Las risas también son terapia

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SKYLER

Las mañanas dentro del hospital comienzan mucho antes de que el sol aparezca, cuando todos continúan dormidos en la comodidad de sus camas, preocupados por sus propios menesteres; dentro de los hogares temporales que abrazan a enfermos y desahuciados, el día comienza con una dosis de medicinas para el dolor.

En las habitaciones puedes encontrar todo tipo de expresiones; los que poco a poco se recuperan y salen de alguna cirugía sencilla, aquellos imprudentes que están recluidos por algún accidente, los pobres inocentes que no hicieron nada más que estar en algún lugar equivocado; se pueden ver también las sonrisas contrastantes de los pequeños pacientes de pediatría, que a pesar de todo lo que están viviendo son los más fuertes cuando de un tratamiento se trata. Los que solamente esperan ver la expiación de sus familiares sin remedio... Con los ojos llorosos, los rostros demacrados por el sueño y el cansancio; algunos rezando, otros culpando.

A pesar de todo eso, nosotros debemos mostrar que somos fuertes.

—Llegó mucho más temprano que de costumbre —escuché a mis espaldas.

Observaba por una de las ventanas del hospital los colores cambiantes del cielo oscuro, los matices naranjas del sol que se abría paso a través de nubes aglomeradas.

Sorbiendo un poco del café que había preparado esa mañana tomé tiempo para contestar aquella pregunta con tranquilidad. Usualmente no tomaba cafeína, pero esa mañana sentía que la necesitaba.

El taconeo me hizo poner atención a la recién llegada, la mujer de edad con cabello plateado se acomodó a mi lado, observando el cielo que hace apenas unos segundos yo estaba viendo.

—Desperté en mitad de la madrugada —expliqué —. Ya no pude volver a dormir.

—¿Y creyó que lo mejor era llegar hora y media antes de que su turno comenzara? —preguntó.

La doctora Galena llevaba consigo también un termo que desprendía aroma a café, aunque tal vez el de ella no era instantáneo. Lo sabía por el aroma que percibía, más fresco, a granos tostados provenientes de Colombia quizá.

Reí un poco por su acusación, realmente me causaba gracia ya que había llegado en extremo temprano ese día. Tanto que ni siquiera el sol había aparecido.

—Me agrada su dedicación —dijo sorbiendo un poco de su termo —. Sin embargo; sé por parte de los doctores que lo recomendaron que suele ser demasiado obsesivo con su trabajo.

No me sorprendía aquello ya que antes de recibir la llamada de aceptación me habían pedido un par de cartas de recomendación. Una de ellas era de Elliot y la otra de la doctora Miller. Ambos me conocían demasiado bien.

—Me gusta ocupar mi tiempo —contesté de manera tranquila, viendo cómo los rayos del sol se abrían paso poco a poco y el cielo cambiaba de púrpura a azul claro.

—Me he dado cuenta de ello, es usted uno de nuestros mejores pasantes —la mujer se alejó de mi lado, sus pasos poco a poco avanzaron en dirección contraria, unos cuantos pasos después se detuvo produciendo un eco —. Aunque no estaría mal que se relajara un poco de vez en cuando.

No hice por cambiar mi expresión, por mostrar que ya había escuchado bastantes veces lo mismo por parte de otras personas. Seguía creyendo que mantenerme ocupado me ayudaría a dejar de pensar tanto.

—Lo intentaré —respondí cuando los pasos de la mujer se alejaron.

Miré por última vez el cielo antes de partir para ver el estado de mi nueva paciente.

El Silencio de Sky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora