Capítulo 1

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- ¿Cuanto me das por eso?

Un viejo de una altura imponente se refugiaba detrás de la puerta de una cabaña mohosa y vieja hecha por trozos de madera roídos y de un color espantoso. No parecía estar en un muy buen estado como para soportar las fuertes tormentas que acechaban constantemente la aldea de Eragon. El tejado estaba cubierto por paja, cubriendo la mayor parte de los agujeros causados por el paso del tiempo. Me encontraba delante del portón, con los brazos cruzados y la mirada perdida entre el gentío que se apiñaba con ansias de dinero y atención. La aldea Eragon brillaba como una sombra escurridiza y siniestra, alzándose con inmensa oscuridad, meciendo los sueños perdidos de la mayoría de las personas de este lugar al que muchos llaman hogar. Pero yo no lo llamaría de esa forma, aunque me haya criado y crecido aquí, no sería capaz de llamar a este antro hogar. Siempre lo había odiado, despreciado. La Torre del Alba era el centro de la aldea, donde vivían el rey, y su hijo, el príncipe Len. Pasaban la mayoría de su tiempo yendo al bosque de los susurros cazando simplemente por diversión , donde dicen que los árboles susurran a las personas puras de corazón y les guían hacia el camino correcto y les salvan de la muerte.De siempre se habían creído más que nosotros, los simples y aburridos aldeanos que les besaban las manos pidiendo clemencia y piedad. Len es más sencillo y amable, totalmente diferente a su padre. Un ser egoísta y cruel. Pero todavía no llegaba a pensar que Len haría algo para salvarnos de la ira de su padre, Kank. Cada tres años se realizan unas pruebas llamadas Luna Roja, exactamente el día de mi cumpleaños, donde aparece en el cielo una luna roja que tiñe el cielo de color rubí y las estrellas iluminadas por las almas de nuestros ancestros descienden en espirales para iluminar nuestro camino teñido de fuego ardiente. Se realiza para darles bendición y orarles. Pero realmente consiste en luchar. Luchar en un círculo gigantesco, asqueroso y mugriento cubierto de barro fangoso y pegajoso, delante de toda la aldea, incluyendo a Kank y a Len, los espectadores que disfrutan ver como sus mejores luchadores se destrozan los huesos y se cubren de sangre de sus rivales. Lo he visto más de una vez, pero nunca he participado porque no está permitido participar hasta que cumplas los dieciocho años. Y este año los cumplía. Y era obligatorio participar. Si ganas demuestras que eres digno de seguir viviendo entre los tuyos, y si pierdes, no eres más que un trozo de basura, y te humillan frente a todo el público riéndose a carcajada suelta, observando como eres devorado por una bestia terrorífica. Era una tradición que odiaba con todo mi ser. En esta aldea solo respetaban a los fuertes y buenos guerreros, por eso yo nunca sería aceptada. Pero tampoco me dolía. Di golpecitos impacientes con el pie sobre el suelo con mis zapatos sucios y mal hechos y toqué de nuevo al portón de madera frente a mi. Una rendija se abrió, y mostró unos ojos color avellana arrugados mirándome con el ceño fruncido y las cejas grises despeinadas. Metí una mano en mi chaqueta y saqué una bolsa con artilugios de no mucho valor económico, pero necesitaba conseguir algo de dinero. Y robando día día era mi única salida a la luz. Lo agarré entre mis manos y se lo enseñé. Vi cómo cerraba la rendija bruscamente y escuché el sonido de demasiados cerrojos abrirse y haciendo clic uno por uno. Esbocé una pequeña y no muy emocionada sonrisa y sujeté más fuerte la bolsa para que no se cayera. Finalmente, la puerta crujió y se abrió mostrando a un hombre de avanzada edad, muy alto y con el pelo blanco por los hombros, desdeñoso y sucio. Me miraba con desprecio y aburrimiento, como si lo estuviera molestando mi presencia. Como yo pensaba. Una inútil ladrona más. Se apoyó en la puerta y crujió de nuevo bajo todo el peso que le cayó encima.

- ¿Qué es lo que quieres?, no tengo tiempo suficiente como para perderlo con una chiquilla— replicó aburrido.

Ignoré el comentario y abrí la bolsa con los dedos temblorosos y le mostré todo lo que había... conseguido. Él lo cogió sin mucha emoción y los observó. Saqué unos anillos desgastados, unos collares enredados, una copa de vino con el borde ligeramente roto y alguna baratija más.

Luna rojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora