Muerte

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Colores

Quiero una vida llena de colores, contrastes, formas y pasiones.

Quiero inundarme en las mezclas más extrañas y probar cada una de las experiencias que la vida me tiene preparadas.

Deseo pintarme de muchos colores; por ejemplo del rojo de la pasión que nos provoca un gran amor. También, quiero llorar envuelta en el negro por un gran dolor.

Sin importar cuantas veces me encuentre triste, devastada y en pedazos anhelo consolarme envuelta en la mezcla de colores que produce un amanecer.

Quiero sanarme los colores grises que me ha dejado la soledad y pintar de tonos azules la mayor parte de mi ser.

Deseo encontrar mi paz entre blancos y quizá un día logré descubrir el verdadero sentido de vivir amando mi caos.

Quiero aprender a vivir libre como lo hacen las aves que pasan sobre mí.

Jugar como lo hacen ella en el cielo; mezclándose entre tonos y contraste de tonos dulces - cálidos a fríos - oscuros. Quiero cruzar esa dualidad sin miedo de lo que pueda sentir o vivir.

Quiero tener el valor de transformar lo incoloro que me genera una sensación triste; similar a la muerte.

No quiero volver pensar en el vacío, ni mucho menos sentirme la nada absoluta. Porque ahora entiendo que soy parte de un todo. Que soy una partícula fundamental para crear la esencia del color más bonito que se pueda llegar a fabricar.

Quiero amar en colores e ir pintando corazones coloridos en los demás.




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Creo en mí...


Sé que he venido a este mundo por algo grande; tan inmenso que me resulta casi inimaginable.

Estoy convencida de que mi paso por este planeta tiene un propósito significativo.Confío en que —algún día no muy lejano — veré con claridad la misión por la cual me encuentro en este sitio.

Tengo fe de que mis propósitos de vida cambiaran las vidas de muchas personas (entre ellas, la mía). Creo en mí y en el creador, ahora sé que esta vida es la adecuada para mí.

Tengo fe en mí misma y en lo que estoy haciendo; sé que pronto cada uno de mis sueños se cumplirán y que no existirán barreras para alcanzar lo que deseo. Creo en mí, me conozco y me descubro cada día siendo una mujer diferente a la de mi pasado.

Uso mis virtudes para servir y mis defectos los transformo en aprendizaje. Me amo entera y completamente. Todo en mí es paz y caos.

He venido a este mundo a sufrir y llorar, pero también he aprendido a vivir "el goce de la felicidad". Vivo mi vida al máximo y no escucho las voces de quienes me critican con el fin de derrumbarme; antes bien, aprendo de las críticas que me ayudan a madurar.

Me doy a respetar y sé poner límites sobre lo que no me parece correcto; hago valer mi palabra y no le temo a quien me agrede o desea lastimar.

Sé perdonar y valorar a mi prójimo.

Toda en mí soy amor.

Soy un reflejo congruente de lo que pienso, siento, creo, deseo y hacia donde voy.

En mí no existe pereza, porque sé que el camino que quiero alcanzar es complicado; más no imposible de conquistar.

Creo en mí.

Creo en mí.

Creo en mí, para alcanzar la mejor versión de mí.


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En mi muerte

Estoy a punto de morir y no es mentira eso de que toda tu vida pasa por tu mente como una película.

Pienso en mis hijos, mis nietos, los sobrinos, mi hermano, mis padres, entre otros y me doy cuenta de que nada de lo que tenía planeado durante mi vida me había resultado en su totalidad. De niña quería ser muy reconocida: la mejor deportista, la guapa actriz, la ilustre científica; años después descubrí que odiaba las ciencias y aún hasta la fecha no recuerdo ni los elementos de la tabla periódica.

Así que —efectivamente— no trascendí ni como deportista, actriz y mucho menos científica. Pero, ahora soy una conocida novelista. No soy Cervantes ni Gabriel García Márquez, aparte de que vivo en México (país donde se leen 4 libros al año) y aun así tengo mis lectores y me ilusiona cuando me dicen que al leerme se les enchina la piel. De algún modo y sin darme cuenta, cumplí el anhelo de aquella niña, aunque de una manera muy diferente.

De joven soñaba con terminar una carrera. Hice como 5 exámenes para ser diseñadora gráfica y ninguno lo aprobé.

Frustrada y conformista apliqué un examen para la carrera de psicología y lo pasé sin mucho esfuerzo. Ingresé al colegio —supuestamente— por un año, en lo que volvía a intentar ingresar a diseño. Pero, estando en la universidad se me pasaron los años, me quedé encantada con la psicología; estaba fascinada con mis maestros, el plan de estudios, las materias, la escuela.

Todo era perfecto para mí.

Terminé la carrera; no la que deseaba, pero si una que amaba.

Me volví adulta y algunas personas me decían que debía trabajar en recursos humanos pues solo así podría asegurar mi futuro. Pero, esta vez mandé a todos al carajo. Puse mi empresa, comencé a escribir; empecé a ir a eventos donde tenía oportunidad de leer mis textos y comencé a vivir.

Seguramente te preguntas ¿qué representa vivir?, y ahora que estoy a punto de morir sé lo que esas palabras representan.

Vivir es: comer rico, viajar mucho, amar sin miedos, lograr tus sueños, estudiar aquello que siempre desearte conocer, leer todo cuanto puedas, fracasar y cometer errores, pero también aprender de esos momentos; conquistar el mundo, trascender, coger sucio y vivir sin culpas.

Y es que siempre he creído que deberíamos de pasar por una escuela de la vida donde las clases fueran más filosóficas y nos enseñarán a simplemente a disfrutar de ella.

Por ejemplo, la mayoría hemos pasado por una clase de orientación sexual donde nos enseñan cómo poner un condón o prevenir enfermedades de transmisión sexual, pero nadie nos enseña cómo llegar al placer o cómo sentir un orgasmo.

Seguramente porque todos los cuerpos son diferentes y todos los gustos son muy diversos, pero en la escuela de la vida nos deberían de enseñar el arte del sexo lindo —puro— que se siente con quien se ha amado y también el arte del sexo sucio, depravado, egoísta; ese sexo erótico que te hace perder la cabeza. Aquel del que las abuelitas hablan cuando te dicen: ¡mijita/o ahora si te tienen bien enculada/o! 

Y es que uno de los grandes retos en la vida es saber coger bien.

Lo mismo pasa con la comida, la familia, los amigos, los viajes. Nadie nos enseña hasta dónde podemos llegar; nos hablan del amor y la química que existe en nuestros cuerpos al estar enamorados, pero no nos explican que por amor vamos a ser esclavos, pisoteados, humillados y que en la madrugada vas a mandar un mensaje estúpido con un «te extraño» a un ser al que simplemente no le interesas. En esa escuela debería —también — existir una clase de amor propio.

Yo sé que esa escuela no existe como una institución, pero de ti depende darte cuenta de que estás inscrito en ella. Desde el primer día en que naciste y que te graduarás de esta academia en el momento en que mueras.

Como yo, que estoy a punto recibir mi mención honorífica por la tesis de mi vida. Con sus buenas y malas; con sus risas y lágrimas. Con el amor y desamor, con mi miedo y mi valentía, con el buen sexo y el mal sexo, con los muchos viajes y los que me faltaron, con los libros que me llevo tatuados en la piel, con los amigos que me hicieron ser la mujer que hoy parte con la fe de que ha vivido al máximo cada segundo de su existencia, en este loco mundo que hoy te regalo para que lo disfrutes, lo goces y creas que algo bueno te puede suceder.

Escritos Para Quien Dice ConocermeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora