El bosque del crepúsculo se encontraba en completo silencio. No se escuchaba ni el aletear de los murciélagos. El bosque estaba muerto, cubierto de una neblina nocturna que ocultaba el brillo lunar. Los callados árboles eran los únicos testigos de lo acontecido en aquel silvestre lugar, cuando el sol reinaba los cielos.
Lagunas de sangre inundaban la tierra, ahogando a aquellos atrapados entre las pilas de cadáveres. Gritos de agonía desgarraban los oídos de los hombres. El choque de los metales daba el ritmo a una demoníaca danza de muerte sin sentido. Pero todo ya había acabado, y solo reinaba el velo nocturno.
Solo una flama se movía entre los árboles, llevada por un hombre solitario, un fantasma de la batalla, un guerrero abandonado. La tenue luz de la antorcha que cargaba iluminaba su lodosa armadura, el yelmo abollado y el desgarrado tabardo azul celeste con el símbolo del reino de Albaran, donde el sol baña a los hombres de oro.
El solitario guerrero vagaba, viendo con el leve resplandor de su antorcha un miasma de muerte que envenenaba la tierra. En su otra mano empuñaba una triste daga de hierro, manchada por la mezcla de sangre de distintos cuerpos. Parecía que todo su vagar lo llevaría a ningún lado en ese necrótico laberinto. Hasta que se encontró con un cuerpo que yacía sentado a los pies de un solitario roble. El solitario cadáver llevaba una armadura de caballería y una capa roja con el símbolo del reino de Helbir, que lo cobijaba.
El guerrero se acercó para ver más de cerca el cuerpo, pero este sacó una espada de entre la capa y le apuntó con el filo. El guerrero hizo lo mismo y se preparó para apuñalar al caballero, mas no lo hizo. Solo vió como el caballero flaqueaba al mantener arriba su espada hasta que cayó al suelo. Era una escena triste. Un noble. Un caballero que había caído en combate, aun intentaba defenderse sin poder levantar su espada. El guerrero bajó su daga, pues para él ya no había razón para pelear, mucho menos para rematar a ese caballero moribundo. Solo se acercó al roble y se sentó junto al caballero, dejando la antorcha enterrada en el suelo entre los dos. No hubo necesidad de palabras. El caballero sabía el porqué de aquel gesto. Se quedaron ahí, abrazados por el calor de la llameante antorcha.
Cuando el sol salió del horizonte, el guerrero se dió cuenta de que estaba solo otra vez. El caballero reposaba en aquel roble sin respirar. El guerrero tomó la espada del ahora cadáver y la clavó en el suelo. Cabizbajo, rezó a algún dios que tuviera clemencia con el alma de aquel desconocido.
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Ríos de sangre: Historias Oscuras
FantasySon miles los cuentos pueblan el mundo. Son millones los mitos que conocen las estrellas. Aquí encontrarás una recopilación de las historias de la época más oscura de un mundo de magia y muerte. La época en la que los ríos fueron de sangre.