VALENTINA
Era octubre, viernes por la mañana. Las gotas de lluvia repiqueteaban fuertemente contra la ventana de mi habitación. Yo estaba sentada en la mesa de estudio con un café que se había quedado frío hacía ya un rato y que había cesado en la intención de beberme, detestaba el café frío.
Yo, en realidad, concentraba toda mi atención en la pantalla del ordenador, que me mostraba el formulario de traslado de expediente que debía rellenar para matricularme en la universidad aquí y cortar de una vez por todas cualquier lazo con Turín. Una vez lo hube rellenado al completo con mis datos, puse el cursor sobre la tecla de enviar, pero no lo presioné. Se me aguaron los ojos. Una vez enviase el formulario se haría realidad, habría terminado todo de verdad con Luka, esta vez para siempre.
Pulsé la tecla de enviar mientras contenía el aire y apareció un mensaje en la pantalla, indicando que mi formulario había sido enviado correctamente al vicerrectorado de la universidad. Exhalé, todo iba a estar bien, poco a poco encontraría de nuevo mi sitio.
—Valentina —me llamó mi padre, que estaba apoyado sobre el marco de la puerta de mi habitación, limpiando sus gafas con un pequeño pañuelo gris—. Me voy a la oficina, he dejado lentejas para comer, tu hermana vendrá luego con Pablo.
—¿Tú ya has comido? —pregunté, mi padre asintió y se puso las gafas.
—Sí, no te preocupes. Me voy, que tengo prisa.
Cerré el portátil, estiré la espalda y me froté los ojos, aún algo aguados. Al poco tiempo de irse mi padre y como ya me había avisado, llegaron Rebeca y Pablo, que estaban en plena mudanza.
Al final, mi hermana se había salido con la suya y habían estado limpiando a fondo antes de empezar a llevar las cosas y, sobre todo, antes de empezar a dormir allí. De hecho, estuvieron un día entero únicamente limpiando el horno porque tenía años de suciedad acumulada y, al final, terminamos yendo mi madre y yo como refuerzos para poder terminar de sacar todo lo que había allí dentro. Fue una experiencia realmente repugnante.
—A mí me gustaría ir al Ikea esta tarde, para comprar los platos y los utensilios de la cocina —comentó ella.
—Yo tenía que ir a por mi hermana al aeropuerto —replicó Pablo.
Estábamos los tres sentados en la mesa de la cocina, comiendo tranquilamente. Aquella situación me pareció de lo más extraña después de tanto tiempo, pero estaba contenta de tener por fin una comida en la que no me estuvieran constantemente recalcando que tenía que madurar y que las cosas no se hacían a mi modo.
Me fijé en mi hermana y su novio, siempre me habían parecido la pareja perfecta. De primeras no se parecían en absoluto, pero tal vez eso era precisamente lo que hacía que funcionaran tan bien.
Pablo era alto, tenía los ojos azules y el pelo castaño claro, mi hermana, por su parte, era bastante bajita y mantenía perfecta su oscura cabellera rizada. Él era tranquilo, no tenía problemas si algo no le salía a la primera porque lo seguiría intentando, como él decía, era todo cuestión de fluir. Rebeca era todo lo contrario, nerviosa por naturaleza y perfeccionista en cada ámbito de su vida, necesitaba tenerlo todo bajo control. Pero al final eran el equilibrio perfecto.
—¿Qué tal con lo de la uni? ¿Has hecho ya lo del traslado? —me preguntó mi hermana después de comer, mientras colocaba la cafetera italiana sobre la placa.
—Sí, ya he enviado el formulario para el trámite.
—¿Y qué tal con papá?
—Paso de papá, Beca —respondí—. Es que ya sabes cómo es, haga lo que haga le va a disgustar, así que me da igual.
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Noches en Madrid
Teen Fiction"A veces, solo hacía falta una noche para poner en duda todas las afirmaciones que nos habíamos hecho" *** Valentina ha sido un alma libre toda su vida, por lo que planear demasiado las cosas nunca ha sido su estilo y desde luego que enfrentarse a l...