Capítulo 40 Final

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2 meses después

—Esto es increíble! —gritó mi abuela mientras veíamos el hermoso mar de Míkonos siendo iluminado por el brillante sol del atardecer.

—Abuela, la gente nos mira —dije apenada ante la mirada de todas esas personas viendo a mi abuela alarmados por el grito de entusiasmo que había soltado.

—Que miren, pues —dijo ella mientras miraba el mar—. No es fantástico? —preguntó, contemplé el bello paisaje que tenía frente a mis ojos y sonreí, pero luego esa sonrisa se convirtió en una mueca de dolor al sentí un golpe en mi nuca.

—Au! Abuela! Por qué hiciste eso? —pregunté aturdida.

—Acaso es que no te das cuenta? —dijo y me miró como si fuera tonta. Pues al parecer lo soy, porque no entiendo a qué se refiere— Por Dios, Dulce. Este es un lugar hermoso… Qué haces aquí con tu abuela?

—A qué te refieres?

—A que —suspiró frustrada—, Dulce, deberías estar aquí pero no conmigo, sino con Christopher. Por cierto, no lo invitaste a venir? —preguntó curiosa concentrando su mirada en mí, ya no en el sol ni en el mar, únicamente en mí.

—Eh… Abuela, a qué viene todo esto? —pregunté nerviosa.

—No puede ser. Dulce, qué le dijiste ahora al pobre chico? Lo arruinaste otra vez? —dijo y me quedé helada. Mi abuela tenía la increíble habilidad de dejarme sin palabras en tan solo segundos.

—Yo no… —quise hablar pero me interrumpió.

—No me digas que espantaste al pobre chico. Se veía a millas lo enamorado que está de tí y yo reconozco las miradas de amor —suspiré frustrada mirando el mar, evitando su acusadora mirada—. Y tú también tienes esa mirada —dijo sonriente.

—Eso no es cierto —reproché volteando a verla.

—Claro que lo es —dijo mirándome detenidamente—. Tienes los ojos de tu padre cuando hablaba de tu madre. Esos dos eran el amor personificado y unido. Sus ojos lo decían todo —sonreí, recuerdo muy poco de mis padres, pero recuerdo perfectamente el amor que sentían por el otro—. Tu eres igual, Dulce. Se te nota en los ojos que estás enamorada de ese muchacho —me miró con una sonrisa, sonreí sabiendo que no iba a poder negárselo o se armaría la tercera guerra mundial. Preferí dejar las cosas como estaban aunque, en el fondo, sabía que mi abuela tenía razón—. Tengo hambre, mejor vamos a comer algo. Aún no me acostumbro a estos horarios —exclamó comenzando a caminar dejándome atrás.

—Abuela, espera!

2 semanas después

    Estábamos en el aeropuerto de París, hoy volvíamos a México. Habíamos viajado por un montón de lugares de Europa y, si hubiera sido por mi abuela, nos hubiéramos quedado en Rusia, esta mujer adora la nieve.

—Qué gran aventura, no crees? —exclamó mi abuela emocionada mientras comía unas galletas de nuez que habíamos comprado.

—Ya lo creo, nos faltaría viajar a Sudamérica — comenté repasando mentalmente nuestra travesía.

—Eso será en otro viaje. Extraño el pueblo, sabes? Después de tantos países con su gente, sus casitas, su comida, necesito un poco de mí comida, mi casita y mi gente —dijo y reí.

—Como quieras abuela —respondí—. Aunque, apenas volvamos, tenemos la boda de Joan y Fred.

—Tienes razón! Hace mucho que no voy a una boda… Oye, y por qué la postergaron tanto? —preguntó llevándose a la boca otra galleta de nuez.

La Misión Secreta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora