la de Ikea — junto con una familia que apenas conocía, ni porque las tostadas de mantequilla estuvieran congeladas y no hubiera nadie para calentarselas, si no porque sentía que no tenía nada más que hacer allí aparte de contar los dos días hasta que volvieran a casa.

— A pesar de que mi madre y yo no tuviéramos la mejor relación estos últimos meses, siempre cuidó de nosotras como es debido y nos quiso en la mayor medida — la voz de Anne le había sonado asustadiza debajo del pino que daba directamente al foso destinado al cuerpo de la mujer. Sus hermanas lloraban mientras agarraban un ramo de laureles — Le echaremos muchísimo de menos, y si el más allá existe, espero que se haya encontrado con mi padre.

Después de todo, tampoco se vio capaz de vivir una vida decente sin él.

Cuando le tocó el turno de acercarse, tiró una rosa blanca del ramo que había comprado Maialen esa mañana para que, como mínimo, fueran capaces de mostrarle a la família que solo querían transmitirles un cariño y un amor sincero. Se quedó quieto como una estatua mientras se encargaban de llenarlo de tierra. Ahora era el turno de que se la comieran los gusanos, que su existencia quedara completamente olvidada si no fuera por la lápida que le recordaba a los desconocidos que paseaban por el sitio que una vez existió una tal Berta, que aparentemente fue madre, tía, esposa, y una persona excelente.

— Los días del hombre no son sino hierba: crecen como las flores del campo; cuando el viento pasa sobre ellas, desaparecen — le había sentenciado Bruno mientras, apoyados en su Canguro, esperaban a que las condolencias acabaran. Había encendido un Malboro, y no rechazó unas caladas, a pesar de que llevara ya meses sin fumar ni acercarse a nada parecido.

— ¿Es tuya esa reflexión?

— Mi cabeza tampoco da para tanto, chaval. Es del Salmo 103, Himno de la Abalanza. Mi madre es religiosa de cojones — Gèrard no supo diferenciar si tosía por la ironía de las palabras que le acababan de pronunciar o por su falta de práctica en lo que muchos llamaban el arte de meterse tabaco entre pecho y espalda — No fumas mucho, por lo que veo.

— He perdido la práctica. Mi ex odiaba que fumara, así que paré — Era mentira. No había fumado en la vida, aparte de una vez cuando tenía 16 años, en su primer botellón con gente que no fuera elegida exclusivamente por su madre. No fue lo único que le entró en el sistema. Era demasiado patético como para contarlo. Tosió otra vez.

— Si es que al final, cuando te enamoras, haces un montón de tonterías que cuando las piensas en retrospectiva tiempo después, te cuestionas que se te metió en la cabeza para hacerlas.

Ambos rieron a carcajadas. No estaba tan nublado como en los días previos. Flavio y Eva estaban sentados en el borde de la acera mientras escuchaban un tema de Harry Styles. Más tarde discutirían sobre si la mejor canción era Two Ghosts o no. Él le diría que si, mientras que ella se enfurruñaria en que es Sweet Creature. Cualquiera diría que eran un antiguo matrimonio, y se sorprenderían al descubrir que apenas llevaban horas, sino un día siendo conocidos. No parecía real.

Dispositivos fútiles | GeranneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora