Esa noche no dormí prácticamente nada. No pensaba cerrar un ojo con ese capullo andando por aquí. Pero sobre todo porque tenía miedo, y no conseguía reconciliar el sueño. Solo vendrían a mi las pesadillas que nublarían mi vista y mis sentidos. Seguía en la misma posición y en el mismo lugar. Muerta de hambre y de sed. Abrí los ojos y sollocé con la cabeza apoyada en la pared de roca. Dos lágrimas resbalaron por mis mejillas, y esta vez no me las sequé, dejé que recorrieran su camino hasta mi barbilla, y se perdieran entre los hilos desgarrados de mi camisa. Encogí mis rodillas y me las abracé. Tenía frío. Tiritaba y castañeaba los dientes unos contra otros. Necesitaba el calor de los abrazos de Shive y el cariño de mi madre más que nunca. Ahora mismo estarán muertas de hambre en nuestra casa, Shive intentando distraerse de los problemas pintando por las paredes, y mi madre observando su arte con una sonrisa aún sabiendo en la situación que se encontraban. No debería estar aquí. Debería estar con ellas. Ese pensamiento me lleno de rabia y golpeé con el puño cerrado el suelo. Casi pude escuchar como mis huesos débiles crujían y se desmoronaban. Lo hice una vez más. Quería sentir el dolor recorriendo mi cuerpo. Por mi culpa mi familia está pasando por todo esto. Golpeé de nuevo, con más fuerza, y esta vez, la sangre cubrió mis nudillos, pero no me importó. Mis huesos estaban destruidos, por lo que la última vez que pegué, grité de dolor. Quería llamar la atención para que vinieran y me sacaran. Necesitaba respirar aire fresco. Miré mi mano amoratada y sangrienta, que temblaba. Era un desastre. Tenía las uñas llenas de suciedad y rotas, mal cuidadas. Me puse de pie, y mis rodillas fallaron, por lo que me estampé contra los barrotes de hierro. Gemí de dolor y tuve ganas de derrumbarme de nuevo y dejar que jugaran conmigo. Pero yo no quería eso. Por lo que me agarré con más fuerza con mis brazos debiluchos y miré a mis lados, pudiendo observar sólo un antro negro y oscuro, sin ningún tipo de luz, excepto el fuego chispeante que provenía de una de las antorchas que estaba colgada para iluminar la escalera de caracol que descendía y descendía. Escuché unos pasos acercándose, bajando los escalones despacio y con calma. No me molesté en moverme de mi posición. Pude ver unas botas bien lustradas de color negro, ya las había visto antes. Apreté más el agarre en los barrotes cuando vi quien era. Era el hombre de ayer. Se me encendieron los ojos de la rabia y algo me empezó a doler en el pecho cuando observé su estado. Tenía el rostro lleno de heridas, con moretones color púrpura y verde resaltando en sus mejillas. Se me iluminaron los ojos verdes con diversión afilada como un cuchillo. Además pude ver en sus muñecas unos latigazos que dejaron su piel amoratada y dolorida. Sonreí cruel cuando giró su rostro hacia mi cuando terminó de colocar las llaves. No sentía ninguna lástima por el. Me miré las uñas despreocupada, ignorándole, y pude ver el enfado en su rostro. Sentí su mirada recorriéndome el rostro con sangre seca y sus ojos azules brillaron con un tipo de aburrimiento. Después observó mi mano hinchada y con sangre fresca y por un momento pensé haber visto preocupación en su mirada.
- Ven conmigo— murmuró mientras sacaba unas llaves y las dirigía hacia la cerradura que me mantenía encerrada.
Metió una llave y la giró una sola vez hacia la izquierda, haciendo un clic qué resonó en mis oídos. Me mantuve en la misma posición. No le hice caso omiso. Cuando la puerta vieja crujió abriéndose hacia la derecha, yo no me moví.
-Ven—repitió.
Me acerqué a él, y le miré a los ojos entrecerrando los míos. Estábamos a menos de un metro de distancia y no me acobardé por su increíble altura alzándose arrogante frente a mi. Se cruzó de brazos, impaciente.
-Si quieres quédate aquí, pero no comerás ni beberás—su tono de voz hizo darme cuenta que le daba igual mi estado, como si me muriera justo aquí—pero si me acompañas, harás las dos cosas. Te lo daré.
Me apoyé sobre un hombro y sonreí burlona hacia abajo. Levanté la mirada amenazante.
-No quiero nada tuyo.
Escupí a sus pies.
- Como quieras—dijo, con la voz demasiado calmada para lo que había hecho— Quédate aquí y muérete. Al fin y al cabo— se acercó más a mi y apoyó sus manos en las rodillas y sonrió— No le importas a nadie. No eres más que una ladrona mentirosa y rastrera—puso un dedo en el hueco de mi cuello y lo acarició despreciablemente— No eres nadie.
Mi labio tembló y le observé no enfadada, sino con una profunda pena. Tenía razón. Separó el dedo de mi clavícula y se peinó el cabello negro. Se ajustó la capa correctamente mientras me miraba con malvada diversión.
- Esa chica... - canturreó- Que fácil fue manipularla para decirme donde estaba tu querida madre, y lo que me divertí al verla suplicarme con lágrimas en los ojos- río cruelmente- esa fue mi parte favorita.
El... había sido el que había dejado a Shive en ese estado. Mi mente me decía que no hiciera nada, que mantuviera mi posición, pero mi instinto sólo pensaba en que este hombre había maltratado a mi hermana. Y solo pude hacer una cosa. Me había entrenado y sabía defenderme. Me lancé hacia él y le fui a pegar un puñetazo en la cara, pero él se apartó a un lado y me dio una patada en la espalda. Me caí, pero me levanté de un salto antes de que me clavara un puñal en la columna vertebral. Yo no podía dar el primer paso, sino perdería. Corrió hacia mi con el puñal en mano. Sus movimientos eran rápidos y escurridizos, casi invisibles. Se movía bien, demasiado bien. Pero yo era más rápida. Intentó clavarme de nuevo el puñal, esta vez lanzándolo con una fuerte ráfaga de viento de su parte, pero yo lo esquivé, echando la cabeza hacia atrás, tanto, que sentí que en cualquier momento se me partiría el cuello. Me levanté tambaleante, pero recobré el equilibrio. Sonreí. Él había perdido su arma, y eso me dejaba una ventaja. Él también lo sabía. Se secó el sudor de la frente y aproveché para saltar encima de su espalda y rodearle el cuello con las piernas. Di un giro hacia la izquierda, obligándole a mover el cuello y caer sobre su peso en el suelo, de costado. Lo mantuve lo más fuerte que pude, pero él me superaba en fuerza. Me senté encima de su pecho, con una pierna a cada lado. Estaba atrapado, él había perdido, y yo había ganado. Estiré uno de mis brazos para coger el puñal y acerqué mis labios a su oído, con el arma pegada a su cuello. Podía sentir su corazón acelerado bajo su torso y su respiración agitada. Sus ojos azules brillaban temerosos. Su cuerpo ardía, estaba muy caliente. Jugué con la daga en su cuello y la fui pasando por su clavícula, bajando hasta el torso, donde la detuve, y la alcé, para clavársela. Miré sus ojos, palpitando de terror, terror que yo sabía que no iba admitir, pero se veía reflejado con muchísima intensidad en sus rasgos. Sudaba sin control, y su labio temblaba. Me dolió el corazón, como si lo hubieran atravesado. Las manos que sujetaban el arma, temblaban sin cesar. Yo también tenía miedo. No podía hacerlo. No podía matarle, no era capaz. El arma se derrumbó de mi agarre y salió desperdigada por el suelo, que había manchado mis ropas, más de lo que ya estaban. Y sin previo aviso, comencé a llorar sin parar, con lágrimas plateadas emanando sin parar de mis ojos verdes. Miré llena de cólera al hombre, que tenía la mirada con el ceño fruncido. Mis ojos saltaron chispas mezcladas con las lágrimas y estampé mi puño en su cara, haciéndole sangrar. Me levanté torpe, con la vista empezando a nublarse, y todos mis sentidos comenzaron a fallar, dejando todo de color negro, como un cielo sin estrellas.
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Luna roja
Teen FictionMeve, una ladrona de la aldea Eragon, mantiene a su familia formada por su madre y su hermana pequeña, Shive, a base de robar a los aldeanos. Ella odia vivir allí por la escasez de justicia, tanto como al rey, Kank, como a su querido hijo, Len. Pero...