Salto de Tiburón · parte 1 // AU

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En el mundo de la televisión hay un fenómeno llamado "Salto de Tiburón". Les ocurre a aquellas series infinitas que van perdiendo calidad y seguidores a medida que avanzan innecesariamente. ¿Y no parece eso el mundo precisamente ahora? Los guionistas se han quedado sin ideas y solo intentan alargar la serie tanto como los productores quieren, llevando a cabo tramas descabelladas. Hagamos que el mundo se colapse entero por un virus, que nadie pueda salir a la calle, que no haya papel higiénico.

O al menos así lo ve Samantha, a quién la situación de cuarentena le había sobrepasado rápidamente.

Si no hubiera sido tan cabezota podría haber pasado los días en casa de sus padres, y no en el pequeño estudio que apenas le dejaba respirar, pero por tozuda había decidido quedarse. Estaba convencida de que todo aquello no iba a durar demasiado. No, no fue su día más brillante.

Su mayor consuelo, al igual que para medio país, eran las ocho de la tarde. Aunque no ponía música, ni hablaba con nadie, raramente aplaudía y a veces ni siquiera salía al balcón. Pero no permitiría que la cuarentena le arrebatase uno de sus pasatiempos favoritos, observar y escribir. Y ahora que no podía salir a parques ni calles, sus vecinos eran su única fuente de inspiración.

A falta de segundos para que empezaran los gritos y aplausos, se encontraba sentada en su sillón favorito del balcón, con la libreta sobre sus piernas, el lápiz en la mano y una taza humeante de té al lado. Y entonces apareció él, su vecino de enfrente.

Al igual que ella, el chico se abstenía de salir a aplaudir. No solo eso, sino que a pesar de llevar cuarenta días viviendo allí, aún no lo había visto. Samantha suponía que o salía mientras ella atendía clases de guitarra, o bien era un ermitaño sin ningún inconveniente con la situación que ella y sus amigos habían apodado cariñosamente como "infierno".

Mentiría si dijese que no le intrigaba. Habían coincidido un par de veces anteriormente en la entrada, pero nunca se habían dirigido la palabra. Siendo honesta, no le había visto hablar con nadie. Bueno, ella tampoco es que se desviviera por hablar con sus vecinos, así que eso tampoco era muy significativo.

Ahora mismo el joven, cuyo nombre sabía que empezaba por F pero no lograba recordar, se encontraba en medio de una llamada que parecía ponerle nervioso. Aunque le hubiera gustado cotillear, no podía escucharle entre todo el ruido de la música. Si lo hubiera intentado subiendo el volumen de los sonotones se hubiera muerto por los decibelios de Resistiré, graciosa ironía.

Para cuando se dio cuenta de que se había quedado embobada mirándolo, él subió los ojos y se encontró con los suyos. Se aguantaron la mirada un par de segundos más hasta que el chico rodó los ojos, se pasó la mano por el pelo con un gesto agobiado y entró de nuevo a su apartamento, cerrando de un golpe.

Samantha tardó poco en percatarse de que el espectáculo de las ocho había acabado y solo quedaba ella fuera. Cuando volvió a sentarse, esta vez en el sofá de su salón, no sabía si se encontraba más molesta por la actitud del chico de enfrente o por no haber escrito nada.

***

A Flavio el confinamiento ya se le hacía cuesta arriba y tan solo llevaba diez días.

Había pedido el traslado de su universidad en Murcia a una barcelonesa en un impulso muy poco propio de él algo antes de las Navidades. Sorprendentemente, se lo habían aceptado. Y así es como había llegado a mediados de marzo viviendo en un pequeño estudio con ropa aún metida en cajas de mudanza.

Para colmo, no le había dado tiempo a aprender ni a no perderse por los pasillos de su facultad antes de tener que pasar a hacer las clases online. Tenía que encontrar una manera de organizar todo o acabaría volviéndose loco.

Estos días, ni siquiera las llamadas de su hermana mayor le ayudaban a animarse. La quería muchísimo, pero lo último que necesitaba era recordar cuanto echaba de menos a su familia. Y también se podría ahorrar las dudas sobre su decisión de mudarse que le planteaban los comentarios de Bea.

El estrés que le provocaba su encierro hizo que aquella anécdota se le olvidara al poco tiempo. O lo intentó, pues tan solo tres días después volvieron a encontrarse de la misma manera. Esta vez, en cambio, Flavio rápidamente arrancó una hoja de su cuaderno, por mucho que le doliera, y empezó a escribir, antes que la valentía que se había apoderado de él fuera vencida por su timidez.

"Hola"

La chica le miró confusa y entró de nuevo a su piso. Intentando no dejar que esa acción le afectara, Flavio pensó en volver de nuevo al piano, a ver si por fin se le ocurría una melodía que pudiera unir a lo que había escrito la noche anterior. Antes de que pudiera hacer nada, un silbido sonó por encima de los aplausos y la música diaria, sacándole de sus pensamientos. Era ella, libreta y bolígrafo en mano.

"Hola"

"¿Cómo te llamas?"

"Samantha"

"Soy Flavio, encantado."

"Qué formal."

"La situación ya es suficientemente rara de por sí, la verdad"

A esa frase le acompañó una pequeña sonrisa mientras Flavio se encogía de hombros.

"Touché. ¿Cómo es que has cambiado de opinión? El otro día pasaste de mí."

"Mierda, perdón. No era por ti, mi hermana me estaba comiendo la cabeza por la llamada."

"¿Entonces no me odias?"

"A duras penas te conozco."

"Podrías ser un imbécil que juzga antes de conocer."

"Pues para tu suerte no lo soy."

A Flavio este tiro y afloja normalmente le hubiera puesto algo nervioso, pero no con ella. Puede ser que fuera solamente por ser el máximo contacto que había tenido con alguien cara a cara estos últimos días. O tal vez la personalidad reluciente de la chica sacaba su lado más relajado y desafiante para conseguir mantener su atención sobre él.

Mientras la rubia parecía tratar de encontrar una respuesta a su último mensaje, Flavio se le adelantó.

"Sé que hablar por aquí queda muy poético, pero el móvil es bastante más eficiente."

Con esta corta conversación ya había descubierto que su cara era un constante reflejo de sus pensamientos y emociones. Por eso, pudo ver la sorpresa que le provocó ese atrevimiento, y la casi inmediata transformación en satisfacción.

"¿Es tu manera de pedirme el número de teléfono?"

"Eso depende, ¿ha funcionado?"

Vio a Samantha soltar una carcajada, seguramente al ver la expresión tierna y ligeramente avergonzada que debía presentar. Notaba sus ojos estando algo entrecerrados y su cabeza ladeada. Estaba seguro de que sus mejillas habían adquirido algo de color, igual que las de ella tan solo instantes antes.

De nuevo se habían quedado solos en los balcones, y ahora que ya se podían comunicar con un método más normal, decidió entrar tras dedicarle un pequeño gesto de despedida. Antes de que su teléfono empezara a sonar por la solicitud de videollamada de su hermana y madre.

Había salido con la intención de dibujar algo, y aunque no lo hubiera logrado, su sonrisa y la notificación de mensaje que le acababa de llegar de alguien presentándose a sí misma como "Samantha la vecina más guapa", hacía que no le importara lo más mínimo.

Y cuando aquella noche por fin tuvo alguien con quién empezar una de aquellas series absurdamente largas y típicas de las que todo el mundo hablaba, aunque fuera comentándola a través de una pantalla, supo que Samantha había llegado a su vida justo en el momento indicado.



N/A

Estoy un poco nerviosa porque es la primera vez que publico algo. Espero que os guste, de verdad.

Forelsket {flamantha}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora