Dar

222 26 2
                                    

Que hermosa era la primavera, con sus cielos despejados congelados en el tiempo y sus flores aromática surgiendo desde el suelo era simplemente mágico de observar, era realmente una lástima que durara solo un parpadeo y que en su vida se hubiera perdido quince de este maravilloso espectáculo. Miro las flores deshojarse y marchitar hasta convertir la vista en un páramo de espinos de color verde, pensó que le recordaban un poco a los ojos de su compañero, que eran tan lejanos e intocables como aquellos tallos con espinas, suspiro pesadamente de nuevo mientras miraba el sol caer una vez más en la soledad de ese cuarto: nunca antes había estado solo hasta ese momento de su vida, siempre tenía a sus compañeros omegas, a las enfermeras y a las pedagogas a su alrededor. pero ahora todo había cambiado gran parte del día se hallaba mirando por la ventana el pasar del día, tres veces al día una mujer entraba con un carrito de comida que dejaba a su disposición y salía con el otro que llevaba los trastos sucios, pero pese a que siempre la veía ellos nunca habían hecho ni el más mínimo intento de entablar una conversación, tenía la sensación de que de tratar seria fríamente ignorado por esta. El abandono le calaba el alma como una punzante lanza retorciéndose en su interior día y noche, estaba solo puesto que aquel hombre no había vuelto más que un par de ocasiones sin dar menor explicación, solo llegaba le saludaba y se iba por semanas.

En su mayoría la comida que le proporcionaban tenía una textura fibrosa, o así le parecía todo desde que había probado ese delicioso chocolate que le había entregado su alfa la última vez que le vio, un pequeño aperitivo de café oscuro con un sabor amargo que se derretía en su boca dejando una estela de sabor durante varios minutos, cuanto había apreciado ese obsequio que se negó a acabárselo rápido, le había durado tres días, comiendo uno de esos cuadritos al día y ocultando el resto en un pequeño espacio entre la mesa de noche y la cama. Ahora tampoco tenía el alivio dulce que este le proporcionaba pues lo único que quedaba de él era un envoltorio aromático que olía siempre al ir a dormir. ¿acaso tendera mas de ello? Era muy probable que no ¿Cuándo le vería de nuevo? No lo sabía, pensaba que cuando un alfa y un omega eran finalmente emparejados no querrían separarse, efectivamente él quería verlo más: admirar sus rostro tranquilo y sabio, sus ojos apacibles como las hojas y sobre todo quería verle sonreír por una sola vez tenía la sensación de que su sonrisa sería tan hermosa que haría que cualquier ser vivo le amara. Temía que esos sentimientos que le habían inculcado desde su más tierna infancia no fueran los mismo que a su alfa, acaso no era lo que él esperaba. Una lagrima descendió por su mejilla mientras miraba por la ventana soltando un suspiro contra esta que empaño el cristal esa tarde el cielo estaba cubierto por aglomeraciones de nubes de color gris que se apretaban entre ellas a nada de estallar el rugido de un trueno en la lejanía me hizo saltar el corazón mire como una luz blanca se filtraba entre las grietas de esas nubes y pegando mis manos al cristal desee verlo más cerca. Unas pequeñas gotas golpearon el cristal y quede absorto mirando como la ventana se llenaba de estas: era lluvia, nunca había visto la lluvia en su vida y aun que le habían dicho que era mala y propagaba enfermedades el la consideraba peculiarmente hermosa a los pocos minutos un olor suave y refrescante me invadió la nariz.

Olía a libertad.

Se rio un poco ante la idea, de donde había salido aquella palabra, no estaba seguro de su significado pero había algo inalcanzable e ilógico en ella, suspiro mientras otro relámpago caía a lo lejos iluminando los senderos con un brillo momentáneo, miro una figura corriendo entre los estrechos senderos flanqueados por los rosales y su corazón se detuvo, un hormigueo subió por su vientre como si algo le hiciera cosquillas desde adentro sonrió incorporándose para ir a su encuentro en el umbral pero cuál fue su sorpresa cuando sus piernas fueron incapaces de sujetar su peso y cayó en el tapete de color rojo de la habitación, las delgadas prendas que llevaban no bastaron para cubrir su piel y sus rodillas se rasparon y pequeñas gotitas de sangre se empezaban a aglomerar en su herida.

Proyecto IlitíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora