Capítulo 9

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TADEO

Con Niko corrimos hasta el bosque frente a mi casa. Había niebla por todos lados. Me sentía aterrado, a pesar de estar con Niko.

Sentí temor al ver las lápidas del cementerio. No había entrado ahí, pero solo verlas provocaba miedo y ansiedad. No pude dejar de ver hacia el lugar, temiendo de... en realidad no sé; supongo que los cementerios siempre dan esa sensación de que algo malo ocurrirá.

Debí traer algo con que cubrirme, porque ahora no tenía nada con que calentarme y estaba helado. Eso me hizo doler la cabeza.

A Niko también le molestó porque se abrazó a sí mismo. Yo repetí sus acciones y froté mis brazos con mucha fuerza para disminuir el frío.

—¿A dónde vamos? —susurré temblando. Niko no respondió, como siempre.

Me causaba terror entrar en el bosque. De día era hermoso, con el sol y las hojas de distintos colores; de noche era casi igual que entrar al cementerio.

Las hojas crujían con cada paso que daba; el viento hacía un sonido espantoso, como un silbido; los árboles tapaban la luz de la luna, haciendo que se ponga más oscuro.

El cementerio ya se estaba quedando atrás. Debía sentir alivio, pero sentí lo opuesto. Volteaba cada vez que confundía la dirección de donde venía el sonido de nuestros pasos, creyendo que alguien más venía detrás de mí y nos seguía.

Negué con la cabeza y me dije a mí mismo que fuera un niño valiente. Me concentré en otra cosa para dejar de pensar en el tenebroso cementerio y seguí caminando.

Pensé en los viajes a la playa. Eran tan hermosos; mis... padres y yo solíamos comer fruta fresca por el calor. Extrañaba la calidez y sentirme seguro con ellos. Ahora ya no podía hacerlo y debía alejarme tanto como yo pudiera.

A veces hasta me sentía solo. Tenía a Niko, pero no era suficiente. Me sentía vacío y con ganas de llorar. Por suerte, Niko aparecía para ir a jugar en esos momentos.

Mis labios temblaban del frío, recordándome dónde estaba. Y cuando ya no sentía mis piernas, Niko se detuvo.

Miré a mi alrededor y noté que estábamos en un lago. No entendía por qué Niko me traería a un lago con este clima tan helado. El lago estaba casi congelado de las esquinas, avisando que el invierno comenzaba.

Giré mi cabeza en todas las direcciones. Me sentía extraño, como si ya conociera el lugar. Se veía tan familiar, pero no recordaba haber estado aquí.

El aire era mucho más difícil de aspirar con el clima. Cada vez que suspiraba salía una nube de aire helado.

Volteé a ver hacia el suelo y seguí las huellas que dejamos atrás. Se marcaban mis pisadas pero, extrañamente, no estaban las de Niko; y su respiración estaba igual de forzada que la mía, pero de ella no salía ninguna nube. Me pareció algo extraño, pero no le presté atención porque era posible que los dos pisáramos los mismos sitios.

—¿Qué hacemos aquí, Niko? —cuestioné con labios temblorosos.

No pudo responder, porque a lo lejos se escucharon fuertes ruidos y se veían pequeños destellos; linternas.

—Niko... —mi voz le advierte de lo que viene detrás.

Sin embargo, Niko no hizo nada. En realidad, se había quedado quieto desde hace mucho, sin moverse ni un poco. Solo escuchaba su respiración tan agitada.

Lo rodeé con lentitud y me paré delante de él. Niko me miró con dolor en su rostro. Fue una sorpresa porque él jamás había hecho esa cara.

—¡Tadeo! —llamaban desde muy lejos. Reconocí esa voz como la de mi padre.

Escucharlos gritar, las sirenas de policía, las luces rojas y azules, el rostro adolorido de Niko y el lugar en donde me encontraba le hicieron algo a mi mente. Comenzó a doler demasiado y un pitido hizo que me quedara sordo. Era horrible y estaba demasiado asustado.

Comencé a temblar, pero no del frío. Estaba ansioso porque muchas imágenes sin sentido entraron a mi cabeza, haciendo que doliera más y más.

Vi un rostro... un rostro que parecía el mío. Estaba riendo y de pronto había alguien más. Todo iba tan rápido que no me dejó ver quién era.

De la nada, la persona comenzó a gritar y escuché mi nombre siendo repetido miles de veces por tantas voces diferentes.

Entonces lloré. Lloré porque me quebraba sentirme tan inútil; lloré porque esa persona me gritaba y yo no la podía ayudar; en los rostros de mis padres se veía la decepción; los ojos... no sabía cuántos eran, pero todos tenían algo en común: dolor. Esos ojos tenían dolor y decepción dirigidos hacia mí, juzgándome, y yo no entendía el por qué.

—No, no... Lo siento... por favor... perdón —murmuré rendido y débil mentalmente.

Las imágenes se reproducían tan rápido, mezcladas con los gritos de dolor y el llanto de alguien que sufría. Me estaba volviendo loco y creí que jamás acabaría esta tortura.

Hasta que, finalmente, todo paró. Frente a mí estaba Niko, mirándome con tristeza. Inesperadamente, me abrazó, y yo lloré en el hombro de mi mejor amigo, sintiendo culpa por algo que no entendía.

Aún me dolía la cabeza y sentía mucha más familiaridad con el lugar. Aunque no era algo bueno, era más bien horrible. Sentía como si el sitio tuviese ojos y con ellos me estuviese juzgando.

Veía a mis padres a lo lejos y las sirenas de policía se escuchaban tan cerca. Estaba confundido y ansioso.

Niko me apartó de sí y me observó por unos segundos. Y cuando los gritos de mis padres se escucharon a apenas unos metros, Niko me sonrió con tristeza y, en un instante, me arrojó al lago.

....

Quizá es un capítulo confuso, pero pronto entenderán.

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