No me había sentido tan bien en mucho tiempo. El baño me había quitado toda la suciedad y los desperfectos en mi piel acumulados de hacía más de unos meses. Mi cabello había quedado empapado y con un olor maravilloso. En la estantería de al lado de la bañera encontré una gran variedad de champús, geles para el cuerpo y perfumes, pero solo escogí uno de cada. Me decanté por el champú con olor a rosas, el gel de lavanda y un perfume de olor dulce y muy poco fuerte que pegaba mucho conmigo. Salí del agua que ya se había congelado y me envolví en una toalla amarilla que raspaba contra mi piel sensible y salí del cuarto con el pelo goteando pequeñas gotas de agua cristalina sobre el suelo de mármol blanco. Tenía las pestañas mojadas y los ojos verdes más claros. Cuando llegué a mi habitación, me desprendí de la toalla para intercambiarla por el camisón blanco y fino que había llevado puesto cuando choqué con Drak. Aunque lo despreciaba por el mal comienzo que tuvimos, y no le iba a perdonar por lo que le hizo a mi hermana, tenía que intentar no partirle la cara, de nuevo. No le soportaba. Y tendría que aguantar unos cuantos años con su molesta compañía que no me hacia ninguna falta. Me pasé las manos por la cara arrastrándolas lentamente hacia abajo, y suspiré mientras me desplomaba sobre las sábanas rojas que hacían resaltar mi cabello anaranjado. Su comportamiento conmigo había cambiado, pero eso no cambiaría lo que me dijo y lo que me hizo a mi y a Shive. Lo despreciaba por ello. Levanté mi mano dolorida y amoratada y la observé con ojos contempladores. Me había cortado y limado las uñas y ahora las tenía bonitas y cuidadas. Era una nueva Meve. En todos los aspectos. Me veía más bonita cuando me miré al espejo, pero lo bonito puede ser peligroso, llevo puesta esta máscara de perfección cuando soy una persona completamente diferente. Una ladrona y una mentirosa...
Quédate aquí y muérete. Al fin y al cabo, no le importas nadie. No eres más que una ladrona mentirosa y rastrera. No eres nadie.
Esas palabras resonaron como un trueno en mi cabeza que partieron mi conciencia en pedazos. Pero no lo negaba. Tenía razón. Siempre había tenido que depender de alguien para mantenerme con vida. En la escuela era callada y tímida, no tenía dependencia. Unos compañeros se burlaban de mi por mi personalidad rara y extraña comparada con las suyas, mucho más fuertes e independientes. Más valientes. Me mantuvieron esa idea encerrada en mis pensamientos durante años y eso me hizo dudar de mi misma siempre. Las decisiones no las tomaba yo. Una vez me obligaron a robarle a un hombre que mantenía una conversación con su esposa. Tenía una billetera metida en su bolsillo, y yo se la robé. Me sentí fatal, pero ellos me vitorearon a mi llegada. Sus críticas me debilitaron, pero desde ese día me di cuenta que los fuertes siempre se aprovechan de los débiles, buscan cualquier defecto para usarlo en tu contra, y no paran hasta que te destruyen. Esa destrucción me hizo darme cuenta que en Eragon no existe justicia, no existe la gente débil, eres fuerte y sobrevives a base de robar, o eres débil, y mueres. Me metieron esa idea en la cabeza, y yo decidí no volver a sacarla para no volver a sentirme inferior. Un toque a la puerta me despertó de mis pensamientos profundos, y me levanté de un salto para abrir la puerta a cualquiera que estuviera esperando ahí fuera. Miré mis pintas, pero me dio igual. Sujeté el pomo de la puerta, y lo giré, esperando encontrarme con Lexia, pero rodé los ojos al descubrir quien era. Len. Llevaba la misma ropa que antes. Un traje negro y las botas color beige con un hilo dorado cosido en cada costado. Su cabello rubio con matices dorados por el sol que entraba por la ventana y sus ojos azules palpitantes. Me crucé de brazos, aburrida de su nada agradecida visita.
- Veo que por fin te has decidido a bañarte y cambiarte de ropa—dijo, recorriéndome el cuerpo con la mirada, algo que me hizo ponerme tensa por la manera en la que lo hizo.
- Y yo veo que te has decidido a dejar de ser un completo imbécil—hice una reverencia burlona y mi cabello aún húmedo cayó hacia delante— Su alteza.
Recobré mi postura y observé los ojos azules ardiendo de furia.
- ¿Que es lo que quieres? ¿Tu no tenías que estar con Drak?
-Tendría— su tono de voz era insoportable— Pero se ha ido el solo.
- ¿A donde?—pregunté interesada, aunque la mirada que me dirigió me hizo pensar porque lo había dicho.
- A hablar con mi padre de unos asuntos—dijo, agitando una mano vagamente, como si no le importara en absoluto.
-Si solo has venido a molestarme, te invito a que te vayas.
-No, venía a ...— levanté una ceja, esperando su respuesta, pero parecía bloqueado— Disculparme por tratarte así el otro día.
Aguanté la risa que estaba a punto de salir. ¿Él lo sentía? ¿ se estaba disculpando conmigo sinceramente? Realmente estaba sorprendida. Me brillaron los ojos.
- Lo siento.
Realmente parecía sentirlo, pero no podía creerle, era difícil. Asentí con la cabeza. Él sonrió no burlón, sino amable.
-Mi hermana Lexia te espera abajo, quiere hablar contigo.
Se dio la vuelta y echó a andar, pero inmediatamente, se giró y me miró.
- ¿Bajas ya?
Miré el camisón y luego le miré a él. Él movió una mano despreocupado, lo que me dio la idea de que no importaba mi aspecto. Algo había cambiado en él. Y lo agradecía. Caminé hasta Len, y me paré al ver su brazo tendido ante mi. Quería que lo agarrara. Dudé por un momento, pero lo hice de todas maneras. Entrelacé mi brazo desnudo con el suyo y sentí sus músculos frotándose contra mi. Agradecía ese cambio de carácter frente a mi. Y caminamos juntos hasta Lexia, que se encontraba sentada en un sofá con el vestido rojo reluciente. Separé mi brazo de su agarre y por un momento juré haber escuchado una protesta. Lexia me miraba con una sonrisa radiante. Hizo un gesto para que me sentara junto a ella. Yo lo hice.
- Meve, te ves mucho mejor, más hermosa.
Sonreí agradecida con las pecas resaltando mis ojos verdes. Yo no era hermosa, no llegaba hasta ese punto.
-¿Sucede algo?
Ella negó con la cabeza.
- Quería decirte que dentro de unos días mi padre, Kank, va a venir a cenar con nosotros, y justo después de una semana será la celebración de la Luna roja y te llevaremos a Eragon para que realices la prueba, y puedas ver a tu familia.
Era verdad... mi cumpleaños era dentro de exactamente dos semanas. Cumplía diecinueve años. Solo dos semanas..., y podría ver a Shive, y a mi madre.
-Drak te entrenará para que estés lista cuando llegue el día.
Asentí con la cabeza, aunque la idea no me apetecía.
- Eso era todo, ahora puedes ir a descansar, cuando Drak vuelva cenaremos. Len te avisará—dijo, indicando a su hermano con la cabeza, que esperaba de brazos cruzados.
Asentí con la cabeza, y eché a andar hacia la escalera de espiral para dirigirme a mi cuarto, con Len acompañándome desde más atrás. Cuando llegué a la puerta, y estuvo apunto de cerrarse, vi como unos dedos la detenían. Se abrió y mostró el rostro de Len mirándome contemplador. Era difícil de admitir, pero era hermoso.
-Duerme bien, Meve.
Puso el dedo pulgar en el medio de mi frente y trazó su camino. Era una señal de despedida en Eragon. Separó el dedo y me despedí, el haciendo lo mismo. Me metí entre las sábanas cuando cerró la puerta, dejándome con un sentimiento extraño en el pecho hasta cuando conseguí que el sueño llegara a mi.
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Luna roja
Teen FictionMeve, una ladrona de la aldea Eragon, mantiene a su familia formada por su madre y su hermana pequeña, Shive, a base de robar a los aldeanos. Ella odia vivir allí por la escasez de justicia, tanto como al rey, Kank, como a su querido hijo, Len. Pero...