Capítulo 5

127 23 0
                                    

TADEO

Niko volvió a venir con regularidad. Esta vez odiaba más a mis papis. Antes los ignoraba pero, ahora, no los puede siquiera ver porque ya enfurece. Los veía con mucho odio y hasta me ignoraba en ocasiones.

Lo entendía; ellos querían separarnos. Éramos niños buenos y no merecíamos romper nuestra amistad.

Creo que mis papis renunciaron a su trabajo porque ahora solo pasan encima de mí. No me dejan hacer absolutamente nada. Se la pasan revisando mis brazos y piernas a cada rato. Es molesto, porque ya tuve suficiente con este yeso. No puedo ni salir a jugar solo porque "me lastimaré más de lo que ya estoy".

Me sentía encerrado y como si hice algo malo.

Lo bueno era que Niko me animaba cuando me sentía de esa forma. Ahora cuidaba más de mí; cuando estaba con mis papás, Niko nos observaba, escondido en algún rincón. Me daba miedo que, algún día, ellos quisieran apartarme de Niko, así como si nada. Ese miedo disminuyó desde que Niko comenzó a vigilarme. Me hacía sentir seguro.

No sabía si eso era algo bueno o malo. A veces creía que era bueno porque me calmaba los nervios y me hacía pensar con tranquilidad. Otras veces, creía que era malo porque Niko parecía querer hacerles daño a mis papás. Y no hablo de cualquier daño, sino del malo. Es el tipo de daño que hasta sale en las noticias de lo malo que es.

—¿Quieres jugar a las escondidas? —propongo. Niko niega con la cabeza y se acerca a la ventana. Me mira a mí y apunta hacia afuera —. No se puede, estoy castigado —le recuerdo con obviedad.

Él no deja de mirarme y vuelve a apuntar hacia afuera, tocando la ventana y haciendo un ruido repetitivo. Lo miro, esperando a que pare, pero no lo hace. El ruido comienza a incrementar, lo hace con más insistencia. Me estaba volviendo loco ese sonido.

—¡Está bien! —grité con tal de hacer que se detenga.

—¡Cariño! —mami entra apurada al cuarto —. ¿Estás bien? —pregunta al verme.

—Sí, mami —sonrío nervioso.

—¿Qué te ocurre, bebé?

—No me digas bebé —murmuro al suelo —. Quería saber si... ¿podría salir afuera? —pido con voz tierna. Ella me mira unos segundos, pensándolo.

—Está bien —accede en un suspiro —. Pero tienes prohibido ir fuera del jardín, ¿entendido?

Cuando dijo eso, corrí a buscar mis juguetes más increíbles y los lleve a todos afuera. Hace mucho no salía y ya extrañaba el sol. Creo que hasta Niko se estaba volviendo loco del encierro.

Mamá me está viendo por la ventana de la cocina, pero recibe una llamada y se va a otra parte. Creí que como ya no estaba, Niko vendría; pero él no llegó.

—Niko, ya puedes salir. No hay nadie aquí —susurro para que aparezca —. Niko, sal por favor. Tú querías venir afuera —reprocho cuando no viene.

Lo busco por todos lados, pero no está. Sabía que era bueno para esconderse, aunque no sabía que tanto.

Comienzo a jugar con mi catapulta. Era asombroso lo que hacía; hasta podía ser un arma si yo lo quisiera. Arrojé varias rocas, quedándome sin ellas al poco tiempo. Traté de levantarme pero el yeso lo hizo difícil.

—¿Necesitas ayuda? —escucho a alguien preguntar. Levanto la cabeza y veo a una niña linda y morena.

Asentí muy rápido y apunté hacia las piedras que habían caído cerca de ella. Sentí mis mejillas ponerse tibias y no podía dejar de sonreírle a la grama.

—Me llamo Paula —comienza a reunir mis rocas —. ¿Cómo te llamas tú? —pregunta con una adorable sonrisa.

—Ta... —iba a decirle mi nombre pero, detrás de ella; al otro lado de la calle; estaba Niko.

Su rostro era el mismo de siempre, aunque había algo más. No comprendí que era hasta que sentí algo duro caer sobre mi pierna. Hice una mueca de dolor y vi como mi piel se tornó roja.

Levanté la mirada y vi a la niña con mis rocas. Ella ya no estaba sonriendo.

De la nada, comenzó a lanzar las rocas sobre mí, con mucha fuerza. Algunos cayeron sobre mis piernas, otras chocaron contra mis brazos; pero las que me hicieron gritar fueron las que cayeron sobre mi cabeza.

Una tras otra venían sobre mí. Intenté esconder mi rostro con el yeso, pero no evitó que una impactara sobre mi ceja, haciéndola sangrar. De tanto moverme, una gota cayó sobre mi ojo derecho y tuve que cerrarlo con fuerza.

—¡Para! ¡Por favor! ¡Ayúdame Niko! —gritaba espantado.

Las piedras seguían cayendo y sentía como mi respiración se mezclaba con mis gritos y lágrimas.

A los minutos, mi papá se acerca. Grité cuando me abrazó, pensando que era la niña.

—¿Qué pasa? ¿¡Dime qué pasa!? —exige papá. Sonaba alterado.

Trata de calmarme pero ni siquiera yo puedo lograrlo. Estaba temblando del miedo y, aún escondido entre mis manos, vi que la niña ya no estaba. Había desaparecido, al igual que Niko.

Papá me lleva adentro, donde mamá estaba esperándome con hielo y quien sabe que más. Veía mi cuerpo, muy dañado, tornarse de distintos colores justo en los lugares donde me habían caído las rocas. Eran los colores del dolor.

Todo comenzaba a ir muy lento; todo sonaba como un pitido; las heridas me palpitaban; iba quedándome dormido. Así era mejor, porque en los sueños no siento nada de dolor.

Algo que me atrajo la atención fueron unos zapatos sucios y desgastados debajo de la cortina...

....

¿Qué tal el libro hasta ahora? Me gustaría saber sus opiniones.

Y, si les gustó, recuerden dejar su estrellita.

El Amigo ImaginarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora