CHAPTER ELEVEN

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El  asalto, segunda parte

En la plaza solo se oían gritos y choques de espadas. El asalto había sido un éxito hasta el momento, a pesar de todos los problemas que habíamos tenido. Todos los narnianos y Telmarinos luchaban en aquella plaza. Hacía rato que había perdido de vista a mi hermano y a los demás, pero seguía luchando codo con codo con otros narnianos. A pesar de que la espada que llevaba pesaba un poco más de la que utilizaba normalmente la adrenalina no me dejó notar el dolor en ningún momento. Mi espada chocaba contra otras, contra cuerpos y de vez en cuando cogía alguna flecha de mi carcaj y se la clavaba a algún soldado Telmarino. A pesar de estar concentrada en la batalla, no dejaba de buscar con la mirada a Miraz. Alguien debía pararle los pies a ese incompetente.

Oí como los arqueros se empezaban a posicionar en los balcones de los muros del castillo. Oí como ya estaban preparados.

– ¡Arqueros! – Gritó un soldado– ¡Elegir un blanco! ¡Apunten!

Y de golpe un soldado había caído a mi lado desde uno de los muros. Se me escapó un pequeño gritó y miré hacia arriba. Allí estaba Ed, él había empujado a ese soldado desde el balconcillo. Peter, unos metros más delante de mí, le gritó que tuviera cuidado. En se mismo momento, unos de los arqueros más cercanos se giraron hacia él y le dispararon, mientras Ed corría hacia una puerta. Recé porque ninguna de esas flechas le hubiera dado.

En ese momento, antes de que volviera a luchar, miré a mí alrededor. Todo eran cuerpos de narnianos o soldados tendidos en el suelo, otros cuerpos caían desde los balconcillos y flechas volaban por el cielo. Entonces, en uno de los balcones vi a Miraz. Pero otra vez alguien se me adelantaba, Peter iba corriendo por unas escaleras de la pared que iban hacia el balcón donde estaba Miraz. Sin dudarlo dos segundos decidí dirigirme en la misma dirección, hacía Miraz pero para llegar hasta allí tenía que cruzar toda la plaza lo cual me haría ser un blanco fácil, así que decidí romper el cierre de una de las puertas de servicio que tenía cerca e ir por dentro del castillo. Crucé una estancia que tenía un montón de utensilios de limpieza y crucé otra puerta, la de la cocina. Allí, no había nadie, solo había un animal... Mi gato.

– ¿¡Whiskers!? – Grité sorprendida.

No me esperaba encontrarme a mi gato persa de pelaje naranja y menos en esas condiciones. El pobre estaba tumbado en su mullido cojín habitual de color crema y tenía las patas delanteras, las patas traseras y el morro atados.

– Pobrecito Whiskers, pero que le han hecho a mi bebé...

De repente empecé a escuchar gritos de narnianos.

– ¡Replegaos!

Oh, no, eso era una retirada. Y no sabía si podría llegar.

Decidida a irme, volví a mirar a mi gato. Nunca le he podido decir que no a esa carita. Salí corriendo por la puerta a la cual le había roto la cerradura, con el gato en brazos. Todos los narnianos corrían hacia la puerta que minutos antes Peter, Susan, Caspian y yo habíamos abierto. Pero esta vez, en medio de la puerta había un minotauro aguantando el trozo de madera que cerraba la puerta. Los soldados habían roto la rueda de madera y que ese pobre minotauro levantara el trozo de madera era la única forma de poder escapar.

Vi como Peter le gritaba a un centauro que sacara de allí a su hermana, y después vi cómo les gritaba a otros narnianos que se retiraran. Susan una vez subida en el minotauro gritó:

– ¿Y Caspian y Sophia?

– Les encontraré – Peter le respondió.

Peter siguió avisando a otros narnianos de que se fueran, mientras nos buscaba con la mirada a mi hermano y a mí. No sabía dónde estaba mi hermano, pero estaba segura que estuviera donde estuviera querría que me fuera con Peter. Él podría protegerme. En el momento que empecé a correr todo lo que pude con mi gato en brazos hacia Peter, los hipogrifos aparecieron y empezaron a llevarse a narnianos volando. Peter me vio y corrió hacia mí. Cuando nos encontramos me rodeo la espalda con el brazo que tenía libre.

– Tenemos que salir de aquí.

– Lo sé, pero mi hermano...

En ese mismo momento de una de las puertas laterales, la que daba a los establos, salió Caspian montado en un caballo, con el Dr. Cornelius montado en otro. Por suerte, Caspian llevaba otro caballo cogido por las riendas. Peter y yo fuimos hacia Caspian para subir en el caballo. Una vez arriba me agarré de Peter mientras este le ordenaba al caballo que fuera más rápido. Íbamos detrás de Caspian y del Dr. Cornelius. Mientras nos íbamos, todos gritábamos a los otros narnianos que se fueran, que esto era una retirada. Una lluvia de flechas iba dirigida hacia la puerta. Sabía que la misión de esas flechas era matar al minotauro. Nosotros logramos pasar con los caballos, pero como he dicho un montón de veces, yo no tengo suerte. Una de las flechas le dio a mi pierna derecha. Un pequeño grito se escapó de mi boca justamente en el momento en que el minotauro caía al suelo y la puerta se cerraba. Peter paró la marcha del caballo, aunque no sé si fue por mí o por la puerta.

– ¡Marchaos! – Gritaban los narnianos encerrados dentro de la plaza.

– ¡Salvaos vosotros, majestad! – Decían otros.

Peter me miró a los ojos y noté la culpabilidad que sentía. Luego miró hacia delante, hacia su hermana y esta lo miraba con la típica mirada que te hacen los hermanos de te lo dije. Pero Peter no esperaba eso, así que volvió la mirada hacia mí y encontró lo que buscaba en mis ojos... Consuelo.

– ¡Sophia estás herida! – Gritó mi hermano.

Entonces, Peter rompió esos segundos en los que nuestras miradas se habían encontrado y se consolaban la una a la otra, para mirar mi pierna.

– Vámonos, tenemos que curarte.

Después de eso, ordenó al caballo que fuera muchísimo más rápido, mientras el puente levadizo se elevaba detrás de nosotros.


Narnia. Una nueva y diferente aventuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora