Primera despedida (Prólogo 1)

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Hace tiempo que mamá se ve más débil, pero creo que esto es lo más débil que la he visto alguna vez. No me muevo del marco de la puerta mientras la observo. Lo único que puedo hacer es cubrir mis oídos para evitar escuchar los gritos de papá, el resto de mi se siente inútil. Soy como un objeto más que no se mueve, que a duras penas siente. Quizá lo que me recuerda que soy humano es que tengo miedo, mucho miedo. No quiero más gritos, no más.

—¡No puedes seguir haciéndome esto, Holly! —incluso con mis oídos cubiertos, lo escucho —. ¡No puedes seguir jodiendo mi vida de esta forma! Eres una egoísta, solo estás pensando en ti y me estás dejando de lado ¡Me estás hartando!

—¡Alder, basta! —el grito de mamá se escucha quebrado, tan débil como ella —. Jayden nos está escuchando.

Entonces, papá para de gritar y voltea a verme. Todos siempre dicen que heredé sus características físicas, que soy como una copia de él en miniatura. Su cabello castaño claro tiene algunas canas pero, al fin y al cabo, es el mismo color que el mío. Nuestros ojos comparten el mismo tono grisáceo que a veces se ve como un azul sin emoción, y mi rostro parece imitar el suyo a la perfección, solo que mis facciones son más delicadas; las de un niño. Sin embargo, lo que nunca compartiré con mi padre, será su furia. Espero jamás gritar como él, menos si es a mamá. Él hiere y yo no quiero herir. Lo único que yo quiero es que la persona que más amo en el mundo deje de sufrir.

Lo único que hace por largos segundos es mirarme, yo lo miro de vuelta. Mis manos todavía cubren mis oídos, me acostumbré a esperar sus gritos incluso cuando se ve calmado. Se acerca hacia mi y se agacha a mi altura, eso sin dejar de verse molesto. Toma mis brazos y los sostiene, logrando que mis oídos queden libres de protección. Mi corazón late a un ritmo que no puedo controlar y siento ganas de correr, de llorar. No quiero a Alder cerca.

—Hijo mío, tu madre nos está abandonando —me dice, sonando comprensivo y hasta cariñoso, pero no me fío. Sigo esperando los gritos —. Tu mamá prefiere pensar en ella antes que pensar en nosotros.

—¡No le digas eso! —exclama mamá. Veo que intenta ponerse de pie, pero no lo logra. Quiero correr hacia ella, pero papá me sujeta con fuerza —. Alder, no le mientas. Sabes que no es por eso. Yo los amo, ¡los amo!

—¡Si nos amaras no estarías haciéndote esto!

Ahí está el grito que esperaba, el que me dar un brinco hacia atrás y cubrir mis oídos de nuevo. Siento unas lágrimas correr por mis mejillas; es la primera vez en mis diez años de vida que siento que mis propias lágrimas me queman.

—¡Eres una hierba mala, Holly! ¡Arruinas mi vida y la de tu hijo con tus decisiones egoístas! —grita y yo lloró aún más —. Obligarás a Jayden a despedirse de ti, a llorarte ¡Eso no lo hace una buena madre!

—Basta, basta —me escucho decir —. Paren, no quiero...no quiero...

Cierro mis ojos con fuerza, aunque las lágrimas no paran de caer. Creo que escucho pasos, pero ya ni sé. Todo es confuso porque mis respiraciones agitadas y el descontrolado latir de mi corazón no me permiten oír con claridad. Debí quedarme jugando en la sala de estar, debí ignorar los gritos, pero creí que mamá necesitaría ayuda y vine...¿por qué pensé que podría defenderla? No soy tan valiente.

—Jay...—logro escuchar. Cuando abro los ojos, veo los ojos verdes de mamá. Logró levantarse de la cama por primera vez en semanas —. Jay, no llores, mi amor. Mami está aquí.

Me lanzo hacia ella y la envuelvo con mis brazos, sintiendo que está mucho más delgada que antes. Mamá ha perdido tanto peso que abrazarla se siente como estar abrazando sus huesos, pero aún así me da calor y seguridad. Cae de rodillas por la debilidad en sus piernas temblorosas, pero aún cuando ambos aterrizamos en el suelo, la abrazo. Lloro en su pecho, sintiendo lo mucho que a ella le esta costando respirar. Mamá huele a primavera, pero su fragancia a penas si se percibe esta vez.

Es como si se estuviera marchitando.

—Lo siento tanto, mi amor —dice, acariciando mi cabello. Inclusive sus dedos están más delgados —. Lo siento mucho. No quería que esto les afectara a tu papá y a ti...menos a ti.

Papá ya no esta, lo noto por el silencio y la ausencia de gritos. Eso me permite concentrarme solo en mamá, en su calor, en el latir de su corazón que es lento, irregular; así ha sido desde que dejó de comer. En cierto punto, sus manos toman mi rostro. Su piel se siente fría contra la mía, pero jamás la apartaría. Arregla mi gorro de lana como siempre lo hace e intenta sonreírme, pero no lo logra. Miro su cara con cierto dolor. Sus mejillas están hundidas, y sus hermosos ojos verdes van acompañados de unas bolsas oscuras que delatan a las pesadillas que no la dejan dormir ¿Qué le pasa a mi mami? ¿Por qué la estoy perdiendo?

¿Por qué parece un esqueleto en lugar de la dulce madre a la que recuerdo?

—No llores, mami —le digo, limpiando sus lágrimas. Ahora se siente como si yo la estuviera sosteniendo a ella, mientras aparto ciertos mechones de su cabello rubio quebradizo de su rostro —. Yo te amo y sé que me amas. No le creo a papá.

Beso su frente y ella llora aún más. Se siente tan frágil contra mi cuerpo, como si se estuviera derrumbando ¿Cómo la salvo?

—Eres tan bueno, mi amor. Merecías una mejor mami —me susurra, pero no es así. Yo solo la quiero a ella —. Jayden, si este es el adiós, al menos quiero que sepas lo mucho que te amo...

—¿Mami? ¿Cómo que adiós? ¿A dónde te vas?

—No aguanto esta vida, nunca la he aguantado. Lo siento, mi amor. Lamento no ser tan fuerte para quedarme a tu lado, pero todo me duele...Quizá tu papá tiene razón y soy egoísta por no luchar, pero no puedo...no puedo.

¿Qué está diciendo? No entiendo.

—Tú si eres fuerte, mi amor —me dice, mirándome con una intensidad que conocía hasta ahora —. Tú si puedes sobrevivir a esta vida, Jay. Jamás olvides que eres mi niño valiente, que puedes superar lo que sea. No eres como tu mami, eres más...

—Puedo darte parte de mi fuerza —le digo. No sé a donde se quiere ir, pero no quiero que me deje —. Te regalo mi valentía, mami. Solo no me dejes.

—No aguanto, Jay...No aguanto...

—Hazlo por mi, por tu Jay. Vamos, mami.

—No puedo...

—Por favor, no me dejes. No me digas adiós.

Sus labios quebrados viajan a mi frente y la besa por un largo rato. Creo que comienzo a entender porqué. Aunque tengo solo diez años, entiendo más de lo que debería. Lloro más, ya ni siquiera puedo contener las lágrimas. La tomo por sus muñecas, es aterradora la forma en la que sus huesos chocan con mi piel. Perdí mucho de mi mamá en estos últimos meses, ahora la estoy perdiendo por completo.

—Quédate, por favor —le ruego.

—No puedo, lo siento. Te amo, Jay, pero no puedo...

—¡Te defenderé de papá! ¡Lo juro! Solo no te vayas.

—Te amo...Te amo...

—¡Yo también te amo! ¡No le dices adiós a alguien que amas!

Jamás me ha dolido tanto el pecho, ¿así se siente cuando te rompen el corazón? Sostengo a mamá con más fuerza, hasta que la siento tan fría que grito. Quiero que despierte, que vuelva a mi.

Ahora, odio la palabra adiós

Cuatro veces hasta luego || P.E 0.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora