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siete.
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⎯¿La villera está solita en el recreo?

Respiré hondo, tratando de controlar mi enojo. Me estaban buscando las chetitas de mi colegio otra vez, porque sabían que reaccionaría mal y los profesores me cagarían a pedo, apeligrando mi beca.

No les iba a dar el gusto de enojarme.

Las ignoré y seguí comiendo uno de los sanguchitos que me había preparado mi mamá, sentada en un banco del infierno llamado colegio.

Las chetitas se pusieron a cuchichear, aún enfrente mío. Trate de pensar en cualquier otra cosa, pero no podía evitar imaginarme cagándolas a palo y eso no me estaba ayudando mucho a contenerme.

⎯¿Qué pasa? ⎯continuó Giuliana, poniendo sus brazos en jarra, sobre el chalequito Polo que le había comprado su mami o su papi⎯. ¿A la sucia villerita no le da la cara para contestarnos?

La miré, con los ojos entrecerrados llenos de odio y me quedé callada, sólo mirándola. Pero no me duró mucho, porque tenía varias cosas que decirle.

⎯Volvé a llamarme villera y te parto la boca, rubia puta ⎯le dije.

Sus amigas abrieron los ojos ante mi vocabulario y empezaron a mirarme con asco, poniéndose atrás de Giuliana, como si las fuese a proteger de algo.

⎯Sos una vulgar ⎯me dijo ella, sonriéndome⎯, y después pedís que no te diga villera. ¡Pero mirá cómo te comportás, querida!

Me levanté del banco y me acerque despacio hasta su cara de nenita rica asquerosa. Respiré fuertemente, tratando de controlar mi enojo nuevamente. Apreté los puños a mis costados.

⎯Te lo vuelvo a decir, concheta forra ⎯escupí, señalándola con mi dedo índice, muy cerca de su cara⎯, me volvés a decir villera o cualquier otra cosa, y te arranco los dientes de una piña.

Me miró por unos segundos, y puedo jurar que vi miedo cruzarse por ellos. De todos modos, esa mirada asustada pronto se desvaneció y se rió en mi cara, tratando de hacerme creer que no me tenía miedo y que mis amenazas no le importaban.

Era más alta que yo, así que se paró derecha y miró hacia abajo para encontrarse con mis ojos.

⎯Si hay algo que no te guste... regresa a tu chiquero de villerita.

Saqué todo el aire guardado por la nariz, y la empujé con todas mis fuerzas para atrás, haciendo que se pegara con sus amigas a causa del impacto.

Me acerqué rápidamente hasta donde la había empujado sin dejarla reaccionar, agarré el cuello de su camisa y la acerqué a mi cara. Podía sentir el enojo cubrir mi cara dejándome roja de la rabia, y como mis dientes estaban apretadísimos.

Estábamos en el receso, por lo tanto, estaban todos afuera. En cuanto vieron toda la escenita de Giuliana, varios ojos se posaron sobre nosotras, curiosos por el enfrentamiento.

⎯No me busqués, hija de puta, o me vas a encontrar ⎯le advertí por última vez.

Se quedó unos segundos mirándome hasta que una sonrisa cínica se cruzó por su rostro, haciéndome enojar del todo y perder el control.

La tiré al piso, soltándole el cuello de la camisa, y me tiré encima de ella para estrangularla con todas mis fuerzas y revolcarla por todo el piso del recreo.

Todos los que estaban observándonos corrieron para ver con mejor detalle la pelea y empezaron a grabar y a gritar pelea, pelea, pelea como si fuera una película yankee.

Después de ahorcarla con fuerza, empecé a pegarle con los puños cerrados en su cara. Ya no podía controlarme, pero porque me había provocado por tanto tiempo que ahora estaba sacando el enojo acumulado de los últimos años que se burló mío.

El hecho de que los demás estudiantes gritaran mi nombre, no me ayudaba en lo absoluto a parar, es más, me incitaban a que le pegara más fuerte y con más rapidez.

Seguí repartiendo piñas por todos lados, con los gritos angustiados de sus amigas de fondo y los estudiantes diciendo mi nombre, hasta que escuché el alarido de una profesora.

⎯¡Pero señorita Belarmino! ⎯escuché que gritaba una profesora.

La ví empujando a los chicos que nos habian rodeado, y se abalanzó contra nosotras para separarnos, pero no podía detenerme. Me agarró de los brazos y me empujó hacia atrás, levantándome del piso cuando perdí el equilibrio.

⎯¡Cómo te atreves a hacer eso, Belarmino! ⎯siguió gritándome ls profesora. Era la profe de lengua, la que era mi favorita. Ya no lo era después de esto⎯. ¡Este comportamiento no es aceptado en este colegio! Andate ya a la dirección, vamos a hablar con tus padres.

Inmediatamente la mención de mis padres me hizo arrepentirme de lo que había hecho, pero me fuí de allí con la cabeza en alto, haciéndome la que no me importaba en absoluto.

Al menos cagué a palo a la estúpida de Giuliana, pensé.

La de Lengua pronto me alcanzó de camino a la dirección, y me agarró del brazo para hacerme detener.

⎯Mirá, Male, yo sé que te tenían harta con todas las burlas desde que viniste, y aunque la violencia no es la solución... Giuliana se lo merecía ⎯me dijo mirando para todos lados con miedo a que alguien la hubiera escuchado y me reí fuerte, casi olvidándome que estaba en problemas. Volvía a ser mi profe favorita. Al ver mi repentino cambio de humor, me sonrió⎯. Por eso mismo, puedo hacer que no llamen a tus padres, pero el preceptor seguro te suspende.

Asentí sonriéndole y fuimos juntas hasta la oficina del viejo amargado de mi preceptor, para ver si podía dejarme ir sin llamar a mi madre.

Después de la larga cagada de pedo, y que la profe lo convenciera, me dieron el teléfono para pedir que me vinieran a buscar porque estaba suspendida por el día. Como no podía pedirle a mi madre porque me cagaría a mangos, decidí llamar al primero número que me sabía de memoria.

Toqué las teclas rapidísimo, bajo la mirada del director y la profe, y me puse el teléfono en la oreja, escuchando como sonaba.

⎯¿Hola?

Se escuchó un gruñido.

⎯¿Quién habla? Son las diez de la mañana, loco.

⎯Mateo, soy Malena, ¿podés venir a buscarme al colegio? Me suspendieron.

𝘽𝘼𝙍𝙍𝙄𝙊; 𝘵𝘳𝘶𝘦𝘯𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora