¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Tal vez soy muy dependiente —reflexiono con el gato.
Él ladea la cabeza sin entender.
—Emocionalmente, a eso me refiero.
Mueve la oreja izquierda como si sufriera un espasmo.
—También físicamente. Lo reconozco. Deja de mirarme así —reprocho volviendo a tipear en la vieja máquina de escribir frente a la ventana que da a la calle.
Siempre que me hacías un cumplido mi autoestima alcanzaba el cielo.
Cuando dudabas de mí, sentía un terremoto resquebrajando los cimientos de mi confianza.
Cuando estabas feliz, yo también. Cuando te invadía la tristeza, me pasaba lo mismo. Me contagiabas tu estado de ánimo, pero jamás ocurría al revés. Las veces que me encontraba mal tú nunca cedías a mis emociones. Me llevabas la contra. Intentabas hacerme sentir mejor, pero olvidabas que sentirse mal no es malo. Es necesario para procesar lo que ocurre.
A la hora de ir a la cama no podía dormir hasta que no apartabas el flequillo de mi frente.
Si debía marcharme necesitaba un abrazo que prometiera que me extrañarías.
Si no me dabas la bienvenida con un beso creía que estabas enfadada.
Estaba desesperado por el contacto, porque el cuerpo reafirma lo que la mente quiere. A veces te veía y moría de ganas por reducir el espacio personal, pero temía que te cansaras de mí. ¿Puede una persona hartarse de mirar a los ojos y abrazar a otra?
Estaba aterrado de descubrirlo, así que usaba mis acercamientos como si fueran pases. Cuando me quedaba sin, me contenía hasta el día siguiente.
¿Estuvo mal? ¿Estuvo bien? ¿Qué querías?
—¿Soy patético? —pregunto al animal.
Lo encontré hace una semana en la calle. El pelaje oscuro camuflaba su suciedad y no había forma de que lo trajera conmigo con la pestilencia que tenía, así que tuve que bañarlo. Digamos que mucho no le gustó y está resentido desde entonces.
Mueve la cola de atrás hacia adelante, en una clara respuesta afirmativa.
