Capítulo 47: Para siempre.

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—¿Cuánto tiempo es un rato? ¿Una hora? ¿Dos? ¿Un día?

Los ojos escrutadores de Ringo lo miraron con un tono de claridad reflejado en sus pupilas.

—No bromees, Richard —dijo, intentando simular una de sus mejores medias sonrisas y se encogió de hombros—. Puede ser una semana, un mes... quién sabe, tal vez, un año o dos, tal vez, ¿para siempre?...

—¿Estás loco?

John se sentó en una de las sillas del mediano comedor y tensó su garganta, dándole un breve vistazo a Paul, que estaba sentado a su lado y tenía los ojos moviéndose desde su rostro hasta el del otro, totalmente consternado.

—Tengo las tarjetas bloqueadas, estoy sin una moneda en mi bolsillo y no tengo a dónde ir.

—Yo diría que sí, pero tú sabes que esta casa no es toda mía, John, a veces, viene mi familia también...

—Solo serán unos cuantos días, Ringo, es una promesa —las palabras de Paul se escucharon como un suave farfullo acariciando la habitación, mientras sus ojos se enfocaban en los ojos del pequeño castaño—. Por favor.

Ringo elevó la cabeza y se lo quedó mirando unos segundos para finalmente suspirar, agotado.

—Está bien, son bienvenidos el tiempo que quieran. Pueden usar la habitación o habitaciones que gusten... tomar lo que quieran que vean en la cocina —caminó a pasos lentos hasta la nevera y abrió la puerta superior, colocando tres botellas de agua—. Por cierto, es bueno verlos juntos otra vez, pero... ¿qué pasó ahora?

John torció sus labios en una sonrisa y corrió su mano sobre la madera hasta que sus dedos se encontraron y fueron entrelazándose poco a poco.

Levemente.

Acariciando los nudillos pálidos con la parte interior de sus dedos, rozándolos con ligereza.

Sus ojos se encontraron, al igual que sus sonrisas y ese sentimiento volvió a explotar en su interior.

Ese sentimiento, ese mismo sentimiento que aparecía cada vez que lo contemplaba; cada vez que se fijaba en sus ojos despiertos, sus labios abultados, sus bonitas mejillas, su radiante sonrisa.

Ese sentimiento que tocaba hasta el último de sus nervios y le hacía darse cuenta de lo perfecto que era Paul; de lo perfecto que era amarlo y de lo perfecto que era poder tenerlo a su lado.

Ese sentimiento que le hacía enamorarse una y otra vez, que le permitía caer loco de nuevo, que le hacía arder en fuego, que le hacía desear lanzarse a besarlo, aunque sabía que si lo hacía, posiblemente no pudiese soltarlo más.

Y eso ahora no era muy conveniente que digamos.

Acarició el dorso de su mano y moduló un "te amo", escuchándolo susurrar lo mismo en respuesta y reír con la misma calidez de siempre, al tiempo que el timbre de la puerta se hacía oír.

—Ahora voy, ¡ya escuché! —Ringo se metió a la boca tres galletas del paquete que tenía en las manos y bufó, malhumorado—. Por favor, dejen de mirarse de ese modo, que me hacen sentir como que salgo sobrando. Tengan un poco de consideración y piedad de mí.

Escuchó el sonido de la puerta abriéndose y fue entonces cuando vio a su madre ingresando apresuradamente hasta detenerse a tres pasos de él, exhalando con la mano en el corazón.

—John, acá estás —presionó su hombro en un intento de apoyo y miró a su alrededor, todavía recuperando el aliento—. ¿Por qué te fuiste de esa manera?

—¿Cómo sabías que estaría aquí?

La mujer se sentó en una de las sillas contiguas y se pasó la mano por la frente, recostando todo su peso sobre su codo derecho, que descansaba sobre la mesa.

Inocencia Pasional | MclennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora