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—Te dije que necesitábamos doscientos gramos, no cincuenta —gruñí a través del teléfono mientras me arreglaba un poco el pelo.

—Te entendí mal, ¿de acuerdo? No es como si fueran a matarnos por eso.

Resoplé intentando calmarme—. Nos faltan ciento cincuenta gramos, Duncan, claro que nos matarán.

"Dame eso" se escucharon ruidos y golpes desde la otra línea. Rodé los ojos impaciente y me dirigí al baño haciendo el menor ruido posible para no despertar a Mark.

—Faith.

—Dime que tienes alguna idea en mente, Press.

Un breve silencio se instaló en la llamada mientras me lavaba las manos, salí cuidadosamente del baño y entré de nuevo en la habitación de invitados a por mi bolso.

—Siempre podemos pedírsela a Chase.

Reí irónica—. Sí, también podemos ir a Australia de vacaciones.

—No tenemos otra opción.

—No colará, no otra vez.

Un gruñido salió de la boca de mi moreno amigo.

—Ya sabes lo que tendrás que hacer al llegar.

—Encontrar a Chase.

—Nos vemos ahora.

Colgué la llamada un tanto frustrada. Iba a matar a Duncan, sin duda lo haría, aunque tenía otras cosas que hacer primero.

Mark tenía el sueño pesado y el fin de semana solía dormir más de quince horas tras haberse pasado toda la semana trabajando y sin casi dormir, así que me era fácil salir de casa sin que él lo notara. Solo una vez se enteró y recibí una paliza, pero nada que un poco de crema desinflamatoria y maquillaje no pudieran arreglar.

Bajé las escaleras rezando para que mis tacones no hicieran tanto ruido al golpear los escalones. Cierto es que podría usar unas simples vans, pero los tacones me hacían ver más alta y poderosa, además de hacerme unas piernas terriblemente sensuales.

Probablemente las piernas eran lo que más me gustaba de mí, algo fácil dado que no tenía una gran autoestima acerca de mi cuerpo. Siempre había sido delgada, demasiado incluso. Mi padre siempre hacía bromas respecto a mi peso o aspecto, algo que sin duda atacó mi autoestima, obviamente a parte de los "deberías comer más, estás demasiado delgada" que me decían siempre los amigos de mis padres.

Desde pequeña empecé a odiar mi cuerpo, hasta que apareció Mark, él me enseñó a respetarme a mí misma, aunque se encargó de destruir toda esa autoestima que había estado construyendo durante años la primera vez que me puso la mano encima. La piel se me erizó con tan solo pensar en aquel recuerdo de hacía un año y medio.

Sin acordarme de los anteriores latigazos que Mark había dibujado en mi cuerpo, me dejé caer sin ningún tipo de miramiento encima del asiento del colche, rápidamente arrepintiéndome al sentir el dolor en toda mi parte trasera.

Hijo de puta, ojalá tuviera los cojones suficientes para plantarle cara como hacía con todos los hombres que se habían intentado aprovechar de mí.

Viendo la hora en la pantalla de mi coche me dispuse a arrancar y a manejar con una cierta velocidad para llegar cuanto antes a la fiesta universitaria a unas cuadras de casa.

Nada más llegar le quité el seguro al coche y salí prácticamente corriendo hacia dentro de aquella mansión. Rastreé el interior hasta que vi la melena negra de mi amigo, quien se encontraba sentado en un sillón con la mano en su frente y moviendo la pierna con rapidez. A su lado estaba Duncan, el capullo que nos había metido en aquel problema, con una rubia encima de su regazo mientras él le acariciaba los muslos. Hice una mueca de disgusto antes de dirigirme hacia ellos.

300 bullets [punk h.s.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora