MARCOS
Busqué con la mirada por el local hasta dar con Alicia, que acababa de ponerse en la barra a servir copas. La gente se aglutinaba para pedir y ella parecía no dar a basto. Se había hecho un moño bajo que recogía perfectamente su pelo rubio, aunque debido al calor del lugar se le comenzaban a salir algunos pelos por arriba.
Volví la mirada al frente y me topé con Valentina, que parecía absorta en sus pensamientos hasta que abrió su bolso y sacó su móvil. Estaba diferente desde que había vuelto, supongo que estaba claro que en esos dos años los dos habíamos cambiado bastante, y con ello el hecho de que nos habíamos vuelto casi desconocidos. Me jodió darme cuenta de eso, y al mismo tiempo me jodió darme cuenta de que me había jodido, porque eso significaba que todavía tenía la capacidad de afectarme.
Intentando apartar esa idea de mi cabeza, me uní a mis amigos que cantaban despreocupados las canciones que tocaba el grupo del escenario, en su mayoría covers. Aun así, rápidamente se me volvieron a ir los ojos a la castaña. Seguía sola, con su teléfono, aunque ahora tecleaba con rapidez, casi tan rápido como su pecho subía y bajaba. Metió de nuevo el teléfono en el bolso, le dió su copa a Alma y abrió y cerró un par de veces las manos, como intentando aliviar la tensión. Parecía muy agobiada.
Poco después, se encaminó rápidamente hacia la salida del local, haciéndose hueco como podía entre la gente. Sentí el impulso de ir detrás de ella, pero me contuve.
O al menos eso intenté, porque un minuto después ya estaba haciéndome hueco yo también para poder salir. Una vez lo conseguí, recorrí la calle con la mirada hasta dar con ella, que estaba en la acera de enfrente, apoyada en la puerta de un portal con la mano en el pecho, como intentando controlar su respiración. Saqué un cigarro que tenía ya liado para disimular y me lo puse en la boca mientras cruzaba la calle.
—¿Estás bien? —Pregunté mientras buscaba un mechero en los bolsillos de mis pantalones.
—Marcos no quiero discutir ahora mismo —me respondió, con la voz algo atropellada.
—He venido en son de paz, Tina.
Ella levantó la mirada hacia mí. Los dos nos habíamos dado cuenta, era la primera vez que la llamaba así después de años. Había sido extraño pero había salido extremadamente natural, tanto que no me di cuenta hasta que lo hube dicho.
Noté como la castaña bajaba los hombros, como si se hubiera rendido.
—No puedo respirar —me dijo entonces, con lágrimas en los ojos—. No puedo respirar y no consigo dejar de temblar, estoy teniendo un ataque de ansiedad.
Mire hacia ambos lados sin mover la cabeza y tragué saliva. La realidad era que no tenía ni idea de qué hacer, nunca me había enfrentado a una situación así y no sabía cómo manejarlo. Me sentí un poco tonto, sobre todo porque mi madre era psicóloga, ¿no se suponía que tendría que saber cosas de gestión emocional el hijo de una psicóloga?
Aguanté el cigarro con la boca y me sequé las manos en los pantalones mientras intentaba pensar en alguna solución. Entonces me acordé de un taller de gestión de la ansiedad que había recibido en segundo de bachillerato. Hacía ya casi cuatro años, pero aún me acordaba de algunas cosas.
—¿Quieres ir a algún sitio más tranquilo? ¿Vamos a casa? —le pregunté, nervioso.
Ella, que se había sentado en el suelo, asintió en silencio. Observé cómo se secaba un par de lágrimas rebeldes, las manos le temblaban cada vez más.
Pedí un Uber, porque en metro tardaríamos mucho, y me senté a su lado. En silencio, la observé llorar y por instinto le coloqué una mano en la espalda y la moví en sentido circular. No tenía mucha idea de si aquello ayudaría, pero no perdía nada intentándolo.
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Noches en Madrid
Teen Fiction"A veces, solo hacía falta una noche para poner en duda todas las afirmaciones que nos habíamos hecho" *** Valentina ha sido un alma libre toda su vida, por lo que planear demasiado las cosas nunca ha sido su estilo y desde luego que enfrentarse a l...