• Día 7 •

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El regordete meñique de Shouto se enredó con el dedo pegajoso del otro niño a causa de los caramelos que estuvieron zampándose durante la siesta

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El regordete meñique de Shouto se enredó con el dedo pegajoso del otro niño a causa de los caramelos que estuvieron zampándose durante la siesta. Aunque fuera pequeño y enclenque, su agarre era demasiado fuerte.

Como si, de alguna manera, no estuviera dispuesto a dejarle ir.

—¡Y seremos los mejores amigos por siempre jamás! —chilló el niño del rostro poblado de pecas y con una ventana en su sonrisa en donde le faltaba uno de sus dientes de leche—. ¿Verdad, Sho-chan?

Todoroki Shouto, que apenas tenía cuatro años, sonrió tímidamente.

Era difícil decirle que no a Midoriya Izuku.

No es como si quisiera hacerlo, tampoco. Pero muchas veces se preguntaba si algún día sería capaz de negarle alguna petición a ese niño.

Aunque Izuku fuera mayor por unos meses —él ya tenía cinco años—, era bastante más pequeño en tamaño y contextura. También en gustos, ya que varias veces chillaba como si siguiera siendo un bebé llorón; y le gustaba coleccionar figuritas de All Might, por mucho que los demás niños de la clase del kínder se rieran de sus gustos ñoños.

Para Shouto eran fascinantes. Todo en ese mocoso de sonrisa ridícula era digno de admirar —sin mencionar que, en su eterna curiosidad infantil, le generaba tantas dudas que ni siquiera era capaz de contarlas con la mano.

Aunque no es como si Shouto pudiera contar más allá del número diez, y eso a duras penas.

Todoroki conoció a Midoriya hacía ya varios meses, antes de comenzar el kínder en la ciudad de Musutafu, cuando sus madres se hicieron amigas gracias a un club de lectura que se organizaba todos los miércoles en el vecindario.

Inko Midoriya y Rei Todoroki siempre fueron dos mujeres más bien introvertidas, y siempre se las ingeniaban para compartir una tarde de té de jazmín con galletitas de miel y muchos chismes de las vecinas. Ambas hablaban suave, tan suave que podría poner a dormir a Shouto —pero esas ganas de caer dormir ante la melodiosa voz de las dos mujeres se esfumaron cuando un muchachito de cabellera alborotada apareció un día en su hogar.

Shouto les miraba escondido desde un recoveco entre los dos pilares que conducían al pasillo de la casa.

—Este es el pequeño Izuku —presentó Inko en la entrada de su hogar. Se veía bastante apenada—. No pude conseguir quién le cuidara hoy. ¡Pero juro que va a portarse bien! ¿Verdad que sí, Izuku?

El pequeño Izuku, que además tenía pecas —¡y muchas de ellas!— asintió enérgicamente sin despegarse del dobladillo de la falda de su madre. Ella seguía disculpándose ante Rei por el intruso que traía a las puertas de su hogar.

Pero Inko no debía saber que, de hecho, a Rei le encantaban los niños. Ella era maestra de primaria, y tenía una paciencia infinita para tratar con los mismos.

TodoDeku Week 2020 - BNHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora