Capítulo 7.

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Parpadeó repetidas veces cuando escuchó el canto de un gallo y, mientras tomaba asiento en la cama, se estiró. El sol estaba en lo alto y brillaba con fervor, los rayos atravesaban la delgada tela de la cortina que colgaba frente a su ventana y las ramas del árbol contiguo chocaban débilmente contra el cristal gracias al viento. 

«Hoy será un buen día» comentó con entusiasmo en su propia mente y se levantó para iniciar sus actividades.

Después de lavarse bien el cuerpo, la cara, las manos y cepillar sus dientes, se vistió con el overol, sus botas y bajó las escaleras esperando encontrar a su madre para que pudiera ayudarle con su cabello. 

Finalmente, al entrar al comedor, se encontró con su familia. Su madre servía el desayuno mientras su padre y su hermano menor disfrutaban de una conversación sobre algunos animales. 

—Buen día —los saludó, ingresando y tomando la bandeja con los panes recién horneados de la mano de su madre para ayudarla a preparar la mesa.

—Buen día, mija —la saludó su padre, regalándole una sonrisa—. Espero que estés lista, hoy vamos con Zafiro y Hera a recorrer un poco el lugar. Necesitan ejercitarse un poco, han estado bastante flojos últimamente.

La menor asintió con gusto mientras su madre empezaba a trenzar su cabello. Ella podía hacerlo sola, a sus catorce años, casi quince, pero era mejor cuando su madre le ayudaba.

—¿Dejarás que monte a Hera hoy, Apá?

El hombre, soltando una risa, asintió.

—Es tuya después de todo.

—¡No es justo! ¿Por qué ella puede montar caballos y yo no? —reprochó el pequeño niño sentado en una silla mientras hacía un puchero y bebía de su leche caliente.

—Porque yo soy la mayor —anunció, una vez su madre terminó de arreglarle el cabello, y tomó asiento junto a él—. Gracias, Amá.

La mujer sonrió y tomó asiento junto a su esposo.

—Tengan cuidado, ya saben que ha habido algunos derrumbes últimamente.

—No iremos muy lejos, cariño —comentó el hombre—. Ahora coman que las vacas no se van a ordeñar solas y los caballos no irán a pasear por allí solos.

Haciéndole caso al hombre, los demás empezaron a comer mientras hablaban de temas triviales.

Al finalizar, la mujer y el pequeño despidieron a ambos mientras se iban a hacer sus propias actividades en el lugar. 

Mientras su padre montaba el gran y majestuoso equino, ella montaba a la hermosa y llamativa yegua, hija del mismo equino, y se embarcaban en una aventura juntos.

A ella siempre le gustó hacer cosas con su padre. Como cortar leña, alimentar a los animales, pasear con los caballos, ordeñar a las vacas. Su padre y su madre se encargaban de muchas cosas en las que ella y su hermano estaban dispuestos a ayudar para algún día hacerse cargo de todo por sí mismos. Y mientras cabalgaban, ya un poco lejos de su hacienda, pudieron escuchar algunas risas, todas diferentes y mezcladas. Aunque una en especial, que parecía resaltar ante las demás a pesar de ser la más discreta, llamó su atención.

—¿Escuchaste eso, Apá? —le preguntó la castaña, obligando a su yegua a disminuir el trote.

—Deben ser esos niños otra vez —suspiró—. Ya les he dicho una y otra vez que se alejen de aquí porque no es seguro.

Soulmates┊ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora