séptimo.

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La renovación del Tratado de Carne y Sangre debía hacerse lo más rápido posible, aunque Joshua Hong se quedaría algunos días más en la capital. La mujer que llevaba resultó ser una chica de alta cuna, cuyos familiares eran grandes amigos del rey. Decidió llevarla consigo para que Seungkwan la aceptara en su Corte, para que fuese su pupila. Se presentó como Rosé y a Junhui se le hizo familiar el nombre. Ahí comenzó a sospechar. Qué necio era Joshua pensando que en palacio no habría puteros.

Junhui dijo a Seungkwan que se ausentaría por un momento. El rey le dio permiso y así lo hizo. Caminó hasta el cuarto de Soonyoung, llamó a la puerta de este y entró sin más.

—Soonyoung —saludó, cerrando tras de sí. Las cortinas estaban todavía cerradas, aunque Kwon Soonyoung estaba despierto—. ¿Qué haces a oscuras?

Soon rió y se levantó para abrir las cortinas, dejando que la luz de aquel día nublado entrase al cuarto.

—¿A qué se debe tan agradable visita, mano derecha del rey?

Jun se echó el pelo para atrás y negó un par de veces, riendo.

—Quería verte. Y preguntarte algo.

—Adelante.

Wen Junhui caminó hasta estar justo delante de su amigo. Le colocó las manos en los hombros, que estaban fuertes bajo el pijama.

—¿Te suena el nombre de Rosé? —le murmuró, con tal de que lo oyera.

Kwon Soonyoung se quedó pensando por un momento, no obstante, pronto negó con la cabeza.

—En absoluto, ¿por qué?

—Joshua trae una pupila.

Soon colocó las manos sobre las de Jun. Nadie, ni siquiera el rey, podía leer tan bien a Wen Junhui como Kwon Soonyoung o Xu Minghao.

—Nosotros mismos fuimos pupilos del rey muerto —respondió el más bajo—. No es una amenaza. No hay motivo para tener miedo.

—Soon, Joshua Hong la trae. Joshua, de la maldita casa Hong, rey de la puta Sínsoca.

—Sabes que Minghao da consejos mucho mejores que los míos. Deberías hablar con él. Sin embargo... Mantente tranquilo. Si Joshua trama algo con esa tal Rosé, lo descubriremos y lo pararemos. Ahora vete, Jun. Deberías estar presente en la renovación del Tratado.

Wen Junhui asintió y, sin más, se fue de nuevo al salón del trono. Había un documento muy importante que firmar.

En las noches de luna llena, era el deber de cualquier rey yacer con su esposa, independientemente de que se quisieran o no. Las noches de luna llena servían para concebir a un heredero.

A Seungkwan nunca le había atraído ninguna mujer, ni siquiera su esposa, que se podía considerar la más hermosa del reino. Aún así, debía cumplir su deber como rey y engendrar un hijo varón. La paternidad no le hacía demasiada ilusión, aunque bueno, el mero hecho de acostarse con Bona, tampoco.

Cuando el rey llegó a su cuarto, su reina esperaba, desnuda y con las piernas abiertas. Seungkwan no podría describir la sensación que tuvo en ese momento. No era deseo, ni amor, en absoluto. Era una mezcla de miedo con un ligero toque de asco y odio, pero no hacia Bona, sino hacia sus quehaceres como monarca, hacia las tradiciones inamovibles de su reino. Tragó saliva, acercándose a la mujer, despojándose de sus ropas. Se tumbó sobre ella y acercó la boca a su oído.

—No podemos hacer mucho ruido. Sería vergonzoso que Hong nos oyera.

Bona movió su cabeza en modo afirmativo. No tenía ganas de nada. Ser reina siempre había sido como un sueño, pero a la hora de la verdad, lo odiaba. Era humillante ser usada únicamente para parir a un heredero, y para ser un adorno en fiestas y eventos.

En cuanto Seungkwan se introdujo en ella, se quiso morir. Dolía. No estaba acostumbrada eso, ya que había permanecido casta hasta su matrimonio. Liberó un quejido cuando el rey comenzó a moverse y este simplemente se quedó quieto. Había conseguido su erección al imaginarse que estaba con Hansol, que era a él a quién le hacía el amor, y no a aquella mujer. Bona no se movió. Seungkwan sí, tras un rato. Cerró los ojos y gruñó con suavidad. La reina mientras tanto se mordió el labio. No le gustaba, no quería seguir, y cuando Seungkwan se corrió dentro, quiso vomitar.

Seungkwan salió de ella y se quedó tumbado, durmiéndose casi al instante. Bona se limpió, se vistió y salió del cuarto, a dar un pequeño paseo nocturno. Lagrimeaba. Deseaba con todas sus fuerzas no encontrarse con nadie, incluso rezó a la Diosa por ello. Sin embargo, sus plegarias no parecieron ser escuchadas, porque se tropezó con Junhui. Él la vio llorando, y fue como si la luz de su rostro desapareciese. A Jun nunca le había gustado ver a la gente llorar. Lo odiaba.

—¿Ha pasado algo, mi reina?

Bona negó, avergonzada.

—Me lo podeis contar, no os preocupeis. No se lo diré absolutamente a nadie.

—¿Ni al rey? —preguntó ella, sorbiéndose la nariz.

—Ni al rey.

Bona no lo soportó más. Se abrazó a Jun y lloró en silencio. Él le acarició el pelo y, en ese momento, se sintió como en casa.

—Vamos a hablar a mi cuarto —le murmuró.

La habitación de Junhui no quedaba para nada lejos. Fueron agarrados del brazo, y ella llevaba la cabeza gacha para disimular el llanto. Él le abrió la puerta a la reina, cerrando después de haber entrado él tras ella. Le ofreció asiento en un pequeño sillón, sentándose él en frente.

—Contadme lo sucedido, Alteza.

La reina se frotó los ojos. Tenía tanto que decir y a la vez tan poco. Tanto de lo que quejarse y tanto que agradecer que realmente no sabía por dónde comenzar. Era la reina, tenía un alto estatus social, dinero, todos los vestidos que quisiera, comida. Pero no tenía amor, ni comprensión y no se sentía cómoda.

—Hay luna llena.

—Sé que la hay, Majestad. Y sé lo que conlleva. ¿No ha sido el rey agradable?

Ella lloró más. Junhui creyó comprender lo que pasaba.

—Es difícil acostarse con alguien que no te ama, y que además está... Enamorado de otra persona —murmuró Junhui—. Debe ser horrible. Lo siento, mi reina. Lo siento muchísimo. No sé qué podría daros en compensación al ser yo un muy amigo de vuestro esposo, salvo mi propia compañía, aunque no creo que cambie nada. Aunque tal vez os sintais mejor al tener un confidente.

Bona se secó las lágrimas y sonrió.

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⏰ Última actualización: Mar 21, 2022 ⏰

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